Perdóneme usted, enfermera, su nombre era Teresa ¿no?, gracias Teresa. Perdóneme usted, es que hoy tengo un día sensible, pero estoy feliz también porque hoy es martes y los martes viene Betina. ¿Sabe? Agoto mis horas buscando recuerdos en mi agotada memoria, los catalogo, los organizo. Por colores, temas, medidas y los archivo luego. Y todos los días repaso los que ya tengo archivados y me esfuerzo por recordar más, para catalogarlos y luego archivarlos para luego repasarlos día a día y así sucesivamente, así pasan mis días, así cuento los días, así tomo contacto y noción del tiempo, ese recordado amigo a quién siempre respetamos pero nunca jamás temimos porque teníamos un acuerdo tácito de no hacerlo jamás. ¿Por qué hoy pone tres medidas? Está bien, ya sé que no va a contestarme, ya me enteraré cuando lo converse con el doctor pensando que yo estoy acá sin poder escuchar lo que dicen. Le decía, tengo todos mis recuerdos allí organizados, como el del día que conocí a Betina. Cuando apareció aquel mediodía de junio por la puerta del comedor fue como nacer de nuevo. Quizás usted no sepa de qué le hablo, es que el cielo no se abre todos los días y los ángeles no bajan todos los días y quizás usted no haya tenido la oportunidad de presenciarlo nunca. Yo sí, por suerte, Dios me dio esa suerte. Era un día claro y luminoso y estábamos almorzando con algunos compañeros como todos los días. Y ella entró junto con dos personas más, que a su lado eran insignificantes, al lado de Betina todo el mundo tiene destino de adorno, de decorado, de circunstancia. Por eso le digo, si alguna vez le pasó entonces sabe de qué hablo, sino no. Ese día yo supe que lo del amor a primera vista es posible, yo me enamoré de ella de esa manera, con el movimiento inicial, con el primer rayo de su luz que rozó mi piel, con la primera noción de su existir.
Yo había soñado ya con ella antes de aquel día doctor, sólo que no lo supe hasta tiempo después. Fue el sueño más hermoso que tuve jamás y el que más vívidamente recuerdo además. Yo caminaba en una tarde de sol espléndida por una peatonal (que se me hace que era calle Córdoba, pero no sé por qué) y había muchísimas personas ese día en la calle, cientos de personas caminando. Yo iba tranquilo, mirando a la gente pasar, pensando en cosas diversas, en proyectos, el trabajo, la facultad. De repente dirigí mi mirada hacia un lugar determinado, puntualmente hacia un rincón, como si una fuerza universal que no pude ni hubiese podido jamás controlar ni desobedecer me hubiese forzado a hacerlo, como si mi destino llevara escrito en letras de fuego indelebles que yo debía mirar en aquella dirección. Una mirada que miraba a mis ojos me encontré, una mirada ajena a un cuerpo, desprovista de humanidad, andrógina, etérea. Pero dulce y llena de armonía y de paz. Esa mirada se me acercó e instantáneamente quedamos en absoluta soledad en aquella peatonal hasta hacía un instante (¿existe acaso el concepto de tiempo en los sueños o es simplemente un deja vú de la vigilia?) poblada de peatones. Quedamos solos y yo no atiné a decir nada, entonces la mirada rompió el inmenso silencio y sólo dijo:
- Te encontré. Por fin te encontré. Tanto tiempo buscándote y por fin te encontré.
Entonces me abrazó con sus brazos incorpóreos y ocurrió lo mágico, una sensación de amor inmenso, de paz consumada para siempre, una sensación de cielo ganado me recorrió el cuerpo y el alma en un estremecimiento violento y a la vez profundamente agradable y sensacional. Un respirar de aromas de flores, un sonido infinito de olas del mar. Quise que dure para siempre pero sabía que lo inevitable iba a suceder, en algún momento debía terminar. Y ocurrió: lentamente nos fuimos separando y el abrazo comenzó a llegar a su fin en un desgarro espiritual que supo a derrota infernal. La miré con toda la tristeza que en ese momento invadía mi ser por completo y sólo tuve fuerzas para pronunciar algunas palabras fatales.
- ¿Ya te vas? ¿Nos volveremos a ver?
Entonces la mirada se tornó aún más dulce y celestial y con una voz que me hizo recordar a todas las madres del mundo simplemente respondió:
- Sí, ya nunca más nos vamos a separar, ahora que finalmente nos encontramos ya nunca más nos vamos a separar.
- ¿Pero... cómo? - empezaba a decir con un temblor que provenía del miedo.
- El abrazo. Recuerda siempre lo que sentiste en este abrazo, así cuando nos encontremos fuera de este sueño, y nos abracemos, entonces sabrás que soy yo. Así podrás reconocerme.
