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Un día sombrío

"Reina ahora el viento de arriba,
ya viene el viento de abajo,
ya la tormenta viene... así será..."

Marcos

ROJO.
Solamente alcanzó a ver como el cráneo de su compañero volaba en pedazos. Salpicado de él, sintió el calor de su sangre, que contrastaba con la fría palidez de su rostro. Sus ojos estaban fijos en la carne que brotaba a cada bayonetazo, por cada disparo: como queriéndose liberar de su prisión corporal, como queriendo huir de esos cuerpos ya sin vida. Gritos apagados por ráfagas de fuego, niños sin padres, madres sin hijos, sueños desgarrados. Zapatos, ropas, libros, periódicos, sangre, impotencia, furia, odio, dolor. Muchas almas se hubieran visto, si éstas al abandonar a sus muertos pudieran verse. Aún faltaba...

BLANCO.
Globos, sonrisas, niños, viejos. Todos. En realidad parecía una feria. Las paletas por acá, los chicharrones por ahí, el algodón de azúcar más allá, las papeletas, los manifiestos, las armas. Escondidas como queriendo ser invisibles, como buscando no ser cómplices del caos. Ahora una risa de niño, ahora una voz de hombre joven, sonando a través de un altavoz, ahora feliz, ahora muerto.

AZUL.
Vamos, corre. Ahí, en esa casa. Tócales para que nos abran. No, por favor, somos estudiantes. Sí, de allá venimos, por favor, déjenos pasar. Ándele seño, le juro que soy estudiante, mire mi credencial. Gracias seño, diosito se lo ha de recompensar.

VERDE.
En realidad nunca hicimos algún daño. A nadie. Sólo buscábamos mostrar nuestra inconformidad. Yo, literatura. Sí, en la facultad de humanidades. La represión fue terrible. Todavía me acuerdo cómo nos golpearon, dos días antes de aquella vez: era una de macanazos y patadas; judiciales, policías y militares. Nos dieron parejo: hombres y mujeres. Hubo mucha chavita violada. Me acuerdo especialmente de "Pedro Navajas"; así le decíamos, lo conocimos cuando nos metieron a la cárcel la primera vez: era un judicial que nos traía muchas ganas, que por que eramos "unos catrincitos revoltosos y pendejos". "Mariconcitos estudiados", nos decía antes de empezar a madrearnos. Ése si que nos odiaba en verdad, incluso se llegó a decir que mató a dos compañeros, con tiro de gracia y todo, pero ya dos días después. Lo único cierto es que a muchos compañeros ya nunca los volveremos a ver.

AMARILLO.
Ya llegaron por nosotros. Anda, muévete. Gracias, doñita. No sabe cómo se lo debemos. Ándale, vámonos. Sí, señito, son nuestros amigos. Bueno, adiós doñita.

Apúrate, métete. Sí, en la cajuela.

Sólo obscuridad. Pero ahora ya no importaba. Habían ido por ellos los del sindicato. Al fin a salvo. Con unos golpes y moretones, pero qué más da. Fuera de aquella recreación dantesca de la muerte. Sólo recuerdos. De repente, el movimiento se detiene. Un brillo rompe la pasividad de lo obscuro. Un diente de oro. Instantáneamente, se le vinieron a la mente imágenes no muy lejanas. Juda ridículo, poli naco, macanazos en la cara, patadas a los testículos. Ahora otro brillo. Un disparo y ...

NEGRO.

Edmanuel Angulo Marrufo, México © 1999

marruf8@hotmail.com

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