Regresar a la portada

Vacaciones

Carlos acepta la invitación de su padre para ir de campamento a Villa Gessel y propone invitar también a su amigo Alberto en un intento por evitar pasar las vacaciones a solas con el padre. El padre de Carlos no se opone, festeja la idea y la amplia, invita a su hermano Horacio, el tío de Carlos.

Alberto declina el convite. Horacio acepta con gusto y Carlos se encuentra ante la situación de ir con los dos hombres.

Horacio es el hermano mayor de su padre. Le gusta beber de más y trabajar poco. No hay una tía esposa de Horacio, no hay un primo de Carlos.

Lo pasan a buscar antes del amanecer de una mañana de febrero en el viejo Dodge 1500 de su padre. El tío Horacio viaja adelante y él sube atrás con el consuelo de un libro que es toda una metáfora de lo que le sucede La vida exagerada de Martín Romaña del peruano Bryce Echenique.

Tardan en comenzar a hablar, tienen sueño, quizá mal humor. Cuando amanece con firmeza paran a desayunar en una estación de servicio. A partir de ese momento comienza la locuacidad tan temida por Carlos. Una conversación sobre fútbol devora kilómetros de alabanzas y diatribas a tal o cual jugador. El auto viaja lento en la ruta y un aire cálido se cuela por las ventanillas bajas razón ésta por la que, llamado a participar en la charla, Carlos debe ubicarse en el medio del asiento de atrás e inclinarse hacia delante solo para sostener que Gutiérrez le parece un goleador en decadencia. Lo dice sin estar convencido, por decir algo. A Carlos no le interesa el fútbol.

Después de doce horas de traqueteo llegan a destino. Lo primero que deciden hacer es parar en un quiosco y comprar una cerveza que beben del pico de la botella. Carlos hace lo propio con una botella de agua. Ahora el tema se centra en el clima. El padre de Carlos sostiene su condición de poder elaborar pronósticos empíricos basados en la posición y forma de las nubes. Anticipa que al otro día puede llover por la formación de nubes como rulos de corderos. El tío Horacio piensa lo contrario y el diferendo es zanjado con una apuesta y Carlos puesto como testigo. Beben otra cerveza.

Carlos les sugiere ir al camping para establecerse de una buena vez. Horacio le comenta a su hermano, el padre de Carlos, que los jóvenes están siempre apurados y este le responde que es porque al estar en la fase ascendente de la vida nos ven desde arriba. Entonces se enzarzan en otra discusión; el tío Horacio dice que eso no es verdad ya que los que están arriba son ellos y que según la teoría de la ascensión ya ascendieron.

Esto deriva en una tercera cerveza y el padre de Carlos se convence del error y aporta que, al ascender nos vamos acercando a Dios. A Dios y a la muerte reflexiona el tío Horacio. Enseguida comienza una charla sobre mujeres y los culos en trajes de baño. Con este tema suben al auto y se dirigen al camping.

El camping está lleno de gente pero hay lugar para ellos. En un papel les indican la parcela que pueden ocupar. La búsqueda genera nuevas polémicas sobre la interpretación del plano. Carlos lauda a favor del padre y consiguen ubicar el sitio. Desatan el equipaje del techo y vacían el baúl del auto. Deciden que Carlos arme el campamento sin consultarlo, solo le indican el lugar preciso donde armar la carpa y el padre de Carlos agrega como un úkase, la puerta hacia el Este.

Los hombres se van al pueblo a buscar una carnicería donde comprar para hacer un asado. Carlos siente alivio en quedarse solo y comienza la tarea. Cuando termina de armar la carpa intuye que le aguardan noches difíciles por ser el espacio demasiado estrecho para dormir tres personas. Después camina hasta el mar, sube unos médanos y lo ve de un azul intenso por la hora sin sol. Avanza hasta la orilla con una brisa que lo despeina de costado y que arrastra perlas imperceptibles de agua que se le depositan en la piel. Carlos recuerda la primera vez que vio el mar y la emoción se renueva en su ánimo. Pocas personas caminan por la playa, en su mayoría parejas. Carlos piensa en lo lindo que es andar por la playa aferrando la mano de una mujer y recibir el contacto frío del agua que en algunos lugares alcanza los pies y lo lindo que es detenerse y besarse enamorado. Piensa todo esto sin haberlo realizado nunca. En sus veintiocho años Carlos se enamoró varias veces pero no en el mar. Decide volver al campamento que ya enciende las luces con la caída de la tarde. Observa filas para entrar en los baños y actividad gastronómica en todas las parcelas. Un murmullo sobrevuela las carpas y no es detenido en las ramas de los pinos, vaga a su antojo, incluso silencia el constante provocado por el mar que se hamaca ahora en la oscuridad.

