Regresar a la portada

Frente al espejo

Celebro los espejos. Ellos me han dado la pauta de las cosas esenciales.

Desde mi niñez, asomándome a los espejos, yo inquiría en lo hondo de mis pupilas, esperando encontrar el rastro de una existencia anterior o, al menos, paralela. Sabía que mi verdadero espíritu, la entidad que realmente soy, se escondía en una existencia que aún no había llegado a exteriorizarse en mi estatura infantil.

Durante las tardes, en las obligadas siestas, conversaba con la Entidad, a la que, en mi ingenuidad personificaba en un bello ser femenino. Y también lo hacía por las noches, antes de dormirme plácidamente, sabiendo que ella me acompañaba desde el otro lado.

Por eso no es de extrañar que en este momento de mi vida, cuando me han “encerrado por mi bien”, como dicen ellos, busque consuelo en los espejos. Allí donde sé que existe mi ser eterno.

El espejo de mi alcoba es amplio y hermoso. Esta bordeado por un magnífico marco dorado que le otorga una elegante reminiscencia versallesca. Fue colocado sobre la pared, en medio de un amplio espacio limitado por dos sofás y una pequeña mesa. Considerando que mi habitación se halla en esta clase de instituto, no es normal que se ofrezca a los internados un espejo con tales características. Pero sería falto de inteligencia protestar por ello, ya que a mí, particularmente, me ofrece el entretenimiento perfecto y, dada mi inclinación a las cosas bellas, me satisface plenamente.

Por la mañana he estado contemplando mi imagen en el espejo y, como siempre, he indagado en mis pupilas para encontrar mi yo secreto y auténtico. He tenido mucha suerte de que me dejaran largo tiempo a solas luego del desayuno y así pude estudiar el fondo de mis ojos sin que nadie me perturbara.

Allí estaba yo, en el mágico cristal, es decir, la Entidad, mi entidad legitima, esperando la decisión de fundirme con ella para siempre. Claro que no fue fácil. Lo verdadero es esquivo y por demás sensible para entregarse ante las cosas vulgares. Cada vez que se oían pasos o voces destempladas en el corredor, frente a la puerta, la Entidad se retraía, justo en el instante en que iba a unirse a esta presencia vulgar que manifiesto para los demás.

El incidente más molesto ocurrió cuando uno de los guardianes discutía con un interno escapado de su habitación (algunos pupilos son alojados en celdas con barrotes; no me ha pasado todavía, porque consideran lo que creen “mi pasividad” por mi costumbre de ocio y de silencio). Sin poder convencerlo de volver a su recinto, el guardia pidió auxilio y optaron por reducirlo a la fuerza, pero él, fuerte y corpulento, se desbandó por los corredores aullando desesperadamente.

Mi entidad, turbada, se retrajo al más oscuro rincón del espejo y desde allí observaba temerosa. Sus ojos eran un punto de luz intensamente plateada.

A través de la ventana que da al corredor, pude ver que, siempre aullando, el fugitivo salió por una puerta mal cerrada y se refugió en el parque. Los guardias, alarmados, se consultaban cómo hacerlo volver. Me desentendí del asunto, puesto que ya estaba lejos de mi perspectiva y de mi interés y volví, ya en calma, a ocuparme de mi tarea esencial.

La Entidad se tranquilizó viendo que yo sonreía con mansedumbre. Poco a poco volvió a mostrarse enteramente en el espejo y accedió a permanecer allí un buen rato. No insistí. Me rindió la fatiga y decidí tenderme en el lecho. Así me dormí.

Por la tarde volví al espejo. Aunque mi imagen física apareció al instante, la Entidad tardó en mostrarse. A veces parece totalmente forastera de mí, como si yo no fuera yo, es decir, como si ella no fuera yo.

Cuando volvió estaba apacible y luminosa. En el abismo de sus ojos se reflejaba claramente un gesto de entrega. Me convencí de que era el instante propicio. Quise penetrar el azogue para reunirme con ella, para lo cual intenté pasar primero mi cabeza. La dureza del cristal me detuvo. Medité y consideré un segundo intento. Valoré mal la distancia y golpeé mi cabeza contra el marco. Mi frente se cubrió con una mancha roja por la sangre de la herida. Fue cuando entró una camarera a darme la dosis vespertina e interpretó mi intento como suicidio. Pidió ayuda y me inyectaron un tranquilizante.

