Regresar a la portada

Jornada

Despertar siempre era difícil para Rebeca. La responsabilidad de aportar el sustento material, recaía tanto en ella como en Manuel, su esposo, quien aunque era trabajador y casi nunca se embriagaba, siempre tenía una actitud indolente y no tenía interé s en cambiar la situación en la que vivían, o por lo menos nunca lo evidenció. Ella, además de tener que participar en el trabajo de los dos, tenía que hacerse cargo de las cosas de la casa, incluyendo la responsabilidad de obligarlo a levantarse.

Esa fecha era especial, pero sólo para Rebeca, pues era la única que la recordaba. Era su "aniversario" de novios. Año tras año ella reconstruía los hechos que los llevaron a conocerse y a ser muy pronto dependientes el uno del otro...

La tía Eloína, al enterarse de la situación del hijo de la costurera, se apresuró a propiciar el encuentro con su sobrina, que por su parte la costurera aplaudió y apoyó de buena gana, pues ambas tenían un cansancio tácito, y una disimulada urgencia de d eshacerse de la responsabilidad de cuidar a sus respectivos muchachos y ésta era una oportunidad que no podían desaprovechar.

Y no la desaprovecharon.

Eloína acudió a casa de la costurera, acompañada de Rebeca, con el pretexto de arreglar unas faldas viejas. Lo demás fue fácil...

Al abandonar en un cuarto a Rebeca, la costurera dio a su hijo el encargo de "ir a acompañar a la muchacha mientras nosotras platicamos algunas cosas". La similitud de sus deficiencias más que cualquier tipo de atracción, fue lo que impulsó a los jóvenes a tener otras entrevistas hasta que, un día, éstos decidieron casarse, para regocijo y alivio de Eloína y la costurera.

Como era de esperar, la ceremonia fue sencilla pero especialmente fría. Fría para todos, menos para Rebeca, quien no percibía más que la respiración agitada de Manuel compitiendo con la suya.

La naturaleza les ayudó, y su noche de bodas fue casi normal. La condición especial de ambos eliminó el temor que algunos recién casados tienen a tocarse. Ellos estaban acostumbrados a tocar...

Después de adormecerse con sus recuerdos, Rebeca oyó un ronquido de Manuel, que inmediatamente la situó en el momento de levantarse para ir a trabajar.

-¡Manuel, ésta es la última vez que te hablo! Me voy a ir sola ¿¿eh?? Te estoy hablando. ¡¡¡Levántate !!!

-Ya te oí. ¿Cómo te vas a ir sola? No seas pendeja. Ahí voy.

Después de desayunar rápidamente un "nescafé" y dos "conchas", salieron a la calle. Había llovido.

Llegar a la parada de los colectivos fue rápido y fácil; se encontraron con el Señor Garrido.

-"Es buena persona" decía Rebeca, pero Manuel siempre tenía una diferente idea de las cosas; -"buena persona...madres pus qué, ese güey lo que quiere es jalarnos a sus cosas esas de los "aleluyas ".

De cualquier modo ambos agradecían sinceramente el "aventón" que esporádicamente les daba el Señor Garrido.

A las ocho estaban en la estación del "Metro". Una vez en los andenes se dirigieron al último vagón, pero al llegar el convoy alcanzaron a escuchar los gritos de un retrasado mental que imploraba dinero y decía tener hambre.

-Mejor nos esperamos al próximo -dijo Manuel- si no, éste nos va a ir haciendo mosca.

El siguiente convoy llegó después de ocho minutos y como consecuencia la gente se había acumulado en los andenes. Tuvieron que esperar al siguiente. Cuando llegó, después de cuatro minutos, lo abordaron por la última puerta y comenzaron su rutina. Rebeca se preguntaba por qué siempre cantaban la misma canción. Si se encontraban orillados a ganar el sustento de ésa forma, por lo menos lo deberían hac er más interesante para ellos mismos. Pero Manuel no pensaba así. El respondía "Nosotros no cantamos para amenizar. Nosotros cantamos para que se den cuenta de que aquí estamos, de que somos ciegos y para que nos den dinero. Así que, ¿qué importa que c anción cantemos?"

Alrededor de las once de la mañana tomaron un descanso en una de las bancas de los andenes.

