Regresar a la portada

La majadera del 67

Expediente 67 del 2010. Delito: Asesinato. Autor: Desconocido. Síntesis del hecho: Cuerpo identificado como de María del Carmen Rodríguez Jiménez, de 28 años de edad, hallado en la intersección de calle Dolores y Línea del Ferrocarril, Lawton, Ciudad de la Habana. Muerte por asfixia. Evidencias de relaciones sexuales con penetración. Excoriaciones en parte anterior del cuello.

Otra vez lunes, otra vez en la oficina. Repasar los expedientes investigativos y ver lo nuevo que hay. “Dar el parte”, como le llamamos. Siempre lo hacemos el teniente Alexis y yo. Hoy tendremos que seguir con el expediente 67, que no me interesa en lo más mínimo.
–Si no hay signos de resistencia ni desgarres durante el coito significa que no fue violada, y por lo tanto era alguien conocido –comenta el teniente Alexis.
–¿Por qué? –le pregunto–. Puede haber sido una relación ocasional que decidió tener la víctima.
–Según las investigaciones, la víctima era una muchacha decente, de su casa, no parece ser de tener relaciones ocasionales, y mucho menos en un matorral.
–¿Usted vio las fotos?
–Sí, claro.
–¿Se fijó en lo bonita que era?
–Sí, era muy linda, pero eso ¿qué tiene que ver?
–Las mujeres tan bonitas no son decentes ni de su casa, creen que tienen a los hombres bajo sus pies y los utilizan.

Me mira con esa expresión estúpida de no saber ni donde está sentado.

–Adela, ¿usted nunca se ha casado, verdad? –me pregunta.
–No, sabe que no tengo vocación de criada, y casarse y convertirse en criada es la misma cosa, pero yo no soy la muerta, así que deje de investigarme. Dígame qué más sabemos de ella, y quiénes pueden estar relacionados con esto.
–Sospechosos no tenemos ninguno. La muchacha tenía muy pocos amigos, los vecinos dicen que era amable, pero que nunca hablaba con nadie, no se le conocen enemigos ni amigos cercanos.
–¿Y marido? ¿O no tenía marido? –pregunto incrédula.
–El marido se fue en una lancha para los Estados Unidos y nunca se supo de él. No se le conoce a nadie más.

Empiezo a sudar. Este local parece como si se encogiera por minutos. Cada día que pasa me resulta más incómodo. Quizás sea el movimiento continuo del pie de Alexis lo que me provoca esta reacción casi claustrofóbica. Respiro profundo y sigo preguntándole.
–¿Encontraron huellas?
–Sí, pero el cotejo no ha dado ningún resultado, parece que el autor no tiene antecedentes.
–Es probable, las mujeres como esa complican a cualquier hombre. ¿Y el registro en la casa? ¿En la oficina?
–Nada.
–Si era tan callada como usted dice, seguramente en algún lugar encontrará usted un diario, o iría a consultas de sicólogos, de alguna manera tenía que comunicarse, si no hubiera terminado suicidándose y no asesinada. Busque en esa dirección.

Este expediente me tiene molesta, no me importa en absoluto la muerte de esta muchacha, prefiero a los ladrones, o los asesinos. Siempre es lo mismo con las mujeres, enloquecen a los hombres para luego hacer que se pudran en la cárcel y acabarles la vida, y entonces aparecer de víctimas, siempre de víctimas. No siento que esté detrás de un asesino, sino detrás de un pobre atormentado por una mujer insultantemente bella, esa es la palabra, insultantemente bella, me molesta ver sus fotos, náuseas me dan.

72 horas con esas imágenes sobre mi mesa. Demasiado tiempo ya.
–Y entonces, ¿qué hay de nuevo con relación al dichoso 67? –le pregunto al teniente Alexis.
–Algunos conocidos nos han dado las direcciones de e-mail que ella tenía, al parecer eran varias, el informático está trabajando en revisar todos los correos.
–Ya se lo decía yo, verá como tendremos su diario allí.

Estoy loca por terminar este caso, cerrarlo para siempre de una vez, no soporto por más tiempo las fotos de esa mujer burlándose de mí.

