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"Y diche uno, y diche dos..."

A mis amigos de El Sol de México

Las gotas de lluvia se estrellan como soldaditos en el parabrisas del microbús, que mecánicamente las limpia y sigue su raudo camino. Una voz chillona rompe el chipichipi musical que decora el ambiente.

–¿Oooooye payaso, por qué te pintas la cara? –retumba en el aire.
–¿A poco todos los que se pintan la cara son payasos? –contesta otra voz igual de estridente.
–Sí. Todos los que se pintan la cara son payasos.
–Entonces vas a tener que pedirle perdón a todas las damitas presentes porque también se pintan la cara.
–Nooooooo. Pero ellas se pintan para resaltar su belleza.
–Y yo por mi pobreza.
–Lo hacen para remarcar su gracia.
–Y yo mi desgracia.

Y el diálogo sigue, sin despertar ningún interés, ya sea por su repetición o por cansancio, en un auditorio cautivo, fastidiado, en camino al trabajo diario.

De pronto la primera voz cambia de tesitura, a una dura y firme.

–Y ahora, damas y caballeros, el acto más grande del mundo. Un acto que le helará la sangre en cubitos. Un acto que le sacará un suspiro a más de uno. Un acto que los hará zurrar de terror –dice el payaso de la puerta delantera–.Como verán, mi amigo trae un picahielos en la mano –dice la voz, retadora, dueña en un instante de toda la atención de los pasajeros, señalando a su amigo que se yergue, seguro, tapando la puerta trasera, la mano en alto y empuñando un objeto puntiagudo, que adquiere un brillo infinito.

Por instinto, como un animal acorralado que guarda un tesoro, todos aprietan sus pertenencias de valor. Calibran lo que en un instante pudiera pasar irracionalmente a otro dueño. Tiran al piso anillos de graduación y de casamiento, como por descuido. Se resignan a perder el dinero que traen en la bolsa del pantalón, en la camisa, en la cartera. Y otros, los más precavidos, piensan que hicieron bien en guardarse una parte de su dinero en el calcetín.

Todos suspiran, con la sangre, no helada, sino más caliente que nunca.

La perorata circense continúa:
–Mi amigo se meterá el picahielos en la nariz.
Y así lo hace.

–Ahora en el oído.
Y así lo hace.

El público, expectante, se deshace en su asiento, descansa aliviado y casi agradece el malentendido bien actuado.Y al final casi todos, por las malditas dudas, depositan una moneda en la gorra bicolor de los payasos del microbús.

Fernando Bravo Vega, Puebla, México © 2005

ferbravovega@hotmail.com

Fernando Bravo Vega nació en Teotlalco, Puebla, pero ha vivido casi toda su vida en la Ciudad de México. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente trabaja en El Sol de México y colabora regularmente en la sección Ciudad en el espacio - Crónicas al Vuelo. El gusto por la literatura le viene de formación. Autores preferidos: Juan José Arreola, Juan Rulfo, Jorge Ibargüengoitia, Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Italo Calvino y Charles Bukowski, entre otros más. El arte de contar una historia, a la manera del juglar, es parte de su idea sobre la literatura, ello sin despreciar la forma.

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