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Huesitos

1

A Huesitos la conocí en el cementerio, salía del entierro de un primo que mataron por un lío de faldas. Cuando se terminó el sepelio y todo el mundo empezó a irse, me pegué mi escapadita y me fui a ver tumbas, es que a mí me encanta ver lápidas:"Aquí yace fulanito","Mi hijo más querido","A una madre como tú", etc. Claro que mis preferidas son las de los niños porque la mayoría tienen la fotico pegada sobre el mármol y unas tienen cajitas musicales para que se arrullen los angelitos entre esos huecos tan feos. Otras que visito mucho son las de los ricos, me fascinan esos panteones enormes y lujosos, viéndolos uno como que se alegra de que la gente con plata se muera. En eso andaba, mirando un mausoleo que tenía incorporado full estéreo en el que sonaban las últimas canciones de Darío Gómez.

"Pobre tipo," murmuré.

"Sí, pobre," oí de pronto, y entre asustado y avergonzado volteé para ver quién hablaba, no se imaginan la impresión cuando vi frente a mí un esqueleto ¡Qué susto tan tremendo! Claro que este no era como los otros esqueletos, como esos del colegio que se parecen más a juguetes grandes que no hacen sino estorbar o como los de las películas que sacan de la tumba una mano así medio podrida y agarran al primer fulano que pasa, no, este esqueleto era distinto, bien, bien raro; como sería de raro que no estaba a hueso pelado sino que vestía una minifalda negra dejando al descubierto una largas extremidades, una blusa blanca medio apretada en la que se le dibujaban las costillas y la clavícula y unos tacones altos por entre los que se le asomaban las falanges y las articulaciones. No sé por qué pero aunque al principio me dio miedo después de mirarlo bien no me pareció tan feo.

"Un mafiosito", dijo con una voz fina, inconfundiblemente femenina. "Ahhh...", contesté. "El mismo mandó a levantar el panteón, estuvo presente en la construcción, un tipo muy organizado." "Sí, mucho..." "Mire que mármol, esculturas italianas, epitafio de oro y qué tal el equipo de sonido, lo mandó a traer de la USA; así se muere cualquiera, ¿no cierto?" "Yo... no sé." "Sí, bueno, estoy como que exagerando, ¿no cierto?," dijo y creo que sonreía, aunque no estoy seguro. ¿Cómo estarlo? Y entre más observaba las hileras de dientes dando vueltas y vueltas alrededor de esa calavera más me mareaba, y finalmente tuve que bajar la mirada. "¿Y usted lo conocía?" "¿Yo? No, no, apenas pasaba por aquí." "Ah, ya...oiga, ¿tiene cigarrillos?" "¿Cigarrillos? No, yo no fumo, qué pena." "Ah..."

Nos quedamos en silencio un momento, el suficiente para calmarme y entrar en confianza.

"Y usted ¿lo conocía? ¿Es pariente?" "No, yo también pasaba por aquí, vengo de vez en cuando, ¿y usted?" "También vengo de vez en cuando, cuando matan algún conocido." "Ah, sí, claro, claro."

Nos volvimos a quedar sin decir nada y eso de estarnos callados como que no me estaba gustando pero ¿qué le decía, ah? ¿Qué le contaba o le preguntaba si apenas la conocía? Ella también parecía estar pensando algo, a lo mejor se estaría preguntando quién era yo y qué bicho raro me había picado para que estuviera visitando epitafios

"Bueno, chao," dijo de repente y me quedé pasmado, yo tenía unas ganas de seguir charlando porque eso sí, uno no conoce todos los días a una muchacha muerta con la que uno pueda conversar de cosas diferentes a telenovelas o minitecas, pero solamente tuve fuerzas para mover los labios y contestarle con otro"Chao" mientras ella se iba rumbo a los osarios. Si por lo menos yo fumara, si por lo menos hubiera tenido un maldito paquete de cigarrillos al menos la hubiera entretenido otro rato...

2

"Hermano eso es mejor que haga como yo, coja todos esos libros, écheles candela y mande a la mierda a Poe, a Caicedo y a Quiroga, verá que así aterriza, que deja de imaginar bobadas; yo hice así y los cuchos quedaron tan contentos que me regalaron un Supernintendo, vea si quiere ya mismo nos vamos para mi casa y le enseño como se juega eso," me decía Porras y yo sí hermano, qué bacano, más tarde le caigo; desde eso le saco el cuerpo a todos esos pendejos amigos míos, sobre todo a Porras, degenerado ese. Pero aunque todos se reían de mi y decían que me enloquecí, que tragaba muchos hongos y todo eso, yo no les prestaba atención porque al fin y al cabo lo único que me importaba era ella, ella y nada más que ella, por eso todos los días me iba para el cementerio con la esperanza de encontrarla de nuevo. Las semanas pasaban y yo estaba de aquí para allá, preguntándole a los porteros, a los de las funerarias, a los sepultureros, pero todos hacían sino poner mala cara y nunca me decían nada, parecía como si la hubieran desaparecido, como si la tierra se la hubiera tragado y yo más preocupado, más desesperado. ¿Por qué ese repentino interés por ella? ¿Por qué? No era bonita, inteligente, rica ni famosa y mucho menos tierna, no era nada, absolutamente nada, únicamente huesos sobre huesos, un puñado de células muertas, pero quizás era precisamente eso lo que me gustaba de ella, su completa nada, su total ausencia.

