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En el capítulo uno...



Prefacio		Vacío, el anfiteatro parecía precipitarse muy
			violentamente hacia el escenario.  Sin estar
			llenas las gradas y sin oscurecerse la sala, éste
			parecía pequeño e insignificante.


			Sin darme cuenta, el lugar se había llenado
			por completo de delegados .  El orden de importan-
			cia era de arriba a abajo.  Las directivas cen-
			trales se encontraban en la grada superior.  De
			momento, no supe la razón por la cual me encontra-
			ba en el nivel subsiguiente.  Ni siquiera era
			miembro del partido.  Luego seguían burócratas, 
			líderes de propaganda, membresía general, obreros;
			estos últimos casi estaban al borde del escena-
			rio.


Ceremonia.		Luego del himno, uno de los directivos cen-
			trales enunció los propósitos generales de la
			asamblea y buscó acuerdo para los temas y conclu-
			siones de la misma.  Lo que siguió fue ritual, y
			yo desconocía que por estar sentado adonde
			estaba, me tocaba a mí brindar por el primer
			acuerdo representando a mi nivel (¿cuál sería éste?). 
			Estaba sentado en el mismísimo centro de
			la fila inmediatamente inferior a los directivos
			centrales.  Miré hacia ambos lados y vi que evi-
			dentemente habían sido invitados personajes del
			Partido Comunista Norteamericano; reconocí entre
			ellos a Cisco Pasco con el pelo mucho más blanco
			que aquella vez que lo vi por última vez en Chica-			
			go.  De haberme visto, se hubiese sorprendido
			y extrañado por mi presencia o alegrado muchísimo
			de inferir que yo había ingresado a la causa.  			
			Temí que alguien pensase que yo hubiese sido 			
			plantado allí como un espía.  En verdad, te-
			nía una curiosidad genuina por saber cuáles eran
			las alternativas que el partido marxista le daba
			a los planteamientos hechos por nosotros los del 			
			PIPP.  Claro, yo era un representante de mi parti-			
			do y los demás de mi nivel eran visitantes de al-
			guna clase.  Me levanté, alcé mi copón de vino
			y estuve de acuerdo con todo lo dicho por el di-
			rectivo general.  Hubo aplausos.  Y así sucesiva-
			mente hasta el final.  En realidad, esto fue la
			asamblea en sí.

			Excepto que, de pronto, alguien que hacía las veces 
			de alumbrador o guía se presentó a 			
			mi mesa y vio que yo había derramado el vino
			(deliberadamente o no).  Este punto, para mí 			
			insignificante, fue levantado como cuestión 			
			de forma.  Había invalidado mi acuerdo.



Comunidad. 		El directivo central dijo que aquellos
			puntos no debían ser discutidos hasta que no se 			
			saciara el hambre.  Tomó su copón lleno de vino
			y levantó su brazo en alto.  Aquello fue tomado
			como una orden.  Inmediatamente se sirvieron 
			grandes panes, ensaladas y unos platones llení-
			simos de spaghetti.  Los delegados aplaudieron.

			Al servirse en mi nivel, me dejaron sin 			
			comida.  Mi copa no había sido devuelta.  La
			gente en mi nivel vaciló en comer: no se sabía
			si mi falta de comida desbalanceaba el orden.  La
			orden.  Yo miré inquisitivamente a los compa-
			ñeros que nos servían; indiferencia total por
			parte de ellos.  Esto fue señal más que clara
			para que los de mi fila comenzaran a comer.  Evi-
			dentemente, se había decidido desde arriba que se 			
			hiciera patente que yo estaba allí sin comulgar.

			Entonces, ¿por qué se me permitía estar?

Festival.		El oscurecimiento de la sala para el 			
			comienzo de la función.  ¿Eso contesta mi pre-
			gunta?

			No sé cómo lo hicieron, pero, quizás
			para aprovechar el espacio lo más posible, el
			primer cuadro escénico fue montado en el aire.
			Había una cama inmensa que parecía flotar en la
			parte alta de la escena, de donde deberían es-
			tar flotando las luces.

			Reconocí a la actriz como Vivien.  Todos la
			conocían con un acento al final.  Me maravilló lo
			detallado y preciosista del trabajo de la cubierta
			de la cama.  La colcha.

