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Coloquio entre profesores

Sonó el timbre que anunciaba el recreo y estalló un griterío que de inmediato se esparció en el patio.

Como era habitual durante cada receso, se reunieron en la sala de profesores los docentes a disfrutar de un café o una breve charla con sus colegas. El primero en entrar fue el profesor de Física. Se paró frente a la cafetera, se sirvió una taza humeante y se quedó mirando por la ventana.

A continuación vio como entraban uno a uno los docentes a la sala. Notó que llevaban consigo su diaria expresión de hastío o frustración. O ambas en los casos más agudos.

Él había pasado por eso alguna vez. Pero lo había superado recurriendo a la imaginación. Podía evadirse fácilmente de la problemática de ser un educador en una época donde la educación era el menos valorado de los bienes. Creía haber hallado la solución para distraerse y mantener la mente activa a la vez.

Esperó unos minutos hasta que la mayoría de los profesores estuviesen sentados y acomodados. Con mirada disimulada los observó a todos y a cada uno de ellos.

Vio un rostro que no conocía. Un nuevo profesor que revisaba unos papeles dentro de un viejo portafolios. Era calvo y de lentes, de apariencia gris y corriente. Se preguntó qué materia enseñaría. Se dijo que más tarde lo averiguaría.

Y sin ningún preámbulo se acercó al grupo.
—Escuchen esto —les dijo seriamente—, les pido que por un momento dejen lo que están haciendo y guarden silencio. Y fundamentalmente que abran su mente.

Los profesores allí presentes lo miraron con curiosidad y le prestaron atención. Algunos sonrieron, ya conocían los juegos de razonamiento a los que el profesor de Física solía someterlos.
—Quiero que imaginen que están en Alemania, en los primeros meses de 1939. Imaginen que cada uno de ustedes ha sido invitado a la Cancillería del Reich. En pocos minutos tendrán una entrevista personal con Adolf Hitler. Y cada uno de ustedes tiene en el bolsillo una pistola con una bala. Ahora piensen en todo el daño y terror que sufrirá Europa en los próximos años. En los cambios sociopolíticos que resultarán de la Segunda Guerra Mundial y afectan al mundo hasta el día de hoy. Ustedes saben lo que pasará. ¿Qué harían entonces al respecto teniendo ese conocimiento? ¿Dispararían contra el Führer? ¿Lo harían aun sabiendo que no saldrían vivos de ese edificio rodeado de guardias armados? ¿Pueden imaginar el número de vidas que salvarían? Piénsenlo por un minuto, debátanlo y dígame su respuesta.

El profesor de Educación física se removió incómodo en su silla.
—¿Por qué tenemos que hacer eso? —preguntó.
—Es solo un juego. Tómenlo como un ejercicio mental. Nada más —dijo el profesor de Física alzando las manos.
—Ese planteamiento daría para una novela o un ensayo —sentenció la profesora de Literatura.

El profesor de matemáticas negó con la cabeza.
—Eso no tiene nada de lógico, si se hicieran los cálculos de probabilidad pertinentes no habría ninguna posibilidad de que eso ocurriese —dijo seriamente.
—No tiene por qué ser lógico, y sería un momento muy intenso. Digno de ser plasmado en un lienzo —anunció la profesora de arte.

El profesor de Instrucción Cívica parecía perturbado por una situación inabarcable.
—Los cambios sociales que ocurrirían ante ese hecho serían difíciles de proyectar. Y las consecuencias de los hechos que conocemos y que jamás sucederían son inimaginables. El mundo que conocemos sería muy distinto. Y no tendríamos certeza de que sería mejor o peor.

La profesora de Geografía asintió aprobando la idea.
—Y los cambios geopolíticos serían notables. Países, estados y fronteras extintos para nosotros volverían a tener vida en el mapa. Otros países dejarían de existir. Sería una realidad muy distinta a la actual.
—Podría pensarse otra forma de asesinar a Hitler. Podría usarse veneno o una bomba de fabricación casera. Eso podría darle algo de tiempo para escapar de la Cancillería a quien lo hiciese. A menos que no le importara perder su vida —fantaseó el profesor de Química.
—Si, pero no está en la naturaleza del hombre mentalmente sano actuar deliberadamente sabiendo que perderá su vida en una acción. Aunque el fin justifique los medios. Iría contra el instinto de conservación de la especie —aventuró el profesor de Biología.

El profesor de Física observaba satisfecho como sus colegas deliberaban y opinaban al respecto. Solo una persona se mantenía ajena al debate. El nuevo profesor parecía interesado pero no opinaba.
—Muy bien, veo que casi todos tiene una idea formada. Díganme entonces: ¿Apretarían el gatillo?

Sin dudar y a pesar de la amenaza de cambios inimaginables y consecuencias incalculables todos dijeron que sí lo harían a pesar de que eso implicaba un gran sacrificio. Todos excepto el nuevo profesor.

Sonó el timbre que anunciaba el final del receso y el momento de retornar a clase pero casi nadie se movió. Todos seguían absortos en sus propias ideas. El primero en ponerse de pie fue el nuevo docente. Se dirigió a la puerta con cierto disimulo. El profesor de Física advirtió esto y se dirigió a él.
—Señor profesor, no hemos oído aun su opinión.
El nuevo docente detuvo su marcha y se volvió.
—Yo no dispararía —dijo con voz queda para horror y malestar de algunos de los presentes—. De hecho no haría nada al respecto. Dejaría que todo siga su curso aun sabiendo las consecuencias.

En general los que estaban allí sentados pensaban que teniendo el conocimiento y la posibilidad de evitar la futura guerra, debía hacerse algo al respecto. Era una obligación con la humanidad.

Algunos hicieron comentarios de desaprobación por lo bajo. En algún lugar de la sala se murmuraron en un exceso, las palabras “nazi” y “cobarde”. Las que se pensaron y no se dijeron fueron aún peores. Los profesores guardaron un silencio acusatorio. El ambiente se puso súbitamente tenso.

El profesor se dio cuenta de que los presentes esperaban una adecuada explicación. Miró los rostros serios de sus colegas y comprendió que sería un monólogo extenso y tal vez inútil dado que todos tenían ya una férrea opinión al respecto. Miró su reloj. No deseaba llegar tarde a su primera clase en esa escuela.
—¿Y eso por qué sería? ¿Por qué no dispararía? —preguntó el profesor de Física lleno de sorpresa.
A lo que el nuevo docente, antes de salir, respondió:
—Porque soy profesor de Historia.

Walter Fernando Pohl, Argentina © 2021
wfpohl@yahoo.com.ar

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