Son las cinco de la tarde y no deseo regresar a casa, prefiero esperar a que por fin ocurra algo que nos dé al menos una pista.
–Aquí están, Adela, más de 200 mensajes dirigidos a un tal Orlando –me dice Alexis entrando a mi oficina sin pedir permiso, pero esta vez se lo agradezco–. Estos son los últimos –me dice acercándome algunas hojas.
–Léalos usted mismo, no quiero involucrarme con lo que pueda haber sentido o pensado esa muchacha.

2 de febrero del 2010
Orlando querido, no puedo seguir esperándote. Ya no puedo dormir por las noches. Me despierto empapada en sudor, la sábana mojada como si hubieran vertido un cubo de agua sobre ella, y yo tiemblo, tiemblo mucho de ganas de ti. Por las tardes me da fiebre, a veces he llegado hasta 39 grados. Apenas me puedo levantar de la cama por las mañanas, voy dando tumbos hasta el baño. Es un infierno la vida sin ti, y ya tu ausencia se extiende demasiado. Sé que esto es muy difícil para los dos, pero por mi salud mental y física necesito tener un marido. Ojalá lo entiendas.
Te quiere,
Tu María

10 de febrero del 2010
Hoy ha sucedido. Iba por la calle Infanta cuando se me acercó un carro y paró de pronto. Me preguntó si quería que me adelantara y le contesté que no, pero insistió mucho y acepté. Me dijo que era la mujer más linda que había visto en su vida y que daría lo que yo le pidiera solo por estar un rato conmigo. Por supuesto me negué, hasta me propuso 200 dólares por dos horas; le aclaré que yo no soy ninguna prostituta, jamás en mi vida lo he hecho por dinero, pero la verdad que el muchacho me cayó bien y entonces le dije: está bien, pero con una condición: te llamarás Orlando. Lo haremos cada vez que quieras, no tienes que darme nada, solo dejarte llamar Orlando. Llámame como te parezca, me dijo y nos fuimos. Lo hice por eso, mi amor, porque me dejó que lo llamara Orlando.

–Dígame algo teniente. ¿Qué le parece ahora la muchacha callada, sin marido e incapaz de relaciones ocasionales?
–Nada, que yo también hubiera estado dispuesto a dejarme llamar Orlando.
–¡Qué gracioso! Siga –¿será consciente del grado de humillación a que me somete?

28 de febrero del 2010
No me has vuelto a escribir, Orlando querido, imagino lo molesto que debes estar, pero necesito contarte. Estoy muerta de miedo. Ese hombre no es mi Orlando ni nunca lo será, he querido terminar la relación pero no me deja. No puedo ni denunciarlo a la policía porque ni siquiera sé su nombre. Donde quiera que vaya aparece, ya no anda en el carro, dice que no va a permitir que lo abandone igual que hizo su hermana Emilia. Por favor, dime qué hago.

Alexis me mira desconcertado y no sabe qué hacer con los papeles.
–¿Ese era el último? –le pregunto por romper el silencio, es evidente que sí.
–Sí.
–¿No tenemos nada entonces?
–No.
–¿Y para eso vino aquí? ¿Para leerme cartas de amor? Piense. Alexis, deje de mover el pie de una vez y piense –le grito desesperada.

Tengo que salir. Ahora. Cuatro paredes sin ni siquiera una ventana, un único cuadro con la foto que corresponde, y un buró con comején. Esa es toda la oficina. Puede que trabajar en estas condiciones hagan lógicas mis reacciones. Da igual, la sensación de ahogo está empezando otra vez. Hago que estoy molesta y me levanto. Abro la puerta, si no logro llenar mis pulmones de aire voy a caer. Seco el sudor de mis manos en la saya del uniforme, ya va pasando. Tomo café.

Salgo a caminar pese a que la tarde se ha cerrado de pronto. El cielo violáceo amenaza abrirse sobre la tierra para llevárselo todo, debiera hacerlo. Camino como siempre, decidida, con ese gesto agresivo e inquisidor que hace que los que se crucen en mi camino no osen mantenerme la mirada. Es mi único refugio a tanta sinrazón.

Me siento en un banco, el viento alborota mi pelo y yo pienso en Alexis. No sé cómo pude creer que podía ser distinto, que daría valor al hecho de ser yo una mujer inteligente, responsable, independiente. Tonta de siempre, si la naturaleza no es generosa con una, nadie lo va a ser. Me rechazó, así de simple, hace ya mas de dos años y todavía no me he curado, ni lo haré nunca.