Cuando llega al lugar donde está la carpa los hombres no están, busca el libro, del que solo leyó una carilla, se sienta en un banco de madera y se acoda en la mesa que forman parte del mobiliario estable del camping, la luz da justo allí y comienza a leer. El farol se llena de mariposas de noche y algún cascarudo abombado cae en el libro, alguna polilla le golpea la cara. Otra vez no supera la carilla, cierra el libro, abre una silla y la coloca en la penumbra, de espalda a la carpa, ve en la parcela de enfrente dos mujeres que pernoctan en una casilla rodante. Son mujeres maduras, están sentadas como él de frente al sendero vehicular tachonado de conchillas, parlotean entre ellas, dentro de la casilla le parece ver la silueta de una tercer mujer. En un instante confirma la presunción pero ésta es joven, la hija de alguna de las otras piensa Carlos y reflexiona y se culpa por ser prejuicioso, por qué alguien joven no puede tener amigos grandes e ir de vacaciones con ellos, por qué no nutrirse de una madurez admirada y las maduras de una juventud floreciente. Sin embargo, confirma el prejuicio. La joven es retada por una de las mujeres y parece replicar con vehemencia antes de volver a entrar en la rodante. Si pudiera hacerse amigo el sino de los días por venir podría sufrir un vuelco llevadero. Sumido en sus cavilaciones no escucha llegar el auto con el padre y el tío.

El padre de Carlos baja del auto y le grita, nene todavía no prendiste el fuego. Carlos contesta que no porque se hubiera consumido en la demora.

Empiezan los preparativos. Buscan leña muerta en el piso, la apilan en el fogón, hacen mechas con papeles de diario. Carlos se da cuenta que los hombres están bebidos. El padre de Carlos cuando bebe de más se convierte en hiperactivo. El tío Horacio molesta con bromas de alumno secundario.

El fuego tarda en prender y la maniobra de las mechas de papel se repite hasta que una tímida llama nace en el corazón de la geométrica pira. El padre de Carlos se arrodilla y coloca su cara a la par del tenue resplandor y sopla varias veces hasta que el fuego crece. Luego se incorpora con la cara sucia y el orgullo dibujado en el gesto. Sin demorarse limpia la parrilla con un trozo de grasa y pasa un papel hecho un bollo. El tío Horacio corta y sala la carne. El padre de Carlos lo reconviene y les explica que la tira de asado se pone entera. La explicación es ambigua y Carlos piensa en una manía.

Una vez hechas las brasas el padre de Carlos las desparrama, amontona el fuego en un costado y coloca las carnes sobre la parrilla. Entonces sucede, los hombres descubren a las mujeres de enfrente. Se atropellan entre sí y se golpean para darse valor. Lo inevitable está en la naturaleza humana piensa Carlos.

Los hombres cruzan el sendero, Carlos se queda pero relata para sí lo que sucede enfrente.

El padre de Carlos lidera la diplomacia. Carlos intuye por los gestos que las invitan a cenar. Una de las mujeres se incorpora, abre la puerta de la rodante, se asoma y vuelve a cerrar. El padre de Carlos lo señala. La mujer repite la acción; esta vez la mujer joven sale, mira a los hombres, lo mira a él, dice algo y entra de nuevo.

La misión regresa, el andar denota el éxito. Preparate nene que te conseguí una minita dice el padre de Carlos.

Carlos ve como las mujeres entran en la casilla rodante. Los hombres deciden entre ellos cuál de las mujeres les toca. Por qué yo la más vieja y gorda protesta el tío Horacio, porque sos el hermano mayor y la más joven es viuda como yo, responde el padre de Carlos y Carlos se da cuenta qué bien aprovecharon los escasos minutos de charla. Espero que alcance la carne desea el padre de Carlos en voz alta y el tío Horacio dice, si mi gorda no entra en confianza...Vos nene, por las dudas, come despacio le dice el padre de Carlos a Carlos.

El aroma de la carne asada se traslada en el humo y la música del hambre crepita en la parrilla. De pronto Carlos observa que las mujeres salen de la rodante, cada una con una fuente como si fueran a entregar trofeos, se interpone un instante de indecisión de frente a ellos. La mujer gorda abre la marcha y las otras la siguen. El tío Horacio es nominado para acortar distancias y ayudar con las fuentes.