Dios existe y también ella. Viajaba yo en esos días en un bus bajando por Lovaina, la cabeza contra la ventanilla, medio dormido por el bochorno, cuando entre parpadeo y parpadeo se me metió entre los ojos. Fue tan rápido e inesperado que todavía no estoy seguro si fue real o imaginario. Apenas si tuve tiempo para verla, ahí pegada a la espalda de ese cabeza rapada de chaqueta americana subiendo en una DT como a ciento ochenta. Estoy seguro que me reconoció, sí, ella me vio y me saludó, ah... qué sonrisa, qué sonrisa tan perfecta y perpetua, sonrisa que envolvía, atrapaba y devoraba, quise gritarle que me esperara, que la buscaba, pero la ventanilla estaba atrancada y aunque le grite al chofer que parara y a los del pasillo que se quitaran o los mataba, cuando logré bajarme del bus hasta el humo de la moto se había ido, ella ya no estaba. Desde eso fue que quedé así, idiota, reducido, inútil, maldito. Todas las noches en la soledad de mi cuarto veía una y otra vez ese rostro, esa boca, esa dentadura acercándose y susurrándome algo. Pronto mis papás preocupados y sin comprender lo que yo les explicaba decidieron llevarme donde un especialista.

"Señores, tienen que tomarlo con calma," decía,"las pruebas, exámenes y chequeos indican sin error alguno que su hijo sufre la peor enfermedad de todas."

Mi mamá lloraba, mi papá se aguantaba.

"Lo que su hijo padece es..." Y el médico hizo una pausa, para poner suspenso y después pronunció con inspirado acento:"A M O R".

Y nos quedamos petrificados.

"¿Amor?"
"Sí, enamoramiento, en otras palabras"
"Pero ¡Dios mío! ¿Cómo? Si este muchacho es tan sano, si siempre va a misa, si estudia, trabaja, ¿cómo, doctor? ¿Cómo?" gritaba mi mamá, mientras mi papá:
"Tranquila mija, tranquila."

Y yo los miraba chorreando babas y poniendo cara de atolondrado, del que no sabe ni entiende lo que está pasando pero por dentro me reventaba a las carcajadas.

"Lo que sucede es que no hay protección suficiente contra esa enfermedad, es por culpa del ozono, la lluvia ácida... ustedes entienden," les explicaba el doctor." No soy pesimista, pero comprendan que el amor es una peste, un mal milenario, una alimaña que se arrastra, que se esconde y ataca; puede meterse por una ventana, una rendija, ingerirse en una comida y no descubrirse hasta que es demasiado tarde, hasta que invade y corrompe el alma, dejando eso, eso que vemos aquí, un bagazo de ser humano."
"Entonces doctor ¿no hay esperanzas?"
"Bueno, la esperanza es lo último que se pierde, señora, por ahora tenemos que ver cómo evoluciona, a lo mejor se muere o mejora, por el momento llévenselo para la casa y que descanse, ah, y no se olviden de pedir otra cita para entre ocho días..."

3

Me mantenían en mi cuarto con llave y candado. Aunque de vez en cuando venían para asegurase de que no me hubiera convertido en un gusano o una cucaracha gigantes, pero yo seguía igual o según ellos peor, porque me mantenía día y noche tirado en la cama con la mirada fija en el techo, no sé si estaban ciegos o querían serlo porque bastaba alzar la cabeza para reconocerla, para verla ahí, justo en el cielo raso, el color curtido de la pintura era como el de su cara, los huecos renegridos de las humedades eran idénticos a sus ojos y las varas de bareque asomándose por entre los rotos qué eran sino su dentadura esplendorosa, su sonrisa pura que lo llenaba todo, que me absorbía y protegía del mundo. Entonces tuvo que venir mi papá con esa maldita idea de sacarme de mi encierro, tan feliz que yo estaba. Como unos amigos le contaron que lo mejor para desenamorar era el trago, le dio por llevarme al Café.

