Este cuento me recuerda mucho a El beso de la mujer araña. El uso de la letra
cursiva para representar las dos voces es muy interesante, sobre todo al
final cuando se mezclan incluso en la misma línea hasta confundirse.
fernand4@cc.umanitoba.ca
Entre el cadencioso y casi narcótico ritmo y la meticulosa y precisa
selección del vocabulario, el autor nos obliga a escudriñar cada rincón
del alma del condenado, compartiendo su desesperación diaria y las
ramificaciones de su prolífica imaginacion, ávida de tierra firme en la
que nutrirse. La literatura de nuestro siglo nos obliga en la mayor parte
de sus páginas a convivir en tal modo con la desesperación, la
indiferencia y el tedio de sus antihéroes. Me parece un alivio que en este
caso la voz del condenado esté dotada de semejante capacidad para la
expresión rítmica, paralela en cierto modo a su incapacidad última para
asumir la condena. También es duro para el lector vivir dentro del
círculo.
jlmartin@princeton.edu
No entendí la función que cumple la cita de Fernando Pessoa puesto que no
alude a ella en el relato. Algo similar ocurre con la alusión a los relojes
blandos de Salvador Dalí y la idea de las horas que no pasan en contraste
con la memoria que persiste. Esto último es peculiar porque al no haber
reminiscencias, el contraste carece de sentido. La narración exige una
lectura detenida y cuidadosa, la estructura es débil y no hay desarrollo de
personaje. Así por ejemplo, no está claro por qué un individuo como el
cartero pueda manifestar simpatía por el recluso, sentirse feliz cuando le
lleva una carta y arreglárselas para escurrirle una navaja con que
suicidarse.
La opinión que el prisionero tiene de sí mismo es interesante y algo
contradictoria. No es un criminal excepcional, ni un preso vulgar ni
modelo. Vivía en el centro de una gran ciudad y daba puñaladas en cualquier
esquina. Es un literato de primera y un gran escritor cuyo público son tres
guardas, un enfermero y el cartero. Está sometido a una serie de torturas
que consiste en la privación sensorial. Más que un acto punitivo, la
satisfacción de un alcaide corrupto y sádico o la crueldad de la opresión
política, estas torturas semejan un experimento médico que le viene muy
bien al recluso para explorar su propia creatividad a la cual contribuye el
personal del establecimiento aportándole papel, lápiz y cierta admiración.
El hombre es una persona de escasas palabras, enemigo de la conversación y
poco sociable. Esto provoca la retroversión de su propia escritura. Su
terror a la hoja en blanco es más grande que el sentido de paranoia que
pueda causar la monotonía del color blanco en las habitaciones. Pero, así
como la oscuridad (ausencia de luz y la posibilidad del color blanco) le
facilita aislar su mente del mundo físico inmediato, el papel en blanco
tiene ese extraño poder de dejar su mente en la oscuridad, de paralizarla,
de ahí tal vez esa obsesión por crear una multitud de personajes, siete en
total, que van a recrear siete veces sus propias historias y una pesadilla
hasta llenar cuarenta y nueve capítulos. Por otra parte, cuanto más
procuran romper su espiritu, más persiste él en adaptarse al ambiente
hostil; la imaginacion y sus vuelos de fantasía es lo único que lo mantiene
vivo; la navaja consiste no sólo en una invitación al suicidio sino el
último recurso que tienen los torturadores para completar la alienación.
El relato es algo oscuro porque la supuesta carta pareciera ser el texto en
itálicas, pero no guardan entre sí más relación que la que le quiere
atribuir el autor. El material en itálicas le ha inspirado de tal manera
que lo empleó intacto, aun fuera de contexto. Es obvia la intención de ir
acercando ambos textos hasta que convergen y se mezclan. Pero esta
convergencia es ilusoria porque las historias paralelas deben tener puntos
de contacto reales y en este caso no los hay y -como las vías férreas-
nunca llegan a encontrarse. El autor ha fracasado en su intento de
envolverme a mí, como lector, en el relato. No dio a su personaje la
oportunidad de evolucionar independientemente de la intextualidad. A pesar
de todo, debo elogiar la prolijidad del estilo y el profundo respeto que
este escritor siente por el lenguaje. Sería interesante leer algo más de su
misma pluma.
María Oujo, M.Oujo@unsw.EDU.AU
Como decirlo sin tantas palabras,"fue bueno mientras duró.....",el
tema daba para más, simplemente lo dejó roto.
Bernardo M., Colombia.
Creo que el cuento necesita bastante minuciosidad para ser
leído, y me parece poco emocionante, por lo mismo tedioso. El autor tiene
buen uso del lenguaje, pero esperaba un final mejor...
Gianino Mora, México, gianinom@elsitio.com
Hola, profesor, deseo felicitarlo. Realmente no me imaginaba que sus cuentos eran tan conocidos.
Es muy bueno que tenga un profesor como usted.
Ruth Esther Cruz Paulino, esthercy7@hotmail.com