			"Ya no sé ni qué pensar", dijo ella.

			Refiriéndose evidentemente a otra línea de
			pensamiento, añadió casi seguido:

			"No me gusta esa cama ahí.  La cambiaré".

			Se veía tan pesada, sin embargo la cama se
			movió con mucha facilidad.  Yo temí que si se 			
			acostaba en ella todo se iba a ir al piso, pero
			no fue así.

			"Las cosas están tan mal últimamente.  Gano
			muchísimo dinero, pero nunca tengo dinero para
			nada", se le notaba su desgano al hablar.  "Nadie
			puede estar peor que yo".

Ars...			Yo presentía el mensaje que corría por las
			cabezas de los delegados.  Todo teatro es una
			comunicación continua.  A veces lo que no se dice
			en escena, pero se quiere decir, simplemente se
			deja para que el mismo público lo rellene por
			sí mismo.

			De momento se iluminó un recuadro adyacente
			al cuarto de la mujer.  Evidentemente, el
			escenario es gigantesco y esta gente cuenta con
			unos trucos teatrales casi mágicos, nunca antes
			utilizados, pensé.

			El mensaje del hombre estaba basado en el
			argumento clásico de que algunos están dispuestos
			a botar un dinero que no llena sus necesidades y,
			sin embargo, otros con la insatisfacción dándole
			por el otro lado, estarían gozosos de tomar todo
			ese dinero y ponerlo a funcionar.  No sé si fue
			así como se intentó ponerlo o si fue mera inter-
			pretación mía.  Me pareció inconcebible para los
			directores centrales.

			Vivien nuevamente.  Su análisis lógico de
			los planteamientos de su compañero de escena fue-
			ron impresionantes respecto a cómo jugó con las
			ideas.   Claramente se había salido de su papel
			de actriz para caer en el de apologista.  Si el
			compañero estuviese correcto implicaría que ella
			estaba viviendo bien dentro de como estaban ac-
			tualmente las cosas lo cual validaba el como es-
			taban las cosas lo que, a su vez, era fatalista
			pues hacía que la mala posición en la que él
			se encontraba también estaba justificada...por
			lo tanto, paradójicamente la queja individualis-
			ta de ella era la mejor posición por tanto refle-
			jaba un paso en la etapa de insatisfacción con la
			situación como camino a la destrucción y luego
			creación de un nuevo estado de las cosas.  ¡Caram-
			ba!  El aplauso fue estruendoso.  El público no
			sólo se embriagó con el mensaje y su lógica, sino
			que todos reconocimos que aquello había sido im-
			provisado.  Aunque se le había dejado un espacio
			plenamente planificado para que Vivien impro-
			visara, aquello había sido maravilloso.




			El cuadro final fue cortísimo.  Un hombre
			en un cuarto similar en posición de meditar bien
			las cosas.  Nunca sabemos qué piensa, pero nos
			sospechamos motivos para alegrarnos.  ¡La cara que
			puso aquel hombre!

Cecil B. De Mille	El espectáculo siguiente necesitaba
			un contingente excepcional de extras, así que se
			utilizó al mismo público lo que me colocó a mí de
			momento en primera fila. Sentí momentáneamente
			que habíamos bajado considerablemente de nivel,
			pero luego pensé que aquel espectáculo había sido
			planificado con cuidado, especialmente para noso-
			tros los visitantes.  Estuve engreído con la idea
			de que era exclusivamente para mí.  De seguro eso
			era lo mismo que pensaban los demás.