Y desperté. Desperté en un éxtasis inmenso que en vano intentaría describir, abrí los ojos a la luz de la mañana y continué soñando despierto. Soñando, recordando, soñando. Recordando. Sin moverme siquiera para no romper ese ínfimo hilo de plata que nos une con el sueño recién abandonado. Dios sabe que quise volver a dormirme, quise hasta la desesperación volver al sueño soñado para volver a ver a la mirada que ya amaba. Para volver a soñar con el amor que me había mirado a la cara.
Hola Tina, ya te extrañaba. A veces pierdo la noción de los días y las horas y pienso que ya no vendrás y que me has olvidado y olvido las palabras imprescindibles. Y me angustio hasta un límite que no existe en tu imaginación y sufro como nunca y como siempre. Y entonces tú te apareces por esa puerta como de costumbre con ese aire de que todo está bien, mi amor, y yo renazco, Betina adorada. Es tan difícil, créeme, sobrevivir cada día. Hoy tus ojos están más bellos que nunca, sí ya sé que siempre te digo lo mismo pero es que tus ojos son más bellos a cada instante y tu sonrisa, oh Dios, ¿cómo es que puedes llevar tanta belleza en una simple sonrisa? Recién le contaba al doctor sobre mi sueño. Y pensar que tuvieron que pasar casi cuatro largos años hasta que te reconocí indudablemente. Estábamos en el parque España ¿te acordás? Yo te hice cerrar los ojos y cuando los abriste tenías una flor frente a ellos. Aún no entiendo como esa flor no pereció al instante marchita por tus ojos increíbles como el sol. Fue la primer flor que te obsequié y creí que iba a morir cuando envuelta en tu tímida coraza me reprochaste el atrevimiento. Charlamos largo rato y luego cuando el sol se ponía lentamente tras las islas y el río marrón comenzaba a tornarse más y más naranja me abrazaste levemente. No fue un abrazo fuerte sino todo lo contrario, temías abrazarme con las ganas que te venían y temías que tu abrazo dijera muchísimo más que lo que tus tímidas palabras ocultaban. Así y todo, Betina querida, tu abrazo lo dijo todo. Me dijo que eras tú y si bien no cayeron lágrimas de mis ojos en ese momento, si bien cuando el abrazo terminó al cabo de escasos instantes que supieron a eternidad no dijimos palabra, solamente nos miramos tiernamente y nos despedimos por ese día, Dios sabe, amada mía, que mi corazón lloró en silencio millones de lágrimas de amor y agradecí al cielo que me haya bendecido de aquella manera y recordé y bendije cada centímetro del camino que me había llevado a tu lado. Es tan grande y tan sagrado y tan sublime nuestro amor, Betina, por eso nunca dudé de él ni un segundo, ni en nuestras peores crisis. Por eso supe con la certeza de quién cree hasta la insanía cuán reales eran las palabras que escribiste a modo de dedicatoria en el libro que me diste cuando partí en aquel viaje fatal. Las palabras imprescindibles, Betina. Escribiste “Te esperaré siempre” y yo supe todo lo que significaban apenas mis pupilas las archivaron en mi memoria. Y hoy vienes día tras día a verme, a cuidarme, a leerme a Cortázar y a Borges y a Neruda, y me pones cintas de Sabina y Serú, y me acaricias, y me hablas sospechando que yo te escucho y estando en lo cierto. Y yo te hablo, yo sé que me escuchas de alguna manera. Y cuando te vas yo vivo en un desierto tan inmenso que no cabría en el mundo y sólo me mantienen vivo los recuerdos que tengo archivados. Los tengo catalogados, ¿sabes?. Me mantienen vivo los recuerdos y las palabras imprescindibles (Te esperaré siempre). Y sé que lo harás porque yo lo haría y porque me lo juraste mientras nos amábamos una noche de verano y porque me lo escribiste en el frente de un libro la tarde que mis manos rozaron por última vez tus mejillas empapadas de lágrimas (Te esperaré siempre).