"Mijo, olvídese de esas bobadas, vea siga estudiando, sea un profesional..." y hablaba y hablaba, embutiéndome aguardiente y yo tragué y tragué mientras esos viejos del bar qué berraquera de hijo el que tenés Hernando, ese si es mucho guapo, y yo mareado no por el licor sino por el olor del anís revuelto con el del tabaco y el de los orinales mezclando con el del grajo. Y todo el que entraba se iba quedando: vendedores, gamines, prostitutas, rateros, emboladores, comerciantes, todos formando un corrillo que pronto llegaba hasta la calle, obstaculizando el tráfico, y la policía que venía, mientras la muchedumbre vitoreaba y llamemos a los guiness records porque este muchacho sí es el campeón, el invencible paisa, el toma-trago-toma-todo y ya iba yo no sé en que botella cuando sonó un tango miró con desenfado a la chusma arremolinada, gallardo levantó la copa y musitando una oración o una copla dejó que ese odio le saliera por la boca. Desde eso mi papá no va al Café, no puede -dice que si se aparece por allá fijo lo ahogan en uno de los sanitarios-, pero quién lo manda ¡ah! ¡quién lo manda a meterse en mi vida!

Pero mis papás no son gente que se dé por vencida. Católicos, criados a punta de catecismo y rosarios, al fin y al cabo. No tengo idea de dónde mi mamá sacó ese curita, ese se apareció con sus gafitas puliditas, su sotana desteñida y su aliento de diablo.

"Mijito, acuérdese que la Biblia dice..." me repetía y me contaba un montón de historias bonitas sobre tipos que habían caído en pecado y el Señor en su infinita blablabla... después me hacía repetir todo eso, con los números de los versículos hasta que me los aprendía de memoria y antes de irse cantábamos algún Salmo y mi mamá y mi papá se nos unían como buenos cristianos. Qué ternura. Juro por lo más sagrado que quise ser bueno, seguir el camino de la salvación, pero cuando uno esta predestinado no vale ni rezo ni incienso y por eso, esa tarde, aprovechando que mis papás nos dejaron solos empecé a seducir al viejito y cuando ya se estaba entusiasmando le descargué mi grabadora en la plena cabeza. No sufrió, me consta, se fue derechito para el Cielo, a cantar salmitos con los angelitos. Mejor así, por lo menos no le tocaron las interminables esperas de una pensión que nunca llega o la muerte acosándolo para que se muriera. Limpié la sangre lo mejor que pude y a él lo acosté en el sofá y como la casa estaba con llave me escapé por el solar.

Recorrí todos los cementerios: El San Pedro, Campos de Paz, el Remanso, El Universal, todos, desde el más grande hasta el más apretado, desde el más fino hasta el mas barato pero fue en vano. La verdad no me aburría pero me desesperaba mucho y por eso, para distraerme un poco, me aparecía en alguna misa negra, esas llenas de culicagados pintarrajeados que se creen muy malos y que apenas me les revelaba como Lucifer, se orinaban en los bluyines y salían disparados, claro que también había otros que en medio de la traba me ofrecían gatos, gallos y hasta muchachas vírgenes y yo no voy a negarlo (porque no es que sea de palo) me sentí varias veces tentado pero al final les decía que cogieran oficio y no fregaran tanto, que las almas condenadas me mantenían muy ocupado.

Transcurrieron semanas sin tener ningún rastro y ya resignado, estaba a punto de abandonar la búsqueda y retornar al seno hogareño, cuando una noche durmiendo en el cementerio del ejército, escuché unos pasos. Al comienzo creí que era mi imaginación y no presté mucha atención pero cuando los pasos se hicieron más cercanos, me senté y escuché atentamente... silencio... mi corazón comenzó a latir aprisa presintiendo un espíritu, quizás el ánima de un expresidente o de otro apátrida legendario. De repente una sombra espesa y fría se posó atrás de mi y entre terror y emoción, me di vuelta y la vi, sí, allí estaba, cuán escuálida y bella; mi cuerpo y mi alma rebosaban de alegría. Quise contarle todas las dificultades y angustias que había sufrido por estar lejos de ella, mis desesperadas ansias de hablarle y verla, pero no podía, las palabras se me amarraban a la garganta como si me asfixiaran y antes de que me abandonaran mis fuerzas, me puse de pie y la abracé besándola con todo mi ser, con todas mis fuerzas y ella, extasiada, enterró sus dientes en mis labios y la sangre corrió por mi boca y su boca y fuimos uno, una llama, un sol que ardía y reventaba; loco de frenesí la apreté más y más fuerte hasta que oí aquel crujido, aquel maldito crujido y antes de que pudiera evitarlo, sentí como caía mi amada hecha pedazos entre mis brazos.

Wilson García A., Colombia © 2002

bombokla_98@yahoo.com

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