cadres.			Entraron cuatro hombres grandes y ele-
			gantísimos hablando pentagonés.  Lo de elegancia
			es una manera de expresar su corpulencia
			impresionante y la teatralidad con que caminaban.
			Tenían presencia escénica, que es como creo que
			se dice en el teatro.  Pero, a la misma vez eran
			gente desagradable, repugnante. The ugly 
			Americans.  Eran puertorriqueños altos, algunos
			con ojos verdes, con bigotes rubios quienes
			hablaban el pentagonés sin acento.  Lo manejaban
			con gracia, magníficos actores pues ese no era
			su idioma vernáculo.  Había que verles la expre-
			sión facial.  Al mirarlos, yo pensé que ellos
			sabían quién era yo, qué hacía allí, hasta lo que
Realidades		pensaba.  Representaban generales de un ejército.
			Daban explicaciones sacadas de la nada en formas
			ilógicas que sonaban inteligentes.  Pensé que lo que
			intentaban hacer era justificar su presencia en
			aquella convención.  Se les daban órdenes a los
			extras quienes en momentos se movían como tales,
			pero luego, convertidos en actores y actrices,
			comenzaron a jugar el papel de actores dentro
			de una obra dentro de otra ensayándola y luego
			poniéndola en escena en un país ficticio en el que
			más adelante se convirtieron en civiles (era
			maravilloso cómo se lograban las transformaciones)
			hasta que cuando sonó el pito de uno de los gene-
			rales marchaban directo a morir en una guerra.  Lo
			demás fue visual puro, más plástico.

			"We intend to make them this", dijo un general.

Tecnología		Alguien había dibujado en un enorme 
			papel de mapas unos diseños que geométricamente
			representaban gentes abstractas, círculos y
			redondeamientos significando gente tomando vino,
			haciéndose el amor, corriendo unas bicicletas.
			Era una bella obra de arte aquello que al hun-
			dirse bajo el índice de uno de los generales en
			cada diseño se volteaba por los lados precorta-
			dos, agujereados en otros, para darse la vuelta
			a la otra cara del papel donde aquellos diseños
			abstractos se convertían en los dibujos concre-
			tistas de un ingeniero representando máquinas.

			"¡Genial!", pensé, y al verme sonreír el general
			que tenía al frente malentendió el significado
			de mi sonrisa.

			"Yes, Mr. Luiggi, machines.  We can make machines
			out of human beings".

			No, yo no pensaba en eso.  Era lo genial de
			la representación.  El logro de quel artífice mago
			que había hecho aquella gráfica tan fantástica
			para aquel drama casi sin trama que nos había
			mesmerizado a todos allí presentes era algo que
			nunca antes había visto en mi larga vida de
			presenciar obras teatrales.

Portrait of
the artist		El general me sacó de mi ensimismamiento.
			Habló en español.  "¿Cree usted que puede hacer
			lo mismo?"

			No contesté esa pregunta.  Volví al nivel en
			que pensaba antes.  Moví la cabeza negativamente.



			Notas:
				1.  El PIPP era el partido que para el 2018 
			surgió de la unión del antiguo Partido Independen-
			tista de corte socialista y los más antiguos
			Populares quienes decidieron unirse para luchar
			en contra del movimiento asimilista de otros par-
			tilos tales como el Partido Estadista Republicano
			Popular (PERP), el Partido Nuevo Progresista Popu-
			lar (PNPP), el Partido Estadista Demócrata Popular
			(PEDP).
Domingo Luiggi, Puerto Rico © 1997

caracolo@ix.netcom.com

Domingo Luiggi, nacido en Puerto Rico y residente actual de la ciudad de Filadelfia, se desempeña como psicólogo clínico en la actualidad. Obtuvo su grado de doctor en psicología clínica en el Centro Caribeño de Estudios Posgraduados en Puerto Rico. Desde cerca de los diez años de edad, sintió la vocación de escribir y, como "voz del corazón", no ha logrado deshacerse de la misma, a pesar de que en sus años universitarios pensó que sus ambiciones literarlas eran probablemente un capricho de juventud. Optó por convertirse en psicólogo y le ha sido de gran provecho y satisfacción, pero desde hace unos quince años se ha dado cuenta que el deseo de escribir es su verdadera vocación. Prefiere el cuento breve pero añora escribir una novela en algún momento.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Este cuento, como algunos otros que he escrito, surgió inmediatamente después de un sueño. De vez en cuando tengo unos sueños muy lúcidos y los he transferido al papel. Pienso que de esta manera el espíritu se rebela ante el abandono de la preparación re querida para convertirse en un verdadero escritor. Será la primera obra literaria que será publicada y me dará mucho gusto, especialmente luego de una serie de "rejection slips", como se les llama en el inglés, recibidos de varias publicaciones, inclusive Sherezade.

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