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El gato

Bruno se acercó al teléfono, que iba por su cuarto timbrazo.
—Sí, ¿dígame?
—Bruno, maté al gato.
—¿Perdón?
—Que maté al gato.
—¿Quién sos?
—Tomás, Tomás Ligotti, de Belgrano.
—Tomás, qué sorpresa. ¿Qué contás?
—Que maté al gato.
—¿Qué gato?
—El gato. Lo maté.
—¿Cómo que lo mataste?
—Le golpeé la cabeza contra el borde del lavabo, repetidamente.
—¿Y por qué hiciste algo así?
—No me pude refrenar.
—¿Y qué querés de mí?
—¿Qué hago con el gato?
—¿Qué hacés con el cadáver…?

En ese momento la mujer de Bruno pasaba por allá y oyó lo del cadáver.
—¿Qué es eso del cadáver? Bruno, ¿en qué andás metido?

Bruno, tapando la bocina y dirigiéndose a su mujer:
—Es Tomás, Tomás Ligotti. Ha matado al gato. Y quiere deshacerse de él.
—¿Qué gato?
—Un gato, su gato, qué sé yo…
—¿Y quién es ese Tomás?
—Un antiguo amigo de la barra. Andá, que luego te cuento.

Volviendo a la conversación con Tomás:
—Lo que debés hacer, Tomás, es ir a un descampado, cavar una pequeña tumba y enterrarlo allí. ¿Entendés?
—¿Cuál descampado?
—No sé. Tú sabrás dónde vives. El que tengas más cercano. O en tu jardín, si tenés jardín. ¿Tenés jardín?
—No.
—Pues entonces meté el cadáver en el coche y llevalo a las afueras. Llevá una pala y lo enterrás. ¿Entendés?

La mujer, que seguía allí en el cuarto, interrumpió.
—¿Por qué te referís al gato muerto como cadáver? Es un gato muerto, no una persona.
—Qué más da. Es un puto cadáver. Es indiferente a quién se aplique la palabra. Un ser que estaba vivo y ahora no lo está. Cadáver, gato muerto, qué más da.
—No me parece apropiado. Llamalo gato muerto. Es más propio.
—Bueno, dejame terminar la conversación.

De nuevo con Tomás:
—¿Has entendido lo que te he dicho? Llevá el cadáver a un descampado, abrí una pequeña tumba y enterralo. Mejor que dejarlo en un contenedor de la basura.
—Tenés razón. Lo haré. Gracias por atenderme.
—Qué decís, somos amigos, y para eso están los amigos.
—Sí. Chau. Ya te diré cómo acaba esto.
—Muy bien. Buenas noches.

Bruno colgó el aparato. Allí, en el cuarto, su mujer le contemplaba con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Vos sabés cómo sonaba esa conversación? ¿Te imaginás que lo escuchara la policía? Dando instrucciones para deshacerse de un cadáver.
—Era un gato no más. Un puto gato. ¿Qué querías que le dijese? ¿Qué lo tirase a un tacho de basura?
—No sé, pero sonaba todo muy raro. ¿Estás seguro de que lo que ha matado es un gato? Igual te pedía consejo para deshacerse de un animal más grande, un caballo, una persona…
—Pero qué decís. Qué imaginación. Deberías escribir policiales. Hala, vamos a la cama. Esta conversación me ha dejado exhausto.

Tres días más tarde, en la comisaría central de Buenos Aires. Bruno está sentado frente al comisario Antúnez.
—Según se desprende de la conversación intervenida al acusado Tomás Ligotti, usted le aconsejó como deshacerse del cadáver de El Gato, un delincuente de poca monta que traficaba con drogas adulteradas.
—Le repito que yo creía que se trataba de un felino, un gato, un animal de compañía. ¿Cómo podía imaginarme que se refería a una persona, a alguien apodado El Gato?
—Pues usted se refirió al muerto como cadáver, y esa palabra sólo se aplica a un ser humano.
—Pero qué dice, cadáver se puede aplicar a cualquier cosa que haya muerto.
—Como una planta, por ejemplo.
—No, una planta no…
—A un ratoncito.
—Bueno…, quizás a un ratoncito sí.
—Entonces, en los laboratorios donde se experimenta con ratoncitos se libran de los cadáveres de esos animalillos enterrándolos...
—Me está confundiendo. Si escucharon las grabaciones le dije que cavara una pequeña tumba, ¿no es cierto? A un hombre no se le entierra en una pequeña tumba, ¿o sí?
—A éste cadáver sí. El Gato medía menos de 1,50 metros. Con una pequeña tumba sería suficiente. Incuso el que usted dijera “una pequeña tumba” es una indicación de que usted conocía al interfecto.
—Pero qué dice usted. Yo no había visto a Tomás en años.
—No le ve en años y le pide ayuda para deshacerse del cadáver de un maleante. Muy extraño.
—Nada de extraño. Él me dijo que había matado al gato. ¿Cómo iba yo a imaginarme que se refería a una persona?
—Pero usted le aconsejó que lo llevara un descampado y lo enterrara. Si de verdad hubiera creído que era un gato le hubiera dicho que lo echara a un tacho de basura dentro de un plástico.
—Pero, por favor, eso no debe hacerse. No se tiran animales muertos en la basura. Es antihigiénico. Lo que correspondería en todo caso es avisar a los servicios municipales para que recogieran el gato muerto.
—¿Y por qué no le recomendó ese procedimiento? En ese caso no estaríamos hablando usted y yo en este momento. Además ha utilizado usted la palabra gato muerto y no cadáver.
—No le dije de llamar al servicio municipal porque lo había matado golpeándolo contra el borde del lavabo. Pensé que sería difícil de justificar ante la junta municipal de retirada de animales.
—Volviendo a la utilización de la palabra cadáver…

Lamberto García del Cid, España © 2021

lambgar@gmail.com

Lamberto García del Cid nació en Portugalete, Vizcaya, en 1951. Es licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Bilbao y reside en Zaragoza.
Ha publicado los libros: Elogio de los falsos trajines (Amazon, 2017), Historias para tiempos extraños (Amazon 2018) y Por el camino de K (Amazon, 2018).

Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade:

  • El poder del augurio
  • El violinista en el estrado
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  • El libro infinito
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  • Manuscrito encontrado en Buenos Aires

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