Durante estos descansos, Rebeca se entretenía escuchando la gente al pasar, tratando de adivinar sus rostros, sus gestos, sus pensamientos. Inventaba historias que concordaran con esos sonidos de pasos, respiraciones, llantos, fragmentos de conversacion es, gritos, olores, risas, en fin, con toda esa gama de percepciones que podía captar desde su asiento. Esta rutina, añejada durante toda la vida, daba hasta cierto punto, una tranquilidad a Rebeca. La tranquilidad del conocimiento de los sucesos aún cuando éstos permanecieran fuera de su control.

Después de su descanso se dirigieron a la calle de M., donde se juntaban con otros seis o siete ciegos y formaban una banda que tenía mucho éxito, pues la gente se detenía siempre a escuchar la música que tocaban. La gente no siempre dejaba dinero, pero para Rebeca lo mejor de la banda era encontrarse con su única amiga.

María, a diferencia de Rebeca y Manuel, no fue ciega de nacimiento. Comenzó a perder la vista a los diez años. A los trece estaba completamente ciega. Pero lo que alcanzó a ver, junto con su habilidad para narrar, le servían para tratar de describir a su amiga las cosas que ella conocía solo por el tacto, el oído o el olfato.

Estas reuniones que duraban hasta las dos o tres de la tarde eran para las amigas el único escape a su mundo de rutina obligada y eterna. Después, con el dinero que hasta ese momento habían obtenido, Rebeca y Manuel iban a comer a la fonda de siempre para después regresar al "metro" a buscar a la gente que, como ellos, también ejercía una rutina.

Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado:

Manuel ya no estaba junto a ella.

Su primer impulso fue ponerse a gritar, pero, sin saber por qué, no lo hizo. Solo empezó a caminar y a llamarlo en voz baja.

La rutina y su memoria siempre le habían servido para orientarse. En realidad no necesitaba de Manuel. Sin embargo, la angustia de estar fuera de lo acostumbrado y el impulso de buscar a Manuel, le habían hecho olvidar la ubicación que tenía en el momen to de percatarse de la ausencia de su esposo.

Por alguna extraña razón no pidió ayuda a los múltiples transeúntes. Sólo caminó hasta encontrarse en los andenes y una vez ahí abordó el tren sin saber en que dirección y en que línea se encontraba. Una persona la tomó del brazo, y la condujo a un asien to. Rebeca se durmió.

Cuando despertó se encontraba viajando sin saber hacia donde se dirigía y sin tener idea de lo que quería hacer. Entonces oyó la voz conocida y querida de María que se aproximaba cantando una canción que nunca había escuchado. Al pasar María a su lado, Rebeca se levantó y la siguió sin interrumpirla hasta que el "metro" se detuvo como respetando el final de la canción. María salió seguida de Rebeca, que la llamó por su nombre. Rebeca le informó rápidamente de lo sucedido y le pidió ayuda para regresar a su casa.

María la acompaño hasta la estación de la cual habían partido ella y Manuel ésa mañana y ahí la despidió.

Rebeca salió a la calle. Llovía. Se dirigió a la fila para subir a los colectivos. Por fin, sabía con certeza dónde estaba. No sabía con certeza cuánto tiempo estuvo perdida. Preguntó la hora. Las once quince. ¡Nunca había estado a esa hora en la calle! No sintió miedo. Solo la necesidad de llegar a casa. Llegaría como a las doce. ¡Ojalá y Manuel no estuviera preocupado! La gente se juntaba a la pared para protegerse de la lluvia. Varias personas le cedieron su lugar en la fila, así que no tardó mucho en abordar el "microbús".

El trayecto fue más rápido de lo que esperaba. Llegó a las once cuarenta. Al entrar a su casa se dio cuenta de que Manuel no había llegado. Decidió esperarlo sin dormir.

Manuel nunca llegó.

Ciudad de México, 19 de agosto de 1994

Carlos Ramírez, México © 1997

carlosra@df1.telmex.net.mx

Carlos Ramírez nació en Morelia, Michoacán, México en 1963. Es músico profesional (violinista), miembro de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes en la Ciudad de México. Su contacto con la literatura ha sido sólo por la lectura y esporádicamente por la esc ritura de algunos cuentos cuya única pretensión es la de crear pequeños universos para compartir con algunas de las personas cercanas a él.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
Este cuento lo escribí como producto de mis reflexiones al observar a los ciegos y vendedores que deambulan entre los vagones del metro de la ciudad de México, y mi fantasía acerca de cómo viven, se relacionan, se enamoran, etc. La banda de ciegos a la qu e hago referencia es real. La escuche muchas veces en la calle de Moneda (en el centro histórico) y realmente tocaban muy bien.

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Regresar a la portada