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El señor Ruano

Acababa de salir de una separación de las que dejan moratones hasta en el cuero cabelludo. Había convivido con su mujer 12 años. Los hubo que se hicieron cortos, con una intensidad y compromiso inspiradores, pero otros fueron como una condena a prisión. Y el último año se llevó la palma de oro, de esa época ambos se arrepienten por el daño infligido con una iniquidad impropia de personas que se consideran decentes. Al final ella tuvo el coraje de romper y rasgar. Ovidio Ruano no tuvo la última palabra, eso duele aún más.

Ovidio era estéril, adúltero, enredaba con sustancias opiáceas, comentarista político, articulista de opinión, tertuliano de lo que se tercie. Después del divorcio se había mudado a un apartamento de alquiler a las afueras de la ciudad, donde el barrio se comporta como un satélite que ignora a su planeta. El barrio trata de la familia, de los vecinos, del chiqueteo con la cuadrilla, del pequeño comercio, del médico de cabecera, del peluquero (no estilista), de la sucursal bancaria en la que conoces al director, del parque, del cartero de siempre. Ser del barrio procura una identidad superior a quienes se hacen llamar ciudadanos del mundo, que no son más que vagabundos con pedigrí.

Instalado en su nuevo apartamento como un soltero más, le asaltaban noches de insomnio pertinaz acompañado de cacareo mental. Hacia las seis de la mañana, tras una de esas noches que le dejaban vapuleado como un saco en un club de boxeo, le cogió un sueño doloroso, de apenas unos minutos, justo antes de levantarse para acudir al trabajo en una radio local donde comentaban las penurias del mundo.

Esa mañana, los contertulianos estaban haciendo gracias antes de entrar en directo. Ovidio, cuando llegó, no tuvo ganas de participar de las chanzas y a los demás les pareció raro, porque solía mostrar su vena sarcástica y socarrona a la mínima oportunidad.

Empezaron el programa en el que se analizaba una ley del gobierno para disuadir a los medios digitales sobre las fake news. El peligro de que el poder disponga quién dice la verdad y quién no, es tan flagrante que hasta un niño de primaria es capaz de percibirlo. El asunto daba para la indignación encendida. El locutor que conocía a Ovidio y sus diatribas, se temía lo peor. Pero éste se mantuvo cabizbajo, huidizo de la disputa verbal y meditabundo. Cuando acabó el programa se fue sin despedirse. Un mandatario de la cadena le llamó al móvil para decirle que para eso no le pagaban, que si tenía problemas personales que los solucionara o adiós muy buenas. Él le contestó que se había hartado de opinar, que la palabrería analítica no le había servido para formar un hogar acogedor, ni para librarse de la tiranía de sus vicios, ni le había ayudado a conservar el amor de su mujer. El jefe, no dado a la empatía, le dijo que no le contara penas y que se pasara por la oficina de recursos humanos a firmar el finiquito.

Ovidio Ruano había visto a muchos hombres luchar contra sus demonios y sólo salir vencedores cuando se rindieron. Ahora le tocaba a él. La arrogancia se presenta como el mayor obstáculo para salir de la pesadilla. No creía necesario guillotinarla porque todo cabe en la nada, pero sí hacía falta pasar por ella sin quemarse los pies y sin tortícolis en el cuello violentamente estirado buscando seguridad.

Siempre había creído que debía construirse para ser alguien, como un ser incompleto que busca parches de mejora, y de repente se ve demolido. Ahora no es nadie. El amor hacia su mujer derivó en odio. El odio es una fuente de energía como cualquier otra, pero no supo asimilarla. No podía tener hijos y esa cura de dar prolongación a la especie, en su caso no sirvió para salvar una relación de pareja que, encerrada en sí misma, se asfixió y contaminó el ambiente casero. Sus adicciones, sus noches interminables fuera de casa, su acomplejada carrera hacia la cama de toda mujer que estuviera dispuesta a la aventura, no ayudaron. Las drogas le daban algo de éxtasis y de inhibición entre tanto enredo mental y emocional. Pero al surgir la adicción, ni de ellas pudo disfrutar como es debido. No hay solución para quien de manera inconsciente se dispara en el pie. La última pieza en caer fue su trabajo. La tarea de polemizar sobre asuntos dispares, de escribir artículos barnizados de literatura, de manejar con sarcasmo la actualidad social, y sus colaboraciones con medios usando su carisma discursivo, habían terminado. Tuvo una luz que sí iluminaba en los inicios, cuando empezó en el oficio y pensaba que podría cambiar algo del mundo. Esa luz fue cediendo hacia un tono macilento al darse cuenta que las costuras del mundo se rasgaban una y otra vez sin remisión.

