Presenté a Yolanda en el taller y los ojos de los talleristas cayeron como zopilotes sobre su cuerpo, aún a pesar de las muletas, aún a pesar del yeso. Alguien leyó un texto pero casi no lo criticaron, concentrados como estaban en la imaginaria labor de desnudarla. A mí la urgencia me venció y tuve que salir al baño. Cuando regresé ya revoloteaban en torno a ella mojando sus plumas ávidas en el tintero.
-No te agobies, nada más le vamos a firmar la férula.
Pero nunca falta el inspirado que se deja llevar por el lirismo:
-Por qué no mejor le escribimos un cuento colectivo. Aquí, en esta parte hay espacio.
Yolanda mira sus muletas con nostalgia, allá, arrinconadas. Los talleristas escriben y escriben sin parar, ajenos a sus protestas. Ya van a la altura del muslo. Y siguen subiendo, cada vez más arriba, más cerca del final del yeso.
La tarde ha caído. Han pedido pizzas. Han llamado a su madre para avisar que aquí se queda.
Ya está dormida, ya en el yeso no cabe una sola metáfora más. Entonces el coordinador del taller se levanta y nos mira fijamente. Tiene un bate en la mano:
-Esto pinta pa novela. Le vamos a romper la otra.
Jorge Harmodio Juárez, México © 2004
harmodio@hotmail.com
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