15 de mayo
¡Dos entradas para Mozart! El domingo, 2 de junio a las 18h en el Palau de la Música. Concierto del cuarteto de cuerda KV 458, KV 421 y KV 387. Me encantan los cuartetos: dos violines, una viola y un violonchelo. Un formato pequeño e íntimo. Paso por delante del Palau, veo el programa y compro las entradas inmediatamente. No conozco al grupo, son músicos jóvenes de Sabadell. No son famosos, pero no me importa. No soy un experto de música clásica. Me gusta la música y el ambiente del Palau. Es una situación que me encanta: los músicos en el escenario, serios y concentrados y frente a ellos su público, también serio y concentrado. Es una situación que me recuerda al pasado, es como vivir en otro tiempo. Dos horas sólo de música, tranquilidad y respeto. Nada de shows. Mis entradas no son caras. Segundo piso, primera fila de butacas, mi lugar favorito. La acústica no es la mejor, pero estás justo encima de los músicos. Los ves tocar, ves sus caras, sus manos. Es algo que me encanta. Suelo ir solo al Palau, no necesito a nadie. No tengo que esperar a nadie que pueda llegar tarde. Y no hay comentarios en el descanso.
Esta vez tengo dos entradas. ¿Por qué dos? Porque a veces les digo amis amigos que voy a un concierto y me dicen: “¿Por qué no nos avisas? ¡A nosotros también nos gustaría ir!”
De repente a todo el mundo le encanta la música clásica. “Vale”, suelo responder, “la próxima vez os llamo”.
Tienen razón, no hay que ir siempre solo. Es un poco egoísta, porque toda esa belleza se puede compartir. Por eso esta vez he comprado dos entradas y puedo invitar a alguien y darle una sorpresa.
Aunque tengo un secreto: en realidad la entrada no es para ninguno de mis amigos. Estoy pensando en invitar a mi nueva compañera de la universidad, Lorena, la profesora de italiano. Me la encuentro de vez en cuando en la sala de profesores y a veces comemos juntos con Barton, el compañero de inglés. Es muy simpática. El concierto es la excusa perfecta para tener una cita con ella. ¡Por fin! Mozart y cava, fantástico.
16 de mayo
Mi plan no ha funcionado. Pregunto a Lorena en el descanso y ella echa un vistazo a su agenda. Ya tiene planes para ese día. “¿Por qué?”, me pregunta. “No, por nada...”, respondo, y pienso: “¡Qué pena!”
28 de mayo, 20.30h
Solo faltan cinco días. ¡La entrada! Tengo que empezar a organizarme. Preguntaré a mi amiga Cristina. Vive sola y es un poco melancólica, casi depresiva. Casi nunca la llamo. La entrada es un buen motivo para disculparme. El concierto como terapia, Mozart y una tila, en fin...
“¡Hombre!”, me dice, “¡cuánto tiempo! ¿Qué tal estás?”. “Genial”, pienso yo, “no está enfadada ni tampoco deprimida.”
Hablamos durante más de una hora. Tiene novio, por fin. Un compañero de trabajo. Un chico estupendo. El amor de su vida. Les gustaría tener un hijo y comprarse un coche y un piso. Pero primero se quieren ir de vacaciones a Menorca quince días, bla, bla, bla...
“Gracias por llamarme”, se despide, “me alegra tener noticias tuyas. Pronto haremos una fiesta, te llamamos, ¿vale? Hasta luego”.
Al final no le dije nada sobre el concierto. Creo que ya no lo necesita. “Hasta luego”, le contesto. Esta vez no pienso “¡Qué pena!”
29 de mayo, 22.30h
¿Y a quién invito yo ahora? Ya es muy tarde. Una cita, una terapia...
quizás mis planes sean demasiado ambiciosos. Se me ocurre una solución: Mozart con un viejo amigo. ¿Por qué no? No es muy apasionante, pero es una apuesta segura. Mozart y unas cañas. Tampoco está mal.
“¿El domingo a las seis? Genial”, me dice Steve. “Y además me invitas.
¡Qué bien! Claro que tengo tiempo. ¿A qué hora quedamos?”
“Bueno, por fin”, pienso. “Un poco antes de las seis”, le respondo,
“delante del...”
“¿Un poco antes de las seis? Es un poco tarde, ¿no? Es mejor que vayamos antes para coger un buen sitio”.
“Los asientos están numerados”, le explico. “¿Numerados? ¿Pero qué tipo de concierto es?”
“Es un concierto en el Palau de la Música”.
“Vaya”, me dice.”Pero los conciertos allí no son de música moderna”.
“No. Mozart es música clásica”, le respondo.
“¿Mozart? ¿Cómo que Mozart?”
Así que Steve tampoco viene. Quedamos la semana que viene para tomarnos unas cañas, pero sin Mozart.
30 de mayo
Faltan sólo tres días. ¡Tengo que encontrar un compañero! ¿Quién quiere quedar siempre? ¿Quién dice siempre que no la llamo? Sonia, una compañera de la universidad. Es una adicta al trabajo, pero siempre está dispuesta a echarte una mano en todo. Lo malo es que sólo sabe hablar de trabajo. Mozart y la última reunión, en fin. Pero es una apuesta segura. Le encanta Mozart, eso lo sé. Y los domingos suele estar sola en casa, eso también lo sé.
