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Mamá tiene la culpa

A José Alonso

—Ahora, mi vida es muy triste; pero, al principio, no fue así. Siempre esperaba ilusionado la llegada del verano porque eso significaba poderme ir de casa y de esta ciudad —cuenta un misterioso tipo cincuentón con extrañas marcas en la quijada, en medio de la terapia de grupo—. Me iba los tres primeros meses del año: enero, febrero y marzo, a vivir con mi abuela en su casa de Camaná... eran días realmente inolvidables: ella me contaba historias mientras yo jugaba en la higuera. En ningún otro lugar fui más feliz, ni con otra persona. Ni siquiera con mi mujer o con mi único hijo que ahora vive en Chile, esos son un par de ingratos.

De pronto, se detiene y una tensa atmósfera envuelve a todos los adictos. Él mira al suelo (tal vez buscando algo que nunca encontrará) y luego se frota la cara, como intentando despercudirse. Suspira de forma algo contenida y le da un breve sorbo a la taza de café que les sirven antes de iniciar la jornada nocturna que suele durar casi tres horas. Luego, por fin, puede proseguir (aunque quizá no debería hacerlo):
—Ayer fue el cumpleaños de mi mamá —les informa con un semblante apesadumbrado, nunca antes lo habías visto en otra terapia grupal, ¿era nuevo?—. No la llamé, ni siquiera le envié un mensaje por WhatsApp. No me dio la gana y punto. Sé que mis hermanos la sacaron a comer a una picantería y le compraron una torta de chocolate. Ellos también saben que ella fue una mierda conmigo, no pueden ser tan tontos, yo sé que saben todo; pero le pasan la franela porque andan pensando en que cuando ella por fin se muera podrán repartirse la casa y las chacras de Camaná… hablando de la muerte, yo me asusté la primera vez que vi bien borracha a mi mamá. Pensé que se iba a morir y me dio mucho miedo. En serio, me puse a rezar el rosario, de rodillas y al pie de su cama. Ahora, en cambio, creo que sólo cuando ella se muera voy a estar un poco más tranquilo. Ella tiene que morirse para que yo pueda tener paz. Mi mamá tiene la culpa de que yo empezara a perder el control de mi vida y tiene que pagar por eso.

Te quedas estupefacto luego de semejante confesión. El tipo acababa de decir que esperaba que su progenitora se muriera. Nunca antes escuchaste algo así. Sabías que muchas veces uno odiaba al padre (inclusive a ti te había pasado); pero, a la mamá, era otra vaina. Algo bien jodido. Te llenas de inquietudes mientras él le da otro sorbo a su café.
—Les puedo parecer una basura porque no saben las cosas que yo he vivido con esa mujer enferma. Mi mamá era alcohólica pero nunca hizo terapia, porque también era ignorante. Era muy necia, por no decir una palabra más fuerte. A veces llegaba borracha y me hacía extrañas caricias... yo ya estaba entrando en la pubertad... sí, me pedía que tuviéramos relaciones. Eso me pasó, no una, sino varias veces. La primera vez que me embriagué, fue con ella. Nos huasqueamos con chimbango y terminamos en la cama: me hizo sexo oral. Mi papá estaba en Desaguadero, había ido a recoger mercadería con mis hermanos mayores. Creo que fue la primera vez que tuvimos intimidad. Yo me sentí muy mal y al día siguiente me eché a llorar. Ella se hizo la loca: no pasa nada si no hablas, me advirtió. Si tu papá se entera, a los dos nos mata. Yo rezaba todas las noches, siempre el rosario enterito y de rodillas, para que llegara el verano y así irme a Camaná con mi abuela: ella fue mi única y verdadera mamá... porque a la otra la odio y la quiero ver bien muerta.

Ahora sí se echa a llorar mientras otro hermano le alcanza un poco de papel higiénico y enseguida le da un abrazo.
—¿Va a seguir, hermanito? —le pregunta quien dirige la sesión y todos esperan que diga que no, que ya fue suficiente con el asunto de la pederasta incestuosa. Sin embargo, ocurre lo contrario.
—No sólo soy alcohólico, sino más que todo un traumado sexual o como se le llame. Para mí no ha sido fácil casarme ni tener una familia. A ellos los he castigado, les he jodido la vida por culpa de mi madre. Con mi esposa, por ejemplo, todavía vivo bajo el mismo techo. Estamos casados más de treinta años, incluso compartimos la cama pero somos como dos amigos... no tenemos relaciones hace más de unos diez años, ya ni me acuerdo. A veces, en la ducha, me masturbo, lo reconozco. Pero no lo hago por morboso o por necesidad, no se equivoquen conmigo, ah... ¡lo hago por mi próstata!, no quiero que se me joda porque a mi padre se le jodió y el cáncer se lo cargó bien rápido. A mi papá nunca le pude contar la verdad, porque tenía miedo de que nos matara como me advirtió mi mamá. Cuando dicen que la madre es la persona que más nos ama y que madre sólo hay una, yo pienso que a mí me tocó el diablo. Esa locura me llevó al trago y después a las otras drogas, ¿me entienden?

Pasadas las nueve de la noche finalizó la terapia. Fue una jornada pesada, durísima y sobre todo triste. Algunas confesiones te dejaban sacudido, trastornado. Hacía frío y te dieron ganas de beber con urgencia. Sacaste el celular de tu bolsillo delantero del pantalón. Buscaste deprisa en el directorio e hiciste la llamada. Cuando ella te contestó se lo dijiste, emocionado: "Mamá, te quiero con todo mi corazón".
—¿Por qué me dices eso? —te preguntó ella, inquieta— ¿No estarás otra vez tomando, no?
—No, mamá. Estoy bien.

Colgaste y súbitamente te pusiste a llorar mientras mirabas el cielo: “La luna llena siempre me pone medio huevón”, pensaste con locas ganas de conseguir un poco de licor.

Arequipa, 4 de febrero de 2025

Orlando Mazeyra Guillén, Perú © 2025

mazeyra@gmail.com

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