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El talit de Yosi

La luz del mediodía llenaba el salón de la casa.
–No lo encuentro, Yosi –respondió Rahel mientras buscaba el talit(1) de su esposo–. Estoy segura de haberlo guardado en el lugar de siempre, en la consola junto a los pendientes que me regalaste para nuestro aniversario, pero no está aquí.

Rahel buscaba sin pausa mientras una sombra cálida y tenue se proyectaba al lado del meldado (vela de aniversario), en la estantería del salón. Estaba ansiosa de encontrarlo, pues guardaba una gran valor sentimental. Ella misma lo había bordado durante su chikez(2) para su padre, en el apacible Estambul que la había visto nacer. Era un talit especial, único, que preservaba en su tejido recuerdos y aromas de famiya(3), mezclados con las nuevas experiencias forjadas a lo largo de los años. El padre de Rahel, en su lecho de muerte, pidió que, en lugar de cubrirle en su talit, se lo entregara a Yosi como muestra de cariño.
–Ni modo, no lo encuentro –suspiró Rahel, mientras observaba un tanto incrédula la ligera sombra en la pared.

La luz que se filtraba por las ventanas creaba un espacio sublime y brillante, reflejado sobre las sábanas blancas que cubrían los espejos del salón. Rahel seguía buscando aquel talit mágico que no aparecía, sin prestar atención a los espejos tapados.
–No está por ninguna parte, Yosi. ¿Pero dónde lo has dejado? He mirado hasta en la nevera y, por cierto, no comprendo la cantidad de comida que tenemos: pastelikos de kalabasa, burekas, panezikos, huevos hamizados... No recuerdo haber cocinado tanto...

El timbre de la puerta sonó.
–Ya respondo yo– dijo Rahel mientras se arreglaba el tocado de su cabeza. Al abrir la puerta se encontró con Miriam, su mejor amiga. –Kerida, ¿qué haces aquí? –preguntó Rahel incrédula ante su visita.

Miriam la miró con ojos enrojecidos mientras le daba un abrazo intenso y cálido como la sombra que las observaba. Era la amiga inseparable de Rahel. Juntas llegaron a Estados Unidos como estudiantes para completar sus estudios graduados. Miriam era hija sola, nunca casó y volcó todo su tiempo y esfuerzo en su carrera profesional como pediatra y en su ermanika Rahelika, como le llamaba cariñosamente.
–Rahelika, he venido a recogerte. El haham(4) nos espera en media hora.
–Dame cinco minutos, no encuentro el talit de Yosi... por cierto, ¿has sido tú la que ha traído las burekas(5)? No recuerdo... son de patata y espinaca, como las hacía mi nona(6). Te han salido mejor que a mí.

Miriam se acercó a Rahel y le volvió a abrazar tiernamente mientras le susurraba dulcemente:
–Rahel, no podemos demorarnos, nos está esperando el haham y...Yosi no necesita más el talit.

En ese instante, Rahel dirigió su mirada a la sombra tenue proyectada en la pared. Se apartó de Miriam lentamente y se sentó en el sofá mientras observaba el salón de la casa. De repente, todos los objetos del salón daban la impresión de ponerse de acuerdo y, en fila, uno detrás de otro pasaron en perfecto orden por delante de Rahel: los espejos cubiertos, el meldado, la comida que llenaba la nevera, la visita de Miriam. Cerró los ojos por un momento y entonces recordó: Yosi, su amor de toda la vida, aquel asquenazí bonachón, a quien conoció en la escuela graduada en Boston hace treinta y cinco años, su kismet(7) y compañero de viaje, había partido la tarde anterior, esta vez sin retorno.

....

El funeral pasó inadvertido para Rahel. Solo recordaba sombras que se acercaban para abrazarle, las palabras ininteligibles del haham y unas pequeñas piedras que había depositado en el suelo ayudada por Miriam. Llovía y ya había oscurecido. Miriam le acompañó a casa y se despidió.
–Mañana te llamo, come algo y descansa, kerida.

Rahel se recostó en el sofá. No tenía fuerzas de levantarse para abrir la nevera y saborear los platos que le habían preparado amigos y vecinos. Su boca estaba reseca, incapaz de saborear nada. Sólo quería cerrar los ojos y olvidar que estaba allí. En ese momento alzó la mirada al meldado.
–Pero... no puede ser, si lo he buscado por todas partes...

Al lado de la vela, junto a su fotografía de kiddushin(8), se hallaba el talit. Lo recogió entre sus manos, lo acarició y olió, mientras sus lágrimas se filtraban por su tejido suave de color cremoso y los flecos cosquilleaban las mejillas de Rahel.
–Lo encontraste, Yosi... sabía que estaba aquí, en alguna parte de la casa.

Rahel volvió a recostarse en el sofá. Dirigió su mirada hacia la figura cálida y tenue que proyectaba el meldado. Sonrió, suspiró y cerró los ojos, reconfortada al sentir que aquella sombra la observaba y protegía. De nuevo reunidos los dos, y su preciado talit.

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(1) Mantilla fina utilizada en los servicios religiosos judíos.
(2) “Infancia” en judeo-español.
(3) “Familia”.
(4) “Rabino”.
(5) “Empanadas”.
(6) “Abuela”.
(7) “Destino”.
(8) “Boda”.

David Navarro, España, Estados Unidos © 2023

davidnavarro@txstate.edu

David Navarro, de origen español y afincado en Estados Unidos, es doctor en estudios hispánicos por la Universidad de Western, Canadá, y profesor asociado de literatura medieval en la Universidad de Texas State-San Marcos. Su interés en la historia y literatura medieval ibérica se centra en las relaciones judeo-cristianas de ese período, exégesis bíblica y la representación del judío como "otro" en obras de clerecía y cuentística didáctica. Es antiguo consejero del capítulo Beta-Épsilon de la Sociedad Honoraria Hispánica de Sigma Delta Pi, editor general de la revista de literatura y lengua Letras Hispanas, y miembro numerario de la Asociación Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

Lo que el autor nos comentó sobre el cuento:
Este cuento reúne las emociones mezcladas y confusas que sentimos las personas ante la pérdida de un ser querido. En este caso, el cuento se ambienta en Estados Unidos bajo una protagonista judía de origen sefardí. A través del personaje, se intenta expresar algunas de las distinas etapas del duelo -negación, confusión, aceptación, restablecimiento-, y un mensaje final de esperanza.

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