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Noche en vela

Henry no puede dormir. Han pasado dos horas y está tendido en la cama, despierto. Y no es que haya tomado café. A su lado, el bulto del cuerpo de su esposa debajo de las delgadas sábana. Ella, como siempre, duerme y respira profundamente. La oye roncar muy alto. Es un martes del mes de agosto en Alemania y hace calor en la habitación, mucho calor.

Como siempre, hoy ha vuelto a casa cansado de la oficina; como siempre, ha cenado con ella y los dos niños; como siempre, han comido todos delante del televisor hasta que luego se han ido a la cama. El ha estado viendo la televisión un rato más, un telefilm policíaco o algo así.

El calor, el ruido, pero hay algo más...

En la cama ha leído un poco, como de costumbre. Es su receta para dormirse. Luego ha apagado la luz. Normalmente se queda dormido al instante.

Hoy no. La luz apagada, los ojos cerrados y entonces, de repente... esa imagen, ese rostro, esa mujer, Juana. ¿Cuándo fue aquello? ¿Hace dieciséis años? Cuánto hace, y esa cara, la sigue viendo todavía con tanta claridad.

Él, antes de cumplir los treinta, arquitecto en una empresa muy prestigiosa, su primer trabajo, un buen comienzo. Un contrato fijo, compañeros majos, buen ambiente de trabajo, un poco aburrido quizá. Pero está contento, otros están sin trabajo. Su primera vivienda propia, un apartamento pequeño con balcón. Un par de amigos de toda la vida, la familia los fines de semana, su club de tenis. ¿Es eso todo?

No, no está descontento.

Entonces, un día, ella. La nueva que viene en prácticas, una española, Juana, de Cádiz. Al principio ni se fija en ella; apenas la ve, sólo en el vestíbulo, en reuniones de trabajo. Luego ella se vuelve a su sección. Ella tiene que hacerle de ayudante en un proyecto. Al principio se opone, él no necesita de nadie, prefiere hacerlo solo. Pero la jefa quiere que se haga así y basta.

Juana se pone las pilas enseguida y se convierte en una verdadera ayuda. ¡Y su alemán! Tan dulce, tan encantador, y cada día mejor. El trabajo se convierte de repente en algo mucho más divertido.

A veces comen juntos a mediodía en la cafetería. Un par de veces la lleva en coche a casa de ella después del trabajo. Queda prácticamente de camino a la suya. Al principio hablan solo del trabajo, luego ella le cuenta algo de España, de Andalucía, de su familia, de su ciudad, de la costa. La Costa de la Luz, así se llama en español.

¡Es algo que hay que ver! Repite ella. La gente, la comida, los pueblitos, el Atlántico, otra forma de vivir.

Henry se incorpora, desabrocha el primer botón de su pijama y echa una mirada por la ventana. Evidentemente hay nubes, no hay luna ni estrellas. Todo es oscuridad, sin sombras ni formas. Piensa en lo raro que es acordarse de algo con tanta claridad. Las imágenes tan claras, su voz, como si la oyera de nuevo...

Presentan el proyecto, un gran éxito. La jefa está supercontenta. Lo celebran en un restaurante. Después, qué pena, Juana vuelve a su sección. Se acabó, de eso está seguro. Pero la historia sigue. Dos o tres días después ella lo invita a comer y prepara comida española, calamares rellenos en su tinta. Saben a gloria. Después, tarde, en un bar, el primer beso. ¡Por fin!. Luego aquellas semanas locas. Ella y él, él y ella juntos. Noches de conciertos, de ir al cine, una escapada a las montañas, un fin de semana en Berlín. Una noche suben a la piscina y se bañan en la oscuridad, que naturalmente está prohibido, pero no importa. Y entonces hace novillos al trabajo, por primera vez en su vida. Tres días en Madrid, una oferta del internet. De repente este nuevo mundo, fantástico. Y el idioma, el carácter, el ritmo. Simplemente maravilloso. Juana le enseña algunas palabras.

Pero está el problema del tiempo. Las prácticas de ella duran sólo tres meses. Nunca hablan del tema; disfrutan el momento. Pero un día llega el momento. Ella está a su puerta y quiere hablar con él. Seriamente.