Cuando crees haber tocado fondo descubres que no existe el fondo. Lo positivo de fracasar es que dejas de identificarte con tus asuntos, con el cuerpo herido de caprichos y con la mente parlanchina. Es difícil ver con claridad cuando tú mismo eres la principal interferencia, el objeto compacto que se interpone en el fluir. Más tarde o más temprano debes elegir entre si quieres ser opaco, no permitiendo el paso de la luz, o ser translúcido permitiendo el paso de una luz tamizada, o ser transparente y no actuar como obstáculo de ningún tipo a la emisión de luz y de imagen. Un cuerpo transparente es aquel que se ha identificado con la energía y no impide su transmisión; es más, colabora en ella, provocando una visión de 360º que baña sus alrededores de una fuerza renovadora.

Si el libertinaje es la norma en criaturas atadas a un deseo incalmable y a una codicia voraz, el desenlace autodestructivo está cantado. Solo en la identidad real podemos ser libres. Pero a Ovidio Ruano nadie le había hablado de estas cosas. Él, simplemente se estrelló conducido por su ego, que era un ciego que va por ahí con gafas de sol oscuras chuleando a las sombras. Las palabras que Ovidio emitía llegaron a no significar nada, a no tener sabor. La mente crea su propia construcción e intenta sostenerla con artificiosos colorantes. Eso exige tensión física y psicológica que, al final, acaba derrumbándote. Es desde la relajación cuando la actividad pierde su poder. A Ovidio, su construcción se le había venido abajo de repente: su matrimonio, su trabajo y sus amistades se diluyeron como un azucarillo. El peso pudo con él. El peso de la farsa.

Con el paso de los meses, a alguien le dio pena su situación rayana en la miseria y lo invitaron a tertuliar en una televisión independiente. Solo pronunció una frase durante la hora que duró el programa. Fue la siguiente:
—Está aumentando el número de personas que llegan a conclusiones sobre cualquier asunto por el camino rápido, con apenas unos cuantos mensajes mal digeridos de los medios de comunicación, la lectura de algún tuit del periodista divulgativo de turno y unas cuantas charlas de barra de bar. Y lo peor no es eso, lo peor es que defienden sus conclusiones con un fanatismo que acongoja.

Luego se calló. No le pagaron, pero le invitaron a comer. Lo vieron hundido. Se equivocaban. En lo peor ya has empezado a mejorar. El gusto por sufrir no era algo que le atrajera como antes.

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Estaba dispuesto a propiciar las mejores condiciones para el desarme de su vida artificial, esa que crece en el tiempo, que a algunos nos engancha con más fuerza en el sufrimiento y la miseria que cuando toca gozo y éxito.

En medio de la tormenta hay que ponerse a cubierto, no significarse. Estar a la intemperie solo sirve para que los rayos te abran en canal. El plan es resguardarse, estar alerta y esperar a que escampe. Ovidio Ruano salió de la ciudad, de la gran construcción humana. Se fue al bosque. Era la primera vez que se adentraba en la naturaleza por iniciativa propia. Nunca le había interesado la simpleza del campo. Le aburría. Ahora era distinto, era lo que buscaba: su simpleza. En ese bosque se vació, rompió lo opaco, pasó de largo ante lo translúcido y se hizo transparente sin darse cuenta. Es importante no darse cuenta de que te das cuenta, así no lo estropeas. El que busca llega un punto en que debe renunciar también a la búsqueda. Si no dejas de buscar no podrás llegar a la transparencia, ahí donde la energía te traspasa y sigue su camino sin que tú la utilices, la manipules, la corrompas, le añadas intención. Estuvo sentado en el bosque durante días, se hizo naturaleza, se recuperó humano, y la energía lo reconoció como algo consustancial.

A Ovidio Ruano le costó regresar a la ciudad, a su apartamento de barrio, a su cubículo de divorciado. Es difícil abandonar el sitio donde has renacido. Fue la energía recién descubierta en su sistema quien le empujó a regresar a la ciudad. La energía no se confina en los muros de la naturaleza, en los muros de un hombre santo, la energía sigue extendiéndose porque no ve muros. Ovidio lo entendió sin saber qué iba a pasar. Una imagen acompañada de una idea se instaló en su mente limpia de tiempo y carga personal: Vendrán personas a ti como atraídos por un imán que se mueve en su interior. Cuando tú eres, ellos son. Es como si escucharan la llamada común. Te pedirán también que viajes para que te reúnas con otros.

Así ocurrió. Muchas personas desconocidas se le acercaron sin saber muy bien el motivo. Le hacían preguntas, pedían conