Considero preciso contarles esto, pues apuesto a que les ha pasado y mírense: ni en cuenta... así que sépanselo de una buena vez.
Después de casi cuatro años de investigaciones profundas e intestinales he logrado con más pena que gloria terminar el horrible cuadro de lo que está sucediendo en San Jamás de los Jamases, debajo de las cloacas, atrás de nuestras casas, en medio de las horas más ciegas, dobladas ya nuestras esquinas, deshechas por la mafia más izquierda, polizonte en la humedad que cruza la pared...
No vale la pena mencionar lo que sufrí para no ser descubierto, debí ser cauteloso: uno nunca sabe si un vecino, si tu mejor amigo, si el señor de la tienda... si tus mismos padres.
El hecho es que por fin los tengo en mis manos, las pruebas recabadas me respaldan y desde aquí los maldigo siete veces, y siete veces siete, a quien madreó mis discos.
Todo comenzó cuando afloró cada vez más una conducta extraña en cierta persona, cuyo nombre me abstengo de mencionar por razones de higiene y seguridad, pues es mucho el dinero que se mueve en este negocio. Por eso vamos a llamarlo U, y así movernos más de prisa en esta historia y describir las más delgadas líneas que definen la figura de estos hombres y mujeres que nos piden prestados nuestros discos.
Al principio son discretos, reservados, no dicen nada que se mueva un metro más allá del protocolo habitual y bacteriológico de la oficina, la casa, la escuela, la calle. Siempre abiertos a la sugerencia y al debate, jamás te harán sentir incómodo, mucho menos dudar de su certeza... suelen ser buenas personas, vaya. Van subiendo poco a poco, se ganan tu confianza y una noche, una tarde, una mañana, te piden prestado un disco. Prometen devolverlo mañana temprano, pero ya es mañana por la tarde y no regresan; entonces tienes que mostrarte incisivo, porque sólo piden discos originales y tú sabes lo que cuestan...
Después de ásperas negociaciones y largas semanas de ayuno lo regresan, pero ¡Oh, desilusión! EL DISCO ESTÁ RAYADO. Los surcos perfectos que guardaban las canciones se han tornado en deltas caprichosas, canaletas de raíces profundas, capilares, que repiten las palabras, que repiten las palabras, que repiten las palabras, que no dejan avanzar, que nos congelan. Un disco muerto.
Y hay veces que ni lo regresan, exponiendo pretextos increibles que involucran duendes, amnesias pasajeras, compañías japonesas que olvidaron poner el EJECT a sus reproductores o balas que iban destinadas a mi corazón, pero se incrustaron en tu disco, Grequito, ¡¡bendito sea...!!
Suelo ser pasivo y consecuente con mis múltiples deudores, pero un día fue suficiente: ¡¡Mira que perder así nomas el Rock Bottom del buen Wyatt!! ¡¡esa mamada no tiene nombre!! ¡¡Y no sé como le vas a hacer pero me lo regresas hijo de tu puta madre porque lo mandé pedir a Inglaterra y me tardó mas de dos meses en llegar, cabrón!! ¡¡¿Pues que chingados le haces a mis discos?!!
- "¿De verdad quieres saberlo?" - dijo U, mientras en sus ojos me empezaba a fabricar como a un reflejo.
Y es que si se les mira bien, en sus ojos desvelados hay metáforas abiertas, puertas que se abren y se cierran como heridas, fragmentos de pirámides que salen como dientes de mil bocas que se vierten una sobre otra y que se alargan, amargas, y que callan... ES UNA INVITACIÓN.
No pude hablar... se quedó serio y algo dijo que ya no alcancé a escuchar... supongo que fué un "Sígueme" discreto y solemne, pero elegante eso sí, porque sí lo seguí... caminamos nueve cuadras hasta la oficina de Correos de la 29 y 32. U le habló a la puerta: "Am I yours? Are You mine?". Alguien adentro contestó mientras abría: "To play with". Y detrás de la puerta apareció la verdadera noche, la invisible, la olvidada, la que largamente fué dejada como herencia a los proscritos, que ahora llenaban el lugar de un aire agudo, irregular.