“¿Me quieres invitar a un concierto? ¿A mí? ¿Al Palau de la Música?
¡Genial!” me responde. “¿Mozart? ¿Cuarteto de cuerda? Me encantaría.
¿Cuándo quedamos?”
“Bueno, ya está”, pienso yo y respondo: “Es el domingo por la tarde”.
Hay un silencio.
“¿Este domingo?” me pregunta.
“Sí, a las seis”, le respondo.
Silencio de nuevo.
“¿Pero no te das cuenta?”, me dice nerviosa.
“No, ¿qué pasa?”
“¡Mañana empiezan los exámenes!”
“Ya, ¿y qué?”
“Que tenemos que tenerlos corregidos para el lunes”.
“¿Y dónde está el problema? Tenemos todo el fin de semana y si los entregamos el martes o el miércoles no pasa nada”.
“¡Estás loco!”, me dice.
Después de cinco minutos hablando con ella pienso que ir a un concierto de Mozart el domingo por la tarde es cosa de vagos, insolidarios y poco
profesionales.
Pero me dice que la avise la próxima vez con un poquito de antelación.
Así se podrá organizar mejor.
“¿Por qué no llamas a Ruth?”, me dice al final, “creo que ella ya ha
terminado de corregir exámenes”.
Ruth es su mejor amiga y también es profesora. Es más adicta al trabajo que ella y habla aún más de trabajo. Sólo habla de trabajo. “¡Qué buena idea!”, le digo, “a lo mejor la llamo”. Pero no lo hago.
2 de junio, 10h
Corrijo sin parar. Todavía no tengo acompañante para el concierto. Pero hay que preocuparse. Tengo muchos teléfonos a los que llamar. Los de mis amigos. Hago un pequeño descanso de corregir y cojo el teléfono. ¡Al ataque!
Empiezo por los Pérez. Doble oportunidad, si no es él, quizás ella.
“¡Qué buena idea!”, me dice Carlos. “Marta se está duchando, pero seguro
que se apunta. Los niños están hoy muy revoltosos. He pensado llevarlos un rato al Parque de la Ciudadela. Así ella tendrá un descanso. A las seis
menos cuarto en el Palau, estupendo”.
¡Bingo! Qué descanso. Me llevo bien con Marta y ya no tengo que llamar a nadie más. A los quince minutos me llama ella. No puede venir porque tiene que ir con los niños a la playa.
“¿Pero no iban a ir al parque?”, le pregunto.
“Sí, pero hace demasiado calor, casi 30 grados. Queremos darnos un baño. Bueno, son los niños los que quieren, en realidad.”
Lo entiendo.
“¿Y Carlos?”, pregunto.
“¿Carlos? Creo que necesita descansar un poco”.
“Lógico”, le digo.
“Pues nada”, me dice Marta, “llámame la próxima vez, seguro que voy. Si
no puedo yo, quizás Carlos”.
2 de junio, 12.30h
Llevo dos horas llamando por teléfono. Ya van diez intentos. He llamado a amigos, a compañeros de trabajo y a vecinos. Ninguno puede venir.
Llamo a Úrsula.“¿Quién toca?”, me pregunta. Respondo a la pregunta,
pero no le gusta mi respuesta.
“Es que Mozart no es siempre igual a Mozart” dice. “A lo mejor no son buenos y lo destrozan”.
Y Úrsula no está dispuesta a que unos músicos de Sabadell destrocen a Mozart. Además ella va al Palau el martes a un concierto de la orquesta filarmónica de Múnich, la sinfonía Júpiter.
“¿Crees que a las seis ya habrá terminado la final de tenis?”, me pregunta Juan.
“¿Pero de qué final de tenis me está hablando?”
“Llámame después de las cinco, y te digo qué hago. Quizás me anime”.
También puede que se apunte Andrés, pero quizás también se apunten sus padres a un café en su casa.
“¿O tienes cuatro entradas?”
12.30h
Ya está bien, estoy harto. Echo un vistazo a mi agenda y compruebo que he llamado a todos mis amigos y a mis compañeros de trabajo.
Sólo me queda Barton. Y a él sólo le gusta el fútbol, la fórmula uno y la política internacional. Y además sigue siendo un fan de Queen y Phil Collins.
A Ruth desde luego que no la llamo. Me pone muy nervioso, no puedo con ella.
Esto entre nosotros: he vuelto a llamar a Lorena. A lo mejor ocurre un milagro. La he llamado dos veces a casa. No tengo su móvil. Primer intento: comunicando. Está en casa, ¡bien! Segundo intento: no lo coge. ¡Qué mala suerte!
16.50h
Vuelvo a llamar a Lorena. No hay nadie. ¿Qué hago? ¿Llamo a Alberto? No, que se quede viendo el tenis. ¿A Andrés? Tampoco, que se lo pase bien tomando café con sus padres. ¿A Ruth? Eso sí que no.