Una cara bonita o un buen cuerpo, al menos una de esas dos cosas hay que tener, aquella tenía las dos y no supo ser feliz, yo me hubiera conformado con la décima. Alguna extraña conexión entre el cielo y mi mente provocan que las imágenes de aquella primera juventud cuando todas tenían novio menos yo, mezcladas con el rechazo de Alexis y con el presente solitario que me espera todos los días en mi cama se confundan con los nervios de luz en el cielo. Siento la furia localizada en ese punto que solo recibe las caricias de mis manos imaginando que son las de otro. Un hombre pasa cerca de mí, qué tal si lo llamo y le digo: señor, ¿quisiera hacerme el amor solo por esta vez?, por favor. Duele, no sé qué duele más, si saber que soy incapaz de llamarlo, o tener que pedir de favor que me lo hagan.

Cubro mi cara con ambas manos con la intención de tapar tantos fracasos y doblo mi cuerpo hasta apoyar la frente en mis rodillas. ¡Qué es esto! ¡No puede ser verdad lo que veo! Mis zapatos son distintos, he pasado todo el día así, nadie ha sido capaz de advertirme, no es justo, tanta lealtad, tanto orden en mi vida, para terminar así. El llanto me ahoga, la fatalidad se ha concentrado en mí y siento que ya no tengo fuerzas para más.

Cálmate Adela, me digo, ya va a pasar, siempre pasa, solo tienes que concentrarte en tu trabajo, piensa en la majadera del 67, ya verás. Respiro profundo varias veces, vuelvo mis pensamientos al expediente y es verdad, descubro que todo está ahí, solo hay que buscar a las Emilia que hayan fallecido en los últimos cinco años o que hayan salido del país y con un hermano de parecida edad.

Me levanto, la lluvia cesó, y vuelvo a ser la mujer segura de sí misma, la que resuelve todos los casos, la que no necesita vivir con nadie, para qué si así soy feliz.

Carlos Alfonso Rodríguez Montana, 42 años, soltero, de buena conducta social, no le constan antecedentes penales. El cotejo de las huellas dactilares positivo en relación con las encontradas en el cuerpo de la víctima.

El “asesino” está esperándome en el cuarto de interrogatorios. Siento lástima y repugnancia por él, no por lo que hizo. Ya en la declaración que le tomaron confesó su autoría, pero algo me impulsa a ir y hacerle algunas preguntas. Quiero ver sus ojos.

Entro y veo que es un muchacho joven, creo que tiene mi edad pero luce mucho menor. Su mirada es de súplica, cuánto daría yo por cambiarla por una de amor.
–Dígame, Carlos, ¿padece usted algún trastorno mental? –le pregunto en el interrogatorio.
–No, pero no sé como pudo suceder, yo la amaba, ¡la amaba tanto! –y rompió a llorar como solo hacen los hombres por causa de una mujer.
–Lo voy a remitir a un siquiatra que dictamine su estado en el momento de los hechos –le dije mientras contenía las ganas de secar sus lágrimas y decirle que lo ayudaría a vengarse de esa mujer.
–Gracias, nunca pensé que existiera en este trabajo una mujer tan buena como usted.
–Ya ve, pero le voy a dar un consejo: olvídese de las mujeres bonitas.
–Por supuesto –contestó.

El expediente 67 del 2010 quedó archivado provisionalmente. Se alegó que en el momento de los hechos, el autor se encontraba incapacitado mentalmente para dirigir su conducta.

Ana Núñez Gonzalez, Canadá, Cuba © 2011

anynunez@gmail.com

Ana Núñez González nació en la Habana en 1971. Es licenciada en Derecho por la Universidad de la Habana y egresada del Centro de Formación Literaria "Onelio Jorge Cardoso" de la misma ciudad. Ha publicado cuentos en Cuba, Brasil y España. Actualmente vive y trabaja en Canadá.

Para enviar un comentario sobre este cuento pulsar [AQUI]

Para ver lo que los lectores han dicho sobre este cuento pulsar [AQUI]

Otros cuentos de la autora en Proyecto Sherezade:

  • Nunca es tarde si la dicha es buena
  • Pelos en las orejas o divorcio a los setenta

    Regresar a la portada