El padre de Carlos presenta las damas a su hijo. Beatriz la hija de Ester resulta ser más joven de lo que Carlos suponía quizá tiene veinte años calcula Carlos en una medición que abarca una inocencia a punto de estallar en los ojos, un parpadeo inseguro que los hace enfocar en otro objeto, un beso con destino de pómulo que estalla en el aire, sí, veinte años, no más cierra Carlos el cálculo en su mente.

Está vestida con una pollera corta y una camiseta sin mangas que no le cubre el estómago y donde los senos sueltos danzan libres con erotismo premeditado. El cabello negro grueso y lacio le roza los hombros y el flequillo cortado parejo se alza sobre la línea de las cejas. Una rollinga reflexiona Carlos cuando completa la inspección ocular en los pies calzados con zapatillas de lona.

Se sientan a la mesa, los adultos monopolizan la conversación, la comida y la bebida. El padre de Carlos las atiende con esmero, se repiten las vivas para el asador y Carlos observa que su padre es feliz y piensa en la suerte que tiene él de ser testigo de ese momento.

Luego de las manzanas y naranjas de postre el tío Horacio comienza un cuchicheo con Alicia, la mujer gorda, que consigue atronar el campamento con carcajadas que le hacen subir y bajar las tetas. La conversación del padre de Carlos con Ester la madre de Beatriz es en un tono de confesionario y genera entre ellos miradas melifluas.

Carlos y Beatriz quedan aislados, se ven sin mirar. Los ruidos del camping se apagan y el viento gana protagonismo. Vamos a caminar por la playa se oye decir Carlos dubitativo. Beatriz no responde pero se incorpora. Toman el sendero y sienten crujir las conchillas bajo sus pasos. Se toman de la mano para ascender el médano. Carlos siente en la suya el contacto cálido de la delicada mano de Beatriz y el roce de los anillos cuando la sostiene en la trepada. En la cima los abraza la oscuridad y el rugido del mar los conmueve. Quedan de la mano y así caminan hasta la orilla. Resplandores como ascuas denuncian los cigarrillos prendidos de otros paseantes invisibles en la negrura que lo cubre todo.

Beatriz tiene frío y Carlos imagina los pezones sueltos erizados. Beatriz acorta la distancia y Carlos la abraza y los dos se internan en la profundidad de un beso.

Che, que rápido van ustedes, los sorprende una voz de mujer cuya dueña, alcanzan a divisar, es Ester, la madre de Beatriz con el padre de Carlos que la sujeta de la cintura y se alejan y Carlos escucha que su padre comienza con la teoría de la juventud que asciende y la madurez que observa más cerca de Dios y se convierten en dos bultos oscuros que desparecen y entonces ellos se vuelven a   besar, se retiran de la orilla y se tienden en la arena y Carlos le comenta a Beatriz que si lo desea puede tomar una estrella con solo extender el brazo. Desde el disimulo de su posición Beatriz y Carlos ven pasar, en dirección contraria al padre de Carlos y la madre de Beatriz, al tío Horacio con Alicia, la mujer gorda que deja una estela de risas a su paso.

En la incomodidad de la carpa Carlos piensa en Beatriz, duerme en medio de los dos hombres que se turnan para roncar, no puede moverse, debe intentar dormir boca arriba, no le importa, disfruta del sabor de Beatriz en sus sentidos.

No sabe si está dormido pero afuera llueve y el ruido del agua parece el que produce lanzarla con un balde, entonces razona que está despierto y no sabe si es de día o si sigue la noche. Los hombres duermen y se convence que es de noche y se vuelve a dormir. Cuando se despierta está solo en la carpa y escucha que afuera llueve. Se calza las ojotas y sale, lo primero que ve es a los hombres dentro del auto que toman mate, lo segundo es la parcela de enfrente vacía, recorre el camping con la mirada y no ve la rodante.

El padre de Carlos grita, nene, vení que te vas a mojar todo. Carlos corre al auto y entra, qué había dicho yo ayer, quién ganó la apuesta, Carlos responde, vos viejo y toma el mate. Luego lo devuelve y dice, se fueron...No te dijo nada la minita, era el último día para ellas, dijo el padre de Carlos.

Carlos no responde y la conversación de los hombres le llega fragmentada, por eso aceptaron tirar la chancleta, el último día de alguno es el primero de otro, empezamos bien ¿no nene? Sí claro, lástima la lluvia, dice Carlos y apoya la frente sobre el vidrio húmedo de la ventana del auto.

Carlos Arturo Trinelli, Argentina © 2021

piedrazul@hotmail.com

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade:

  • La mucama y él
  • Anette
  • El reloj
  • Diez
  • El solitario señor X
  • Épica

    Regresar a la portada