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Artículo 58

El viejo Karolek tiene una vaca. La vaca se llama Luba. Un pálido sol de invierno cae sobre su pequeña granja y lame las tablas del viejo corral. En los últimos días Luba ha entregado muy poca leche y Karolek piensa si deberá hacer el largo camino hasta el congelado río Lena en un intento de aparear a Luba y negociar por la cría. Seguramente si es un macho se lo podrá quedar y si es hembra pertenecerá, como lo dicta la ley, al viejo Iván.

El viejo Karolek abre la puerta del corral y alcanza a ver el movimiento rápido de una figura parduzca, la abuela Akulina, escapando rápidamente por entre las tablas precarias del fondo. Entiende ahora por qué las ubres de la vaca están rindiendo menos y con enojo mira los entornados párpados de la lechera. Siente el frío de la tarde y un viejo rencor florece en su pecho.

La abuela Akulina perteneció a los kulaks, granjeros ricos poseedores de la tierra, de esta tierra y, después de la Guerra Civil, todo le fue quitado, pasando a manos del Estado. Vive ahora en una pequeña isba alejada del koljós, menos que una cabaña, en la periferia de la granja colectiva que agrupa lo que antes fuera su propiedad. Nadie quiere a la anciana; su pasado burgués se disuelve en el papeleo del gobierno bolchevique, pero los campesinos rusos tienen memoria.

En la reunión de distrito, el viejo Iván ha leído en voz alta el Código Penal sobre las actividades contrarrevolucionarias, todos han prestado atención, saben que eso significa el inicio del estado de la sospecha. Se requiere que todos espíen a todos y denuncien las actividades ilegales. Las requisas son la moneda del Estado. En esta situación de pobreza colectiva, la posesión de un conejo de más, o del acopio de una bolsa de grano, lleva a la visita de un funcionario, a la declaración de ser enemigo de los trabajadores y a seis meses de trabajos en un gulag en Siberia. La muerte siempre llega puntual antes de ese plazo.

La abuela Akulina solloza detrás de la puerta endeble de su isba, todavía tiene en los labios el sabor de la leche de la vaca del viejo Karolek. Ha estado visitando el corral durante los últimos dos meses y ha logrado subsistir. Tiene también una huerta diminuta y casi estéril, solo unos nabos y algunas coles agrias. Camina todas las mañanas hasta el centro del koljós, acarreando un agujereado balde de lata para conseguir un poco de agua humilde y sucia.

No confía en nadie, todos la han traicionado. Ya en el ’17 Lenin la había declarado enemiga del pueblo y al año siguiente le habían expropiado todas sus posesiones. Se sentía un árbol despojado y sin raíces, a punto de caer. Ahora, quince años después, nuevamente vuelve a ser la enemiga de los trabajadores, puede ser denunciada y enviada a un gulag, donde seguramente morirá. Sabe que el dueño de la vaca puede inventar cualquier pretexto y entregarla.

La abuela Akulina escucha unos golpes secos en la puerta. Unos golpes que no suenan muy fuertes, discretos tal vez. La abuela Akulina tiembla, presiente que su hora ha llegado. Lentamente, con entereza, se da vuelta y levanta la precaria traba de madera, abriendo la puerta al frío atardecer. Alza la vista para enfrentar, con la última furia que le resta, el rostro del Estado.

En la entrada encuentra al viejo Karolek, temblando también, que la mira y, en silencio, como escondiendo un secreto, extrae un tazón de leche de debajo de su abrigo y se lo alcanza, ya en las sombras de la entrada. La mirada de Karolek no es ya la misma de antes, pero su corazón aún late fuerte y su pulso es firme, no ha derramado una sola gota en el largo trayecto desde el corral. La abuela Akulina gime, y se estremece de gratitud y cautela, mientras el viejo enemigo camina por el sendero de nieve sucia hasta su granja.

Jorge Lacuadra, Argentina © 2019

jorgelacuadra@gmail.com

Jorge Eduardo Lacuadra nació en Santa Fe (Argentina) en 1971. Estudió en la Escuela Industrial Superior recibiéndose de Técnico Mecánico-Eléctrico. Comienza a escribir a una edad temprana poemas y prosa. A partir de 2002 reside en Córdoba (Argentina). Ha publicado tres poemarios: Distancias oceánicas, Editorial Luna de marzo; El olvido de la luna, Editorial MRV – Editor Independiente; y El silencio de la rosa, Editorial MRV, en cuyo Certamen Internacional El Molino, obtuvo el 2° premio. Participa en la Antología Cuentos y poemas - Lo mejor de Rumbos, de Editorial Rumbos libros. Participa en la Antología de cuentos WhiteStar, y en la Antología Poética de Post-Vanguardia. Desde el año 2015 integra La Conspiración de los Fuleros, grupo de producción literaria de la ciudad de Santa Fe, editando tres libros de cuentos Conspiración Año Cero (2017), Puertas Adentro – Historias de una Santa Fe Extraña (2017) y el Especial de Ciencia Ficción Fabulosos Relatos de Otros Mundos (2018).

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Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
A pesar de que el término “Enemigo del pueblo” es un término que se empezó a utilizar en la Revolución francesa para designar a los enemigos del régimen y antes aún es mencionado en la legislación romana como “Enemigo público”, es durante el régimen de Stalin que, emanando de sus tesis de lucha, las clases “enemigas” son recogidas en el Artículo 58 del código criminal de la Rusia Soviética. La frase "enemigo del pueblo" fue utilizada por primera vez en 1917 en los panfletos del Comité Popular en su lucha contra la contrarrevolución y en una sesión por Lenin. Siempre me llamó la atención esta lucha de clases, cuando en esencia todos somos humanos con capacidad para la misma calidad de vida. Ese estado de derecho en el que el “Artículo 58” era carta blanca para que la policía secreta arrestara y encarcelara a cualquier sospechoso, haciendo de ella un arma política. Una persona podría ser incriminada solo por sospechas o una denuncia falsa. Si la persona era declarada inocente, no haber informado del incidente también la haría pasar por prisión. En base a esto quise crear un cuento minimalista, una especie de pequeña fábula, donde a pesar de lo diminuto de los personajes y de la acción, el Artículo 58 pesara y gravitara como una presencia que lo rigiera todo, dictara los comportamientos y aun así no estuviera todo perdido.

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