¿Qué hacemos ahora? ¿Qué debemos hacer ahora? ¿Quizá puede ella quedarse?

Henry oye un ruido. Su mujer se mueve al otro lado de la cama pero sin despertarse. Espera un momento y otra vez la oye roncar muy alto.

No, no puede, ella debe regresar.

Se acabó, todo se acabó, piensa él.

De repente ella le mira a los ojos. ¿”Y tú”? ¿”Por qué no vienes tú a España”?

Lo coge por sorpresa pero no puede ser; no le quedan vacaciones.

“No, de vacaciones no”, susurra ella, “a vivir”.

La empresa de su padre en España, ya se lo había contado; él puede trabajar allí. La familia de ella tiene también una vivienda para los dos. Eso sería el principio, todo listo. Él solamente tiene que decir que sí. Se incorpora y mira por la ventana. Está nublado, no hay luna ni estrellas.

Andalucía, el sol, Juana, el mar, la gente, la luz, una vida nueva, su oportunidad. Ahora tiene que dar el paso. Duda.
”¿Y más tarde?” pregunta él sin volverse.
“Ahora o nunca”, la oye responder, “estás enamorado de mí o no lo estás”.
Ella espera, nerviosa, triste.
“No quieres”, musita ella.
“Espera”, dice él, “no es tan fácil en mi caso. Todo esto me viene de golpe.
Ella se levanta, se viste y camina hasta la puerta.
“Mi vuelo es el viernes, tienes todavía una semana”.
Entonces se va, sin un beso, sin despedirse.

Los últimos días son un infierno para Henry. En la empresa no puede concentrarse; por las noches pasea durante horas. Dos caminos pero sólo una vida.

Se va: el escándalo; en la empresa y en la vida privada. Nadie se lo puede creer. ¡Imposible! ¡Estás loco! le dicen todos. Echar todo por la borda de repente, carrera, familia, amigos, todo por la borda por una chiquillada, una aventura, un sueño ingenuo.

Se queda; todo tranquilo, familiar. Los sábados a comer con los colegas, los domingos tenis, como siempre.

¿Y Juana? ¿Y el mar, la luz, la otra vida? Busca las imágenes pero ya no las encuentra. ¿El ritmo de las palabras? Lo ha olvidado todo.

Él quiere hablar con ella otra vez, pero ya no viene a la empresa. Intenta llamarla por teléfono pero no responde. Llama a la puerta de su casa. No hay luz adentro, nadie contesta.

Queda el aeropuerto. Viernes noche, las nueve y media, vuelo directo a Sevilla, escenas de despedida. Juana con su maleta, desilusión en silencio. Su intento de calmarla, ridículo, inútil, eso no lo hará...

Eso fue todo, piensa Henry, vaya historia. De hace tantos años. ¿Por qué piensa en ella, por que le hace pasar la noche en vela? Lentamente se levanta. Ahora no puede dormir más, imposible. Su mujer se despierta, se vuelva hacia él, parpadea un momento.
”No duermes,” murmulla y vuelve a cerrar los ojos. “Qué te pasa, Henry”.
”Nada, no me pasa nada, el calor... Voy a la cocina a beber un vaso de agua, duérmete, Juana, Buenas noches.”

Leonhard Thoma, España, Alemania © 2012

leo.thoma@upf.edu

Traducción al español de Enrique Fernández

La ilustración ha sido realizada por Leonhard Thoma

Leonhard Thoma nació en Aschaffenburg, Baviera. Cursó estudios de literatura comparada y filosofía en la Universidad de Munich. Ejerció como profesor de alemán en Berlín, Dijon, París y Barcelona, donde reside en la actualidad. Desde el 2001 compagina su trabajo como profesor de literatura alemana en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona con su labor de escritor especializado en cuentos cortos orientados al aprendizaje del alemán y del español. En los últimos años ha sido invitado como lector a países como: Turquía, Bielorrusia, Israel, EE.UU., Croacia, Portugal, Argentina, Canadá, Republica Checa y Georgia, entre otros.

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