En un claro circular improvisado entre las cajas de correspondencia, iluminado por una tenue luz administrativa que hacía los rostros repetirse, se detuvo un hombre agreste de figura relevante: era el arquitecto Zavala, conocido en la comunidad por la construcción de la exagerada clínica del Rosario. Aclaró la garganta y nos cayó un silencio pétreo que dejó notar lo frío del lugar. Mencionó dos nombres y en el acto entraron al palenque clandestino dos valientes: uno era el señor que vende pizzas en Allende; el otro: U.
Entonces a la voz de alguna órden que aún no entiendo, presentaron sus discos. El buen hombre confirmó el eterno mito acerca de su ascendencia italiana: levantó airoso el "Io Sono Nato Libero" del Banco del Mutuo Soccorso (1973, Iluzione Records), mientras se oía por el lugar cómo la gente susurraba loas y lisonjas sobre la calidad de las canciones, el gran momento por el que pasaba esa banda en aquel año y algunos hasta tararearon fragmentos deliciosos y apuntaban: "¡¡Pianissimo!!"...
Entonces sucedió que este cabrón les presumió mi disco, el "Rock Bottom" de Robert Wyatt (1973, Earing Records), mientras se pavoneaba ante la multitud que lo apoyaba: "¡¡Que discazo!!", "Tristísimo, me hunde", "¡¡Esto si va a ser un agarrón!!!"...
Entonces acercaron los compactos, hicieron chocar sus redondos cuerpecitos entre sí con actitud belicosa, (cosa que encabrona en tres segundos a cualquiera, sin importar si se es un ser humano o un simple cd) y cuando los ánimos estaban a punto de ebullición, y a la cuenta de tres (eso sí lo entendí), sucedió lo que temía: soltaron ambos discos en el suelo y al primer rebote comenzaron a atacarse con furia musical, en cada giro de los discos en el suelo rebotaban nuestros rostros, las paredes, las cartas retrasadas, los telegramas de la urgencia y las luces del palenque. Los billetes aparecían entre las cabezas de los allí presentes y eran recogidos minuciosamente por el Arq. Zavala; los gritos de apoyo y encono hervían como cebollas y ya no pude más seguir viendo esa masacre... en cada hilacho de fibra que perdían los discos contendientes podíaa olerse la muerte, la saña, el odio contenido tantos años... todo bajo la risa de esos hombres sin corazón, sin el valor de ponerse unos buenos putazos entre ellos... tristes bestias que se divierten con el dolor ajeno...
Escapé corriendo del lugar, como a dos cuadras escuché una ovación definitiva. Nunca supe que disco ganó, no me interesa... pero al día siguiente no abrió la pizzería, y hasta hoy no sé razón de U, ni de mi disco, pobrecito...
Esto que les he contado es cierto. Sé que dificilmente me van a creer, pero es preciso que hagamos algo, no podemos seguir viviendo en un pueblo como este, y desde aquí lanzo mi condena, invitándolos a no prestar más su música a estos hombres y mujeres, todo sea por el bien de nuestros discos compactos.
Greco Bastián Después, México © 2006
animalesimposibles@hotmail.com
Greco Bastián Después nació el 12 de septiembre de 1981 en San Jamás de los Jamaces, Gro.
Un día lo picó una boa en el tobillo derecho mientras jugaba en la granja donde vivió su infancia con sus padres, tíos,
primos y abuelos. Desde entonces además de la escritura, de día su vida está irremediablemente entregada a la
cría y matanza de las boas bajo todas sus formas y por las noches entrega sus oídos sin dudar a las monstruosas
disonancias del RIO.
Le gusta el chamoy.
Pueden encontrar otras obras del autor en su página personal:
www.sanjamasdelosjamaces.tk
Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Sobre el cuento no puedo decir nada, es la pura verdad de este pinche pueblo que ni en los mapas aparece.
Cuando presten un disco y se los regresen rayado, ya saben por qué aventuras pasó su pobre compacto.
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