Algunos dicen que parezco turista en mi propia tierra, y puede que así sea. Tal vez sea porque cargo con mi cámara para todos lados, la cual no tiene flash por falta de presupuesto, y con ella le saco fotos a todo, como los gringos (yo tomar foto al charrito con mi camera Star 35 mm); pero cabe aclarar que yo no uso, como ellos, los huaraches y los calcetines al mismo tiempo. De cualquier manera, desde lejanas tierras vengo a visitar a mi patria chica, recorriendo 1364 km desde el sur más o menos.
Me tomé unas vacaciones porque sentía mi cerebro agrietado como un volcán justo antes de la erupción. Y sí, realmente descansé durante unos días, pero luego me percaté de que mi cura de reposo había llegado un poquito tarde.
El día que la tierra se resquebrajó por completo yo estaba paseando por el centro de la ciudad. Ocurre de esta manera: visito museos históricos de la Revolución (algunos con la fachada agujereada a balazos) e iglesias, unas olvidadas y otras llenas de v iejitas con rosario y mantilla en la cabeza.
Me arrodillo en una capilla y en la banca de enfrente, un viejito reza en voz alta recordándome un medievo oscuro y supersticioso. Un joven estudiante de arquitectura, muy estirado, da unas conferencias sobre el estilo churrigueresco de los altares. No me quedo a oírlo. Prefiero escuchar al viejito de la capilla y lo siento más real que al conferencista, que no acaba de encajar bien en el ambiente polvoriento del templo. Respiro más profundamente y el olor a cera se me mete en las venas, haciéndome sent ir muy joven entre todas esas cosas viejísimas.
Me santiguo y salgo para tomarle una foto a la fachada, procurando que salga bien centrada la pila bautismal del frente y tratando de captar alguna paloma en pleno vuelo.
Hasta aquí todo va bien. No me han asaltado y todavía no me detiene la policía con la esperanza de conseguir una "mordida".
Camino lentamente por las calles adoquinadas. El día es hermoso y la brisa mece suavemente la ropa en los balcones...¿qué es eso tan feo? No puede ser lo que estoy pensando, no de ese tamaño. Pero una señora sale al balcón a regar los geranios y se lo encuentra, aferrado con las patas al enrejado negro. Ella grita agudamente y tira la maceta de barro, que se estrella en el concreto haciéndose polvo de ladrillo. Esto llama la atención de la gente, que señala hacia el balcón y mira al enorme bicho con los ojos desorbitados, atravesando la calle sin fijarse. Y yo allí parada como idiota, y casi no me doy cuenta que cojo mi cámara y comienzo a tomarle fotos. Foto #7: El extraño insecto mostrándonos su tórax, ya que está agarrado de la parte interior del balcón. Foto #8: La mujer se precipita hacia la casa en el momento en que el bicho salta hacia ella. Foto #9: La señora consiguió cerrar la puerta justo a tiempo y la cosa esa quedó pegada en la ventana, moviendo las antenas como una cucaracha.
De repente la cámara se atora. Me dan ganas de darle un pisotón pero le manipulo la palanquita hasta que corre la película. Hay un gran alboroto a mi alrededor; supongo que la gente, chismosa como siempre, viene a ver este fenómeno que parece escapado de un laboratorio ilegal. Foto #10: Un balcón solitario y con una maceta menos. Bajo la cámara bruscamente y lo descubro parado sobre un coche, a menos de tres metros de mí. Siento las piernas como tamales colados y la gente huye a todo correr. Yo no puedo. Si lo veo a los ojos no puedo moverme, en cambio si le tomo una foto puedo retroceder, aunque lentamente, lentamente. Foto #11: Debe medir más o menos metro y medio de largo. Si te responden las piernas, corre... ¡no, no, ya no!, porque foto #12: nada más salen sus mandíbulas, así que ya saltó y debe estar enfrente de mí... no te muevas... ¡dije que no te muevas, piernas de tamal colado, y menos que te caigas!
Así que está justo encima de mí durante algo así como cinco siglos. El sol está detrás de su cabeza, y yo no respiro. Sus patas son como un enrejado eléctrico; creo que no me presta atención. No puedo saberlo porque aunque tengo los ojos abiertos no veo nada más que a mí misma debajo del bicho como un mecánico reparando un coche. De repente salta y yo me quedo allí, sin sangre. Quién sabe cuánto después me levanto, no miro atrás, y me voy a mi hotel con un paso artrítico y temblón de viejita.
Pero el verdadero show comienza cuando voy a revelar mi rollo. Una hora después, un empleado de frente arrugada me entrega mis fotos. Me voy a un parque y me siento en una banca pintada de verde. Y sí, ahí estaba el museo picoteado a balazos y los santos de la fachada de iglesia, con palomas anidando en sus hombros. La próxima foto es una sorpresa, digna de ser llevada al programa de Ocurrió Así...un balcón de enrejado negro y una señora con una bata rosa que riega tranquilamente los geranios y las margaritas. Y la próxima: la misma señora que continúa regando y una camisa blanca en fantasmal suspensión, secándose. Y la de más allá: La señora entra a la casa y cierra la puerta de cristal tras ella. ¿Cómo se llama la obra? Tal vez "Alucinaciones a todo color", pienso, y los altos árboles dan vueltas alrededor de mí como si jugaran a Doña Blanca. Paso las fotos: el balcón solo, el techo de un coche desvencijado. Las paso otra vez, lo mismo. Sería más consolador que fueran mis ojos los que fallaran y no mi cabeza. Me tropiezo con las raíces de un árbol y las fotos se desparraman con el viento.
Y cuando me levanto ahí está otra vez el bicho, saliendo del árbol como si se tratara de un capullo.
No puedo soportarlo; corro cinco cuadras sin parar hasta la iglesia y caigo de rodillas sobre las duras tablas. El viejito sigue rezando en voz alta y sin darme cuenta, comienzo a rezar casi a gritos yo también: Padre nuestro que estás en el cielo santificado...
Maritza Campos Rebolledo, México © 1997
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