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La novedad

Decidimos apartarnos del mundo por un tiempo. Ninguno de los dos estaba a gusto con lo que hacía; de hecho, me atrevería a decir que ni siquiera estábamos conformes con nuestra vida en común, por más que los dos evitásemos hablar del tema. Primero fue el despido de Adela, después mi baja laboral por aquel maldito accidente, las sucesivas operaciones, la desgana por buscar planes alternativos, los problemas con la familia y amigos más cercanos… Poco a poco, nuestro círculo se fue cerrando y, por si esto no fuese suficiente, un virus desconocido y peligroso circulaba como la peste por la ciudad, llamando de puerta en puerta.

Recordamos aquella cala. La pequeña casita que había sido nuestro refugio tantos veranos. La teníamos tan abandonada que prácticamente estaba a punto de caer. Apenas cuatro tablas y dos tabiques. Salón comedor con habitación incluida, separada por una puerta corredera y el cuarto de baño. Suficiente para los dos. Estábamos tan perdidos, cada uno en su propio laberinto, que no podíamos perdernos más. O eso creíamos. Preparamos un petate con lo básico y arrancamos en el viejo Audi. Conduje de un tirón los casi 800 kilómetros que separaban la Ciudad Condal de la playita en Cantabria. Solo paraba para comer y para mear. Adela se ofreció a llevar el auto a la mitad de trayecto para que yo pudiese dormir, pero no quise. El insomnio se me había instalado entre ceja y ceja desde hacía días y cada vez que pegaba ojo era para despertar a los pocos minutos sobresaltado, bañado en un sudor frío y con el corazón en la boca. Había dejado la medicación. Adela no sabía ni que había empezado a tomarla, pero como ella estaba sumergida en su propio estado de estupor, nada me preguntaba. Deambulaba por casa como sonámbula y, mientras yo veía películas de la época dorada de Hollywood, ella salía a la terraza a fumar compulsivamente, sin separarse de sus auriculares. No sé que demonios escuchaba a todas horas, si música o vídeos de autoayuda en YouTube a los que era tan aficionada. A veces nos cruzábamos por el pasillo y murmurábamos palabras de mera cortesía (también llamada hipocresía), fingiendo interesarnos el uno por el otro:
—¿No eres capaz de dormir?
—No. Me ha desvelado la alarma de un coche y no soy capaz de pegar ojo. Voy a beber un poco de leche —respondía yo.
—Me he levantado al baño, voy a fumar un cigarro y vuelvo a la cama —decía ella.

Los dos asentíamos a la excusa del otro como en un acuerdo tácito de no estorbarnos en nuestras neuras y soledades, que habían aumentado tan deprisa que ni siquiera éramos capaces de compartirlas. Sin saber cómo, nos habíamos convertido en dos extraños que convivían, como esos viejos edificios a punto de derrumbarse que forman parte del paisaje diario.

Los primeros días en la cala nos aportaron algo de tranquilidad, pero, al mismo tiempo, el hecho de instalarnos allí los dos solos fue como una reafirmación de nuestro propio encierro individual y aislamiento, llevado a su máxima expresión. Lo nuestro comenzó a cambiar una mañana. Me había impuesto la costumbre de bajar temprano a la playa, en el intento de forzarme a hacer ejercicio. Estaba paseando por la orilla cuando la vi: una botella de vidrio sucio, con tapón de rosca, varada en la arena. La cogí por inercia y me puse a lavarla, sin detenerme a pensar por qué diantres lo hacía. Uno hace a veces cosas así: dibuja arcos en un papel mientras deja la mente en blanco, tararea un estribillo mientras escucha a un pariente hablar por teléfono, se fija en la telaraña de la esquina del fondo al abrir la puerta del garaje… Todos lo hacemos, en mayor o menor medida. Cuando acabé de lavar la botella con el agua de mar la contemplé como si la estuviese viendo por primera vez. Estaba tan reluciente que decidí llevármela a casa. La coloqué en mi rincón favorito. Estuvo allí un par de días. Al tercer día, la tomé en mis manos, introduje en ella una carta que escribí como grito de náufrago y la llevé a la playa. La puse entre las rocas a las que solía acercarse Adela, sin detenerme a pensar qué buscaba con aquel acto. Ese fue el primer mensaje de muchos. De allí a tres días encontré dentro una respuesta.

Manuela Vicente Fernández, España © 2022

enmafernan@gmail.com

@ManuelaVicenteF

Manuela Vicente Fernández es de Viana do Bolo, Ourense, España. Es escritora, redactora y columnista literaria. Dirige y coordina el blog grupal nosotrasqueescribimos.blogspot.com, que nace con el objetivo de visibilizar la literatura femenina actual. Es integrante del equipo de redacción de la revista cultural Moon Magazine, en la que pueden leerse varias de sus reseñas literarias; labor que realiza también en la revista Culturamas. Es socia de AMEIS (Asociación de Mujeres Escritoras e ilustradoras) así como del colectivo REM (Red Internacional de Escritoras de Minificción). Ha coordinado y coeditado el libro solidario Recetario de Cuentos (grupo Nosotras, que escribimos) en beneficio de la AECC.
Recibió el segundo premio del III Certamen Internacional de Microrrelatos Ribeira Sacra y ha sido finalista en los siguientes: II Certamen de Microliteratura Solo50, I Premio de Relato breve Las Nueve Musas, I Certamen Luna Literaria, V Premio de Microrrelatos Manuel J.Peláez, II Premio de Relato breve Las Nueve Musas, III Premio de Relato Breve Las Nueve Musas, I Certamen María de Molina 24 Ediciones, I Concurso de Microrrelatos Punto Gal en colaboración con la RAG.
Ha sido representada en varios festivales poéticos como el XXXIII Encuentro poético celebrado en A Rúa de Valdeorras (Ourense) y otros de la comunidad valenciana. Finalista en el I Certamen internacional en homenaje al poeta Mario Benedetti (Cerezo Ediciones), finalista en el I Premio Las Nueve Musas Poesía 2020 con el poemario Piel Atópica, publicado por Las Nueve Musas Ediciones.
Parte de sus relatos y microrrelatos han sido seleccionados y publicados en más de una veintena de antologías y libros colectivos (como los colectivos Valencia Escribe o Canyada D’Art, entre otros).
Integrante de la Asociación de Escritores Solidarios Cinco Palabras, ha participado en varios libros benéficos, así como en la antología Femenino Plural (Caballo Cuatralbo Ediciones) en beneficio de la Asociación Clara de Campoamor.
También ha participado en numerosas revistas y periódicos y medios digitales, tanto nacionales como internacionales. Y cuenta con un blog que es su bitácora personal:
lascosasqueescribo.wordpress.com

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