Estudiaron en el mismo colegio.
La vida las volvió a juntar.
Son cuñadas que parecen amigas.
Caso raro… no suelen ser muy amigas las cuñadas.
Pasan los años. Siguen más amigas, más cuñadas.
Comparten todo… hasta los botines negros en Venezuela…
Antes de nuestro encuentro, me enteré de tu existencia por alguien —no lo recuerdo bien— y presencié a prudente distancia tus embestidas despiadadas. Aunque esa sangre no era la mía, supe de la gran envergadura de tu maldad y te tuve miedo…
En el 2002 me tropecé contigo, cara a cara. Y, en medio de un torbellino de desconcierto y temor, nuestra familia fue testigo de lo despreciable, imprevisible y rastrero que eres… no atacas de frente... eres silencioso… traicionero… como las serpientes.
Sin remordimientos irrumpiste en nuestra vida destruyendo a quien tanto amábamos. Reventaste nuestra infantil burbuja de felicidad, alegría y confianza. Con tu presencia, trocaste risas por lágrimas, serenidad por temor, futuro por muerte. Nos envolviste con tus tentáculos sin apenas darnos cuenta: como el niño indefenso que al mirar, sorprendido, a los ojos de su atacante, no atina siquiera a defenderse y se somete al dolor mansamente. Y, así, nos abriste una herida que, aunque cicatrizada con los años, dolerá por siempre.
Convertiste a una optimista y extraordinaria mujer, en un ser quebrantado y carente de vigor. La arrebataste de los brazos de su esposo, de sus hijos, de nosotros… e impotentes vimos cómo, prematuramente, se la entregaste a la muerte.
Si…te la llevaste. Nos derrotaste: lo reconozco. No pasearán juntos otra vez por la playa los sombreros de paja…
Pero sólo corrompiste su envoltura carnal. Fue lo único que pudiste vencer. Todo lo demás quedó incólume, a salvo de tu crueldad. Sobrevivirá por siempre su fuerza, su alegría y su coraje. Porque, ¿sabes?, Nancy sigue viviendo: ríe, baila, canta y viaja con cada una de las personas que la amamos. Mal que te pese, infeliz, no pudiste llevártela del todo.
Y hoy… ¿te atreves a meterte con otra mujer de mi familia?
¡Maldito! Aléjate de nosotros… aléjate de todos…
Te aseguro que esta vez será diferente. Ya te conocemos. Perdiste la ventaja que tienes sobre aquellos que no te conocen.
La mujer que te atreviste a atacar esta vez está preparada para hacerte frente. La vida, la ciencia médica, y, sobre todo, el Creador le proporcionaron valiosas armas contra ti. Tu infame proceder se ha topado con una combatiente intrépida y decidida, que ahora luce una coraza difícil de romper. Coraza hecha con los mismos materiales, pero acumulados desde nuestro primer encuentro: valentía, fe, unión familiar y amor incondicional. ¡Vamos a pelear muy duro!. Los botines negros están esperando en Venezuela…
Entérate, imbécil, de que defenderemos a Pochy de tus garras, cual abejas que defienden su panal, amenazado por un mocoso estúpido que pretende destruirlo con un pedazo de alambre oxidado.
No… no, cáncer. No nos derrotarás esta vez.
La sobrina entierra a la tía, el día de su cumpleaños.
La tía abraza desde el cielo a la sobrina.
La muerte no pudo evitar ese último regalo.
La cuñada llora de alegría al conocer el trasplante exitoso de la amiga.
La amiga la regaña porque no le gusta ver llorar a la cuñada.
El milagro parece palpable…
No más dolor… No más gasas ensangrentadas…
Marta Gabriela Vargas Muñoz, Perú © 2013
diecisietenprosa@hotmail.com
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