Andrew:
Es a pesar de los padres, y gracias a ese mismo pesar, que la literatura es. No quiero decir con eso que la literatura sea un asesinato simbólico o un parricídio encubierto, sino que es difiriendo de la prohibición que ella existe, que ella mantiene consigo el gesto que le ordena no escribir (no vivir) y el pudor de un "gusto" en el que nace y contra el cual sólo hay discreción para ofrecer. Sacarse los ojos para ver las cosas es el gesto antológico de los que sienten y tocan en los textos, de los que saben que la limitación es imprescindíble para ir al extremo.
De otra parte, el bien de los reconocidos como buenos, de las antorchas o los faros, la luz (o verdad) de los iluminados, es siempre crepuscular: está al final del día y trae consigo, cuando contemplada como absoluta e indiscutible, la inmovilidad de los monumentos o de los muertos. Esa luz es el límite, exige ser sobrepasada o olvidada. Y ahí es que el mal gusto, la incerteza, la inquietud, el silencio, restituyen movimiento a lo que toda seguridad indiscutible había confinado, ahí es que la literatura es pura vida: cuando nada sobre ella está dicho, cuando tiene la fuerza de lo que no para de nacer y de hacer sentido, en ese momento (que es apenas un "ahí" y no una eternidad) es que el amor y la angustia se hacen letra y que la tradición deja de ser una cárcel. La falta de un sentido dado, la evidencia de que el pensamiento se acaba como la vida pero que vive tanto como ella, la desconfianza de lo que en uno es inducción, es lo que hace que toda escritura sea siempre un proyecto de existencia.
Y la suya propia, mi amigo, está yendo bien (no en el sentido en el que es "bueno" su personaje) según las evidencias.
Parcero: ¡Su cuento es excelente!
Este criticastro inculto -que sólo percibe las alusiones porque hizo del Google su memoria externa- lo
saluda con una felicitación. Y con un abrazo grande.
Byron