Cuando el silbido en sus oídos comenzó a hacerse más tenue, los latidos de su corazón se hicieron sentir más fuertes en su cabeza. Miraba a su alrededor el paisaje conocido pero no alcanzaba a comprender donde estaba o porqué le temblaban las piernas. De repente tuvo náuseas y se llevó una mano al estómago. Se dio cuenta de que tenía un fuerte dolor abdominal que también abarcaba su costado derecho. Buscó con la mirada algo que le permitiese constatar su imagen y lo encontró rápidamente.
Suavemente, como si estuviese despertando de un largo sueño, dio unos pasos temblorosos hacia la vidriera del local comercial que estaba unos metros delante de ella. Observó su reflejo en él. Notó que estaba despeinada, aunque elegantemente vestida con un vestido negro de excelente corte y muy maquillada. Miró al suelo y se sorprendió de llevar solamente el zapato izquierdo negro y reluciente. Pensó que ese caro zapato seguramente haría juego con su cartera y comprobó que no llevaba ninguna. Miró su reloj, eran las 21:30 hs.
¿Qué estaba haciendo en esa esquina a esa hora de la noche, adolorida y sin un zapato ni cartera?
Volvió a mirar a su alrededor y observó cómo una ambulancia pasaba rápidamente por la otra esquina de la misma vereda donde ella se encontraba y frenaba abruptamente. Dio gracias a Dios cuando la sirena acalló su aullido.
A través de la media de nylon de su pie derecho notó que la vereda estaba húmeda. Y por los recientes charcos en la calle dedujo que acababa de parar de llover. Lo que le resultó extraño porque su ropa, al igual que su cabello, estaban secos.
Intentó concentrarse, enfocándose en el comienzo de su rutina diaria hasta llegar a ese momento. Se había despertado en la mañana, luego de ducharse y desayunar había ido a trabajar a la oficina. Nada notable pasó, de vuelta a casa se había cambiado e ido al gimnasio. Una hora y media de ejercicios interrumpidos por un llamado a su teléfono celular… ¡Eso era! Las imágenes en su cabeza comenzaban a tener sentido.
Había recibido el llamado invitándola a cenar, por parte del hombre que había conocido en la cafetería del edificio donde trabajaba… ¿Y porque no habría de hacerlo? Después de todo si bien estaba pisando los cuarenta, conservaba una buena figura y era muy consciente del atractivo que ejercía en los hombres. Se sabía bonita y, como reza el dicho, la mujer linda que sabe que lo es, es dos veces linda. Además estaba divorciada, no muerta a la vida social.
Había salido de su casa a la cita con quince minutos de retraso…
Ató algunos cabos y conjeturó que por algún motivo había abandonado el auto en algún lugar.
Se pasó una mano por el cabello tratando de acomodarlo, vio sus dedos cubiertos de sangre y notó que su sien derecha estaba inflamada, caliente y húmeda. Se había golpeado la cabeza y ese golpe era el causante de su conmoción, se dijo.
Había salido de su casa a la cita con quince minutos de retraso y sin poder terminar de maquillarse…
Cerró los ojos por un momento mientras intentaba ordenar sus ideas.
Seguramente por algún motivo, se había golpeado la cabeza y estando aún desconcertada había salido del coche sin saber siquiera adónde estaba. Alguien habría atestiguado lo ocurrido y había llamado a la ambulancia. Seguramente algún estúpido le habría arruinado el frente a su automóvil.
Había salido de su casa con quince minutos de retraso y sin poder siquiera terminar de maquillarse, le faltaba el lápiz labial y estaría lista…
Abrió los ojos y vio parado a su lado al niño del impermeable amarillo que un momento antes estaba en la esquina, la miraba con tristeza y le tendió una mano pequeña y sucia mientras con la otra señaló en dirección a la ambulancia. No lo había visto acercarse. Se sintió mareada.
Ella lo miró y se dijo que si bien el chico era pequeño, había sido lo suficientemente inteligente para darse cuenta de su situación o bien era el testigo que dio aviso a la ambulancia.
¡Pero los paramédicos no la encontrarían en el auto, debía darse prisa y llegar a la otra esquina para identificarse como su dueña y ser atendida!
Había salido de su casa con quince minutos de retraso y sin poder siquiera terminar de maquillarse, le faltaba el lápiz labial y estaría lista. Luego había bajado el parasol y levantado la pequeña tapa que cubría el espejo para verse los labios, y con mucha rapidez y pericia se los había pintado en segundos…
Tomó la mano del niño y le dijo que se apurara. Se quitó el único zapato que tenía para caminar más rápido y al llegar a la esquina se encontró con un espectáculo que no esperaba.
Allí estaban una patrulla policial y dos oficiales, uno de ellos estaba llamando por radio a los bomberos. Tres paramédicos vestidos de chaqueta blanca estaban parados frente a su automóvil y permanecían muy quietos.
Había salido de su casa con quince minutos de retraso y sin poder siquiera terminar de maquillarse, le faltaba el lápiz labial y estaría lista. Luego había bajado el parasol y levantado la pequeña tapa que cubría el espejo para verse los labios, y con mucha rapidez y pericia se los había pintado en segundos, luego de eso había elevado el parasol e inmediatamente a través del parabrisas mojado por la fina lluvia vio encenderse las luces indicadoras de freno del coche que transitaba delante de ella. En un intento vano por evitar la colisión había girado bruscamente el volante hacia la derecha y de repente vio un niño que comenzaba a cruzar la calle…
Finalmente las piezas en su enmarañada mente volvieron a su lugar, y la llenaron de horror. Giró la cabeza para mirar al niño que llevaba de la mano y solo vio a su propia mano fría y húmeda temblando semicerrada en el aire. El niño no estaba con ella.
Un hombre joven hablaba con el otro policía. De repente giró la cabeza y la vio. La señaló y el policía comenzó a caminar con urgencia hasta ella. La tomó firmemente del brazo mientras hablaba. Pero las palabras del uniformado le parecieron en otro idioma. Llegaban a su cabeza como un eco lejano.
Su auto estaba sobre la vereda. El frente abrazaba el poste de cemento que sostenía un tendido de cables negros y oscilantes. Entre el automóvil y la gruesa columna se encontraba el cuerpo de un niño. Podía verse un brazo delgado y una mano laxa colgando sobre un costado. Una cabeza pequeña cuyo rostro estaba cubierto por el pelo mojado y no podía verse con claridad apoyaba su mentón sobre un pecho aplastado. Debajo del paragolpe podía verse un pie diminuto en una postura imposible. El agua del radiador caía intermitentemente en finos chorros y grandes gotas mezclándose con el charco de sangre que había debajo. Lo demás era una masa informe envuelta y contenida por un impermeable amarillo.
Walter Fernando Pohl, Argentina © 2010
wfpohl@yahoo.com.ar
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