Ahora que te has ido yo sigo aún disfrutando la fragancia a ángel que dejas en el aire, flotando. Como cuando te levantabas por las mañanas para ir a trabajar, una hora antes yo. Esa hora yo vivía de tu fragancia, dejaba que me sorprenda y lo lograba cada día, mientras luchaba adormilado para ir despertando. Y ese estado de sueño consciente es tan parecido al coma. Este coma del que soy prisionero hace más de tres años ya, que me convierte en un espectador de lujo del dolor de aquellos que me quieren de alguna manera, de mi Betina, de mi madre a quién ya no veo (sospecho que algo le ha ocurrido pero nadie ha hablado de ello adelante mío), de mis amigos que me visitan cada vez menos y me olvidan cada vez más. Esta muerte en vida es tan atroz. Y yo sé que los doctores perdieron ya todo tipo de esperanza en mí y lo sé porque los he escuchado hablar, incluso los escuché la vez que le mencionaron a Betina la posibilidad de la eutanasia. Gracias a Dios Betina enfureció y les dijo de todo a los doctores que se piensan que saben todo y ni siquiera son capaces de darse cuenta que yo estoy aquí escuchando, que quieren quitarme la posibilidad de vivir y de respirar y de seguir amando y recordando. Y Betina los sacó volando (Te esperaré siempre) y les dijo que ella jamás aprobaría semejante atrocidad y que iban a tener que pasar por sobre el cadáver de ella para tocarme un pelo a mí. Me sentí tan orgulloso de ella aquel día. Sentí tantas ganas de llorar y decirle cuánto la amaba y sentí tanta impotencia de no poder hacer nada de eso. No hay peor cosa que no poder decirle a alguien que lo quieres, es un fuego que te quema el alma hasta los huesos y no te deja vivir en paz jamás. Cuántas cosas he aprendido en este tiempo, cuántas cosas haría de diferente manera si Dios me diese una segunda oportunidad. Cuántas veces diría a Betina que la amo con toda el alma, que no puedo vivir sin ella, sin su presencia necesaria en mi vida. Y si partiese de su lado aunque sea por un instante jamás me iría sin despedirme como si la partida fuese para siempre. Haría de cada beso, el último beso. Y lo haría como si el mundo fuese a derrumbarse un segundo después. Como aquella noche de lluvia infernal en la que nos besamos como nunca en la parada del colectivo mientras el agua nos ahogaba y nos daba vida nueva al mismo tiempo. Tengo aún ese recuerdo mojado de su pelo enredado entre mis dedos y sus ropas chorreando agua y pasión a baldes.
Buenos días doctor, pasé una noche mala, casi no pude dormir y me asaltaron recuerdos ingratos que me hacen pensar que ya debo partir. Verá, estar en el coma es como encontrarse en una sala de espera esperando que llame la vida y esto puede ocurrir rápido o puedes estar allí esperando y esperando y esperando o simplemente puedes levantarte e irte en dirección a la calle. La calle es la muerte que nos observa ansiosa, es esa mujer celosa de nosotros que nos quiere para ella y no ve la hora de tomarnos y poseernos para siempre. La muerte o la espera indefinida, eso es este terrible coma. Y yo hay veces que me canso de esperar y quiero levantarme e irme a descansar con esta dama eterna. Y lo haría si no fuera por Betina. Si no fuera porque la última vez que pude besar sus labios rojos como el fuego ella me regaló un libro donde escribió una dedicatoria que descubrí dos días después (Te esperaré siempre). Yo moriría definitivamente doctor, si no fuera por esas palabras. Yo moriría definitivamente si no fuera por las palabras imprescindibles.
Andrés Barbaro, Argentina © 2003
barbarodelacruz@gmail.com
Andrés Barbaro, de 27 años y nacido en la ciudad de Rosario (Argentina), aún reside allí. Casado y padre de un niño, actualmente estudia la carrera de Ingeniería Industrial en la Universidad Católica Argentina y es empleado de una importante empresa productora de automóviles. A los diez años de edad, tomó casi por casualidad un libro de poemas de Alfonsina Storni y descubrió en esos versos un universo maravilloso que ya no lo iba a abandonar jamás. Ese mismo año comenzó a escribir sus propios versos y cuenta al día de hoy con una colección de más de cuarenta poemas de su autoría. Fuertemente influenciado por las lecturas de maestros cuentistas como Jorge Luis Borges, primero, y Julio Cortázar después, comenzó a escribir cuentos en 2000, género literario que hoy prefiere por sobre el resto. Además de los ya citados Borges, Cortázar y Storni, Barbaro también admira a escritores como García Márquez, Saramago y los poetas Neruda, Jorge Teillier y Juan Gelman. En 1998, él y un grupo de amigos también apasionados por las letras, crearon "La Sociedad de los Poetas Vivos" un grupo de debate literario del cual confiesa haberse enriquecido mucho. En 2002, su cuento "La luz mala" obtuvo el primer accésit en el Concurso Internacional de Cuentos "Enrique Labrador Ruiz" organizado por el Círculo de Cultura Panamericana en New Jersey, EE.UU.
Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
"Las palabras imprescindibles" busca presentar y reivindicar al amor
verdadero como fuerza universal capaz de sobrevivir a cualquier
circunstancia o azar en la vida de un ser humano. Cargado de algunas
vivencias personales, este cuento fue concebido por el autor como una
declaración de vigencia, aún en los tiempos que corren, del amor inmortal
entre un hombre y una mujer, poniendo en evidencia su fuerza única, su
poder salvador y su sagrada eternidad.
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