Regresar a la portada

Delito PREmeditado

Con un golpe limpio y certero le hunde el cuchillo hasta el fondo. El cálculo es exacto. Ha cortado justo en el centro, allí donde la redondez de la barriga lo atrae más. De la herida empieza a salir un líquido rojo. Francisco se relame de gusto. Se detiene un instante. Observa alrededor. Trata de escuchar ruidos extraños. Nada. Sólo silencio y el retumbar ansioso del pulso en sus sienes, en su sexo, en sus pies. En los ojos prietos le brilla la codicia y la decisión de terminar con el trabajo de una vez.

Retira el cuchillo con cuidado para no lastimar la carne de la orilla. Lo levanta hasta sus ojos. Es un buen cuchillo. Hoja ancha. Larga. Doble filo. Mango de acero inoxidable. En su extremo la mirada fija de una cobra. Siempre le gustaron las serpientes con ojos inteligentes. -La cobra es muy inteligente- se dice-. ¡Si hasta tiene en los ojos una cámara que toma fotos!

Mira con atención el cuchillo. En la hoja reluciente su cara aparece distorsionada, grotesca. Un ojo se le estira y se mete por su oreja. De las cuevas oscuras de su nariz salen tentáculos enormes que amenazan devorarlo. La boca es gruesa y aplastada. Su lengua lubricada con deseo y avaricia aparece larga, ansiosa de lamer lo rojo del cuchillo y saciar sus ganas.

Al verse reflejado en el espejo se asusta. Cierra los ojos y se arrepiente de haberlo hecho. Una voz dentro de su cabeza lo convence de seguir... Por suerte ella no es como las cobras y no puede grabar mi cara en sus ojos. Nunca nadie lo sabrá. Ni mi madre. Ni siquiera ella.

Coloca el filo del cuchillo en la redondez herida y presiona fuerte con su cuerpo. Todo él tiembla. La piel se le amorata. Su pulso se acelera. Sus venas amenazan con reventarse y el cuchillo avanza despacio cortando con esfuerzo la carnaza que aparece roja. El rojo siempre fue su color preferido y el que destila por el cuchillo es intenso, vivo... Todo su peso está sobre el cuchillo. Siente que sus articulaciones se desprenden. Sufre por el dolor. Imagina pasos que se acercan y quiere desistir pero no puede. Ya no hay marcha atrás. Todo está hecho. Los dos pedazos se separan y puede apreciar la limpieza de la herida.

El sudor resbala por sus sienes y baja a refrescar las palpitaciones del pecho. Aprieta las piernas con fuerza para contener su ansiedad.

-¡Ya está lo más difícil! -balbucea agitado-. Descuartizarla va a ser bien fácil.

El aguacero se desboca sin misericordia y amenaza con borrar la huella de los hombres. De la madre tierra se levanta un vaho pestilente. Francisco se revuelca con desesperación en la cama. Se hunde en sus propias pesadillas... cierra los ojos con fuerza. No quiere ver las espantosas caras que lo acusan, lo señalan y le abren la barriga para exprimirle todos sus jugos. Sus visceras resuellan y palpitan en el suelo. Se desespera. Quiere gritar y entonces recuerda que escondió el cuchillo debajo del colchón y entonces calla. Hurga con sus manos el hueco vacío que sus intestinos le dejaron en el vientre. Se agacha para recogerlos pero entonces se convierten en culebras con ojos inteligentes que se ríen y bailan frente a él. Luego se acercan y se meten por los agujeros de su cuerpo. Francisco las agarra por la cola y las tira bien lejos pero de un salto vuelven a ocupar su vientre y se revuelcan y le hacen cosquillas y él empieza a reír y a llorar y a reír y a llorar.

Se olvida del cuchillo y de los pedazos que escondió en el patio. Lo único que quiere es que su vientre tenga paz. Quiere tener sus vísceras adentro. Quiere que las serpientes se desaparezcan. Que se queden ciegas. Que se vuelvan estúpidas. Abre los ojos. Grita. Llora. ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Vení rápido que me comen las culebras! ¡Ayudáme mamá!

-Mijo, ¿qué te pasa? ¡Despertate por Dios!

-Yo lo hice mamá. ¡Fui yo! Aquí está el cuchillo. ¡Mirá!

-Pero...¿Qué fue lo que hiciste, Francisco?

-¡Yo la despedacé, mamá! ¡Yo partí la sandía que tenías guardada y me la comí!

Araminta Solizabet Gálvez García, Guatemala © 1997

minugua@guate.net

Desde pequeña, Araminta (Ary, como la llaman sus amigos) creció pensando que cuando fuera grande sería veterinaria y curaría a los ratones y a los elefantes, pero la vida a veces mete zancadia y le cambia las intenciones a la gente. Un terremoto del 76 en Guatemala le botó encima los sueños y la casa. A partir de entonces, desde una silla de ruedas empezó a retar al mundo y a las circunstancias. Por puro chiripaso o casualidad, una noche de 1985, la onda corta de la Radio Nederland se colo por su radiograbadora y escucho que había un concurso de poesia en Holanda por el Año Internacional de la Juventud. Cuando el día amaneció escribio el poema "El Viejo" y 4 o 5 meses después se enteró que había ganado el primer lugar. Decidió estudiar periodismo, hacerse escritora y tal vez un día (¿por qué no?) ganarse un premio Nobel de Literatura. Araminta gano algunos premios más (de cuento sobre todo), publicó algunas cosas en periodicos y siempre penso que debía dedicar su vida a escribir. Sus estudios de comunicacion y el trabajo con la gente comprometieron casi su tiempo y la imaginacion se ha quedado descansando en algun lugar de su cabeza. El tiempo, el espacio, la falta de un lugar adecuado, la disposición, los recursos, son los pretextos para no escribir y las metas a largo plazo se sustituyen a cada rato. Pero bueno, a veces un jalón de orejas la obliga a escribir algo como el delito premeditado, que no fue previamente meditado, que salió porque sí, porque la espinita estaba en ese lugar de su cabeza, y porque la picardía y la gana de engañar sutilmente y reír mueve su vida. Araminta es alguien simple que incursiona y excursiona por la vida como casi toda la gente. Con sus miedos, risas, sueños y palabras. Creo que ella, soy yo.

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Regresar a la portada