Supongo que Ella, asustada por el escándalo que protagonizaron las enfermeras y el médico de guardia, se escondió a ojos extraños. Transcurrieron dos días en que no logré verla.

El viernes la reclamé al espejo con la mirada más dulce de que dispongo. No quería alarmarla. Creo que teme posesionarse de mí cuerpo y encontrarse atrapada en nuestro mundo tan complicado, tan lleno de maldad y de falsas teorías sobre la vida y la muerte.

Me recogí en uno de los sofás y desde allí vigilé la profundidad del espejo. La tarde transcurrió lentamente. Por la cerrada ventana al exterior, a través de los vidrios, veía el vuelo de los pájaros, la serenidad del cielo estival, el colorido aleteo de dos mariposas, la afanosa tarea de algunas abejas y, sobre todo, las horas, que una tras otra se deslizaban apacibles y puntuales.

Se los comenté a ellos cuando vinieron a visitarme y uno de ellos (ya no recuerdo quienes son ni que lazos tienen conmigo), digo, que uno de ellos, que parece el de más autoridad, me miró detenidamente, me ofreció un vaso con agua y me explicó con paciencia que las horas no se podían ver. ¿Por qué mentiría?

Cuando se retiraron, volví a mi tarea indagando en mis reflejadas pupilas. Primero apareció un punto de luz que ya aprendí a reconocer. Luego Ella se mostró en todo su esplendor. Juzgué que era el momento. Lo era. La entidad comenzó a trasponer la superficie brillante. Primero lentamente y después con mayor decisión. Ya había emergido la mitad de sí, saturando el ambiente de una delicada esencia, cuando intempestivamente penetró la empleada nocturna que encendió la lámpara, me sirvió la cena y me ordenó dormir después de administrarme los medicamentos. Creo que tienen una manía fija con hacer dormir a los huéspedes, en este hotel. Por supuesto la Entidad volvió a desaparecer.

A mitad de la noche, desperté con un leve roce de algo en el cristal del espejo. Me incorporé expectante. A través de los cristales, la luz de la luna penetraba por la ventana, siempre cerrada, y pude distinguir algo como un destello que se movía con lentitud por la habitación. Abandoné el lecho y encendí la lámpara.

Ella estaba allí en todo el esplendor de su manifestación. Luminosa, purísima, irradiando la bondad original del ser, la belleza primordial de lo inmortal. Suavemente, sensualmente, se acercó a mí. Su mirada me fascinó, me narcotizó su aliento. Me alucinó su voz y su promesa de infinito.

Me entregué con toda conformidad, total y desmayadamente.

Ahora que estoy en ella y ella está en mí, ya no me miro en el espejo. Me he vuelto invisible y no puedo ver ninguna imagen en la elegante luna de cristal.

Tampoco los demás pueden verme.

Pero yo sigo en la habitación.

Tan en silencio como siempre. Aunque a veces…

...cuando inexplicablemente algún objeto se me cae de las manos, que ya no siento, el nuevo huésped se espanta considerablemente.

Marta de Arévalo, Uruguay © 2018

mfdearevalo@gmail.com

Marta de Arévalo nació en Montevideo, Uruguay. Es, ante todo, poeta. Ha publicado una treintena de títulos de poesía, narrativa, ensayo breve, canciones y literatura infantil. Su obra aparece, entre otros, en la web, y en Historia del Uruguay. Tomo 2, La Evolución de la literatura en la segunda mitad del siglo XX. Sus obras en romance han sido destacadas con el Premio «Luis A. Zeballos» de AGADU, así como con «Violeta de Oro» en 1973 y 1975 y «Medalla de Oro» en 1975, en los Primeros y Segundos Juegos Florales Hispanoamericanos. Otras obras suyas, en diversos certámenes, recibieron Lauros del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay, de la Intendencia Municipal de Montevideo y de la Intendencia de Venado Tuerto, Santa Fe, Argentina. En 1994 el Frente de Afirmación Hispanista, de México, le otorgó el prestigioso Premio José Vasconcelos y en 2000 la Asociación Côté-femmes, de Paris, le confirió el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe «Gabriela Mistral», que premia «a escritoras en lengua española con una obra valiosa en cualquier género literario».

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Otros cuentos de la autora en Proyecto Sherezade:

  • La pirámide

    Regresar a la portada