A Jorge Carlos Cortazar
Una puerta. Tantas cosas que pueden haber detrás de una simple puerta. La escena me recuerda un film de Lynch o de Buñuel pues todos los cuadros en el corredor del motel están de cabeza. Si pudiera ver a través del objeto de mi atención pudiera hallar...
Una mujer reposando sobre el sucio colchón de sábanas floreadas encendiendo un cigarrillo. Luego apura su vaso de whisky; su marido es impotente y su amante duerme apaciblemente junto a ella; su hija menor tiene su primera relación sexual con un tipo diez años mayor que ella; su hija mayor se recuesta sobre Alonso, un amante ocasional, musitando algo quedamente al oído.
Una joven de quince años contempla un arma de fuego calibre .22; después introduce el cañón de esa misma arma en su boca y ahora en su sexo. Un hombre en cuclillas con la mirada desorbitada la mira desconcertado. En el piso hay un paquete de jeringas, restos de marihuana, una cuchara de plata suiza, una ligadura, una popotilla de oro, un espejo con restos de cocaína y una hoja de afeitar.
Un hombre de veintitrés años, casado, se limpia restos de sangre y semen con una sábana decorada con flores y sonríe; mientras una niña de trece años yace inconsciente en una cama.
O mejor aún...
Mi cuerpo trémulo, de rodillas, mientras Mariana me observa fijamente a los ojos desde la cama.
En verdad uno nunca sabe que hay detrás de una puerta.
Mariana no se anda con rodeos. Sin detener su paso desde la puerta, se acercó a mi y me dijo al oído: Al grano, ¿tienes mota ?. Casi suelto mi copa al sentir su aliento jadeante a mis espaldas. ¿Te conozco? No, pero quiero pasarla bien esta noche. Sígueme. La tomé de la mano y salimos de la fiesta. Nos sentamos en la acera de enfrente. ¿Quién te invitó a la fiesta? Nadie, sólo quiero pasarla bien, ya te dije. Su mano acarició mi pierna y su lengua asomaba por entre la comisura de sus labios. ¿Traes dinero? No, pero traigo ganas de coger, ¿te basta con eso? Sonriendo, me levanté; nos encaminamos al coche y salimos rumbo al malecón.
[La marihuana no me late : sólo te apendeja; la coca es mejor. Cómo explicarlo... incluso no puedes comparar un pinche toque con un buen arponazo. La mota es para pobres]
Ella tiene quince años. Su madre es alcohólica y su padre es impotente. Tiene una hermana menor: Dáfne; trece años. A Mariana le dicen "la Chela", siempre se quiso llamar Elizabeth; ella me lo confesó. Cuando llegamos al motel su voz se confundía con la música del estéreo. ¿Tocas en una banda de rock, verdad? De nuevo sonreí y sin responder bajé del auto.
Habitación número seis, susurré mientras tintineaban las llaves del cuarto en mi mano. Subimos las escaleras y llegamos al cuarto. Abrí la puerta y de pronto me vi envuelto en la más completa oscuridad, no sin antes fijarme en un detalle bastante curioso que me recordó una de mis películas favoritas: todos los cuadros en el corredor estaban de cabeza. Mariana solo me devolvió mi insípida sonrisa cuando le mencioné aquel detalle. ¿Pinturas ?, ¿cuáles pinturas ?, yo no vi ninguna pintura. Mariana cerró la puerta de la habitación.
Mis manos están ahora cubiertas de sangre. Sobre mis rodillas una hoja de afeitar se pierde en una masa sanguinolenta. Levanto la vista y Mariana me mira desde la cama. Me mira fijamente como si mirara un moribundo. Mariana tiene sangre entre las piernas y las sábanas floreadas no son más que un lienzo violentamente salpicado de carmesí. Busco entre mis ropas; encuentro el arma. Mi brazo recorre el aire, como un pincel en busca del óleo, hasta encontrar el rostro de Mariana. Mientras amartillo la pistola, afuera del cuarto se escuchan fuertes gritos y golpes a la puerta. Mariana me regala una estúpida sonrisa.
Tendido sobre el colchón, le doy el último "toque" a mi cigarro. Mariana observa el techo, en silencio. Se recuesta sobre mi pecho y me dice algo que apenas alcanzo a comprender. Te quiero decir algo; una verdad que sólo tu conocerás, algo que nadie sabe y que necesito que nadie sepa; sólo tú. Asiento con la cabeza y Mariana se acerca a mi oído con su aliento tibio como de serpiente. El cuarto se contorsiona, se revuelve en una espiral: ahora mi vida, mi vida entera , desde antes de mi nacimiento en el vientre de mi madre, pasa ante mis ojos como en una siniestra elipsis y en medio de mis propios alaridos miro, prisionero, desde uno de los cuadros del corredor del motel cómo Mariana cierra la puerta de la habitación número seis tras de mí.
México, agosto de 2001
Edmanuel Angulo Marrufo, México © 2001
marruf8@hotmail.com
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