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Esta vergüenza, este miedo

Yo no quise incumplir el único consejo que tú me diste, abuela. Ni siquiera recuerdo bien cómo pasó el primer día y por qué estaba tirada en la cama si un segundo antes estaba de pie, junto a las cortinas, mirándolo. Ocurrió tan de repente, me dejó tan confundida, que cuando quise reaccionar él ya estaba en el salón viendo la tele y cambiando de canal cada treinta segundos. Sólo pensé en ti, abuela, en tus setenta años de mujer apaleada y en tus palabras, en la cara que pondrías si supieras que tampoco yo he podido cumplirlo: “nunca dejes que un macho te ponga la mano encima, Carmen, mira en hacerte una mujer que no tenga que dar cuentas a ningún hombre”.

Siempre pensé que eso era algo que le ocurría a las otras. No a mí, abuela, nunca a la mejor de las nietas, a la más lista, a la más guapa, a la que fue a la universidad y se sacó su carrera para no dar cuentas a ningún macho. Todavía no he cumplido los treinta. Todavía no he tenido un hijo. Todavía no me he casado, abuela, vivo con mi novio en un apartamento alquilado que pagamos a medias y que encontramos muy baratito aquí mismo, en pleno centro, muy cerca de su trabajo y del mío. Estamos ahorrando para comprarnos un piso y podernos casar y tener un hijo. Yo también me quiero casar. Yo también quiero tener un hijo.

Ya sé que debería estar viviendo mis locos años veinte, abuela, pero es que no sabía que iba a sentir esta vergüenza, estas ganas de echarme en el sofá y apagar la luz, estas ganas de no ver a nadie con tal de que no sepan lo que me está pasando. Es como si estuviese muy cansada y siempre tuviera sueño. No quiero ver a mis amigas porque sé que no podré soportar sus miradas cuando les cuente que a mí también, que yo también. ¿Cómo les voy a contar esta vergüenza, esta humillación, esta culpabilidad sin culpa, este temor a que todo el que me conoce se sienta defraudado porque a mí también, porque yo también? ¿Con qué palabras les hablo del miedo por la noche, de las palabras con que después se arrastra y de mi perdón casi diario después del beso tembloroso que me estampa en la cara antes de dormirse en esta cama en la que follo poco y cada vez menos?

Me empieza a dar asco mirarme al espejo y reconocer en mí esta debilidad. Yo no quiero ser una de esas mujeres vencidas que salen por la tele, abuela. Yo no, la más lista, la más guapa, la que fue a la universidad y se sacó su carrera para no dar cuentas a ningún macho, la segura, la autosuficiente, la luchadora, la que nunca se iba a dejar pisotear y ahora se maquilla por las mañanas los moratones con un pegotón de crema, la que no consigue ocultar con el rímel la huella que me dejan sus insultos y después se contempla en el espejo, guapísima, antes de irse a trabajar deseando, por Dios, que él tenga hoy un buen día.

Agustín Celis Sánchez, España © 2004

agcelis@eresmas.com

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www.agustincelis.com

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