17.10h
Intento localizar a Lorena por última vez. No está. Iré solo. Como siempre. Sin estrés. Es la mejor solución. Bueno, la segunda mejor.
¡Qué lástima de entrada! No se puede devolver. Pero no importa. Puedo ir a la taquilla y regalársela a alguien. A un estudiante por ejemplo. Es una buena idea. Quien se pone en la cola de la taquilla es porque tiene tiempo y ganas de escuchar a Mozart.
17.50h
Ya estoy en el Palau de la Música y me dirijo a la taquilla. La cola no es muy larga, solo hay tres personas. Una señora muy elegante está pagando su entrada, detrás de ella hay un hombre muy antipático: parece un turista con mucho dinero. Lleva una buena cámara colgada encima de su barrigón. Y al final de la cola espera una chica joven. Parece una estudiante japonesa. “¡Qué bien! Perfecto”.
Le pregunto en inglés. Creo que me entiende, pero me responde: “No, no concert, visit, just visit. Thank you”.
Me lleva unos segundos comprender la situación: en realidad no quiere ir al concierto, sino ver el Palau. Mañana por la mañana hay una visita guiada en inglés para turistas.
“Yes”, le respondo, “but now there is a concert. Mozart, you know?”
“Yes”, me dice, “but student ticket”.
“Okay”, insisto, “but my ticket is free, gratis, no costs”.
“No, Mister, thank you”, me dice, “sorry, thank you, no, no”.
No tiene sentido.
“Sorry”, le digo. La gente me mira. Pero yo solo estaba haciendo una pregunta… Si no quiere la entrada, nada. ¡Voy solo y tiro la entrada a la basura! En ese momento se me acerca el hombre que estaba en la cola delante de la japonesa y me pregunta: “Do you really have a free ticket? Really?”
18h
Ya estoy sentado y comienza el concierto. El americano llega tarde y encima está comiendo caramelos. Se inclina hacia delante y ya no veo nada. Esto es un desastre. Y además no deja de hablar. Dice que la acústica no es nada buena. Seguro que abajo en el patio de butacas se está mucho mejor.
“Seguro”, le respondo. “¡Qué idiota!”, pienso, “entonces, ¿por qué no te vas al patio debutacas?”
18.30h
No me puedo concentrar y echo un vistazo al público. ¡Hombre, pero si es la japonesa! ¿Pero por qué no quiso...? En fin, no hay que aceptar regalos de extraños, ya lo sé. Pero yo sólo quería... da igual.
18.45h
El turista americano está asomándose constantemente al patio debutacas y no puedo ver a los músicos, por eso yo también empiezo a asomarme. ¡No puede ser! ¡Es ella! ¡En la tercera fila! ¡Es Lorena! ¡Lorena está aquí! ¡Pero por qué no me ha dicho nada! Y a su lado... no me lo puedo creer. Es Barton: están haciendo manitas. Ahora sí que ya no entiendo absolutamente nada...
18.50h
El descanso. El turista quiere que vaya con él a la cafetería del Palau.
“One beer or two”, me dice sonriente.
“No, gracias”, le respondo, “I must call someone, you understand?”
No es verdad. No tengo que llamar a nadie, no quiero hablar con nadie. Sólo quiero que me dejen en paz. Me subo al pequeño bar que hay en el tercer piso. Me pido un whisky. Tranquilo, chico, me digo a mí mismo, en realidad no pasa nada. El turista es un pesado, pero da igual. La japonesa tampoco importa. Y Lorena, en fin... también me da igual. Sólo quiero disfrutar del concierto, eso es todo. No puedo permitir que nada me estropee este momento. El whisky me sienta bien.
19h
De repente siento una mano encima del hombro. No, por favor. ¿Será Lorena? “Te lo puedo explicar todo”. ¿Será la japonesa? “Sorry, Mister”. ¿Será el turista? “Hey man, another beer?”
“Hombre, tú por aquí, qué sorpresa tan agradable”.
Demasiado tarde. Es Ruth, la que faltaba. Habla por los codos. “¿Has venido solo? ¿Por qué no me has avisado? ¿Ya has acabado de corregir? Pues este curso tengo unos grupos buenísimos. ¡Los resultados han sido fantásticos! ¡Qué bueno es el método nuevo! ¿Nos vamos luego a tomar algo juntos?"
19.20h
Cierro los ojos. Música, sólo música. Lo de Ruth no ha sido muy duro. Después de hablar dos minutos con ella se ha acabado el descanso. Tampoco me tengo que tomar nada con ella porque tengo que seguir corrigiendo. Lo entenderá perfectamente. Todo va bien. El turista se ha cambiado de sitio. Quizás esté abajo en el patio de butacas o a lo mejor sigue en el bar. La japonesa, Lorena y Barton también siguen aquí, pero no me ven. Mejor así.
Abro los ojos. Ahora ya puedo ver a los músicos. Sus caras, sus manos. Y la música es maravillosa. Vuelvo a cerrar los ojos. Todo es perfecto. El próximo concierto será dentro de dos semanas. Mañana compraré una entrada. Sólo una.
Leonhard Thoma, España, Alemania © 2012
leo.thoma@upf.edu
Traducción al español de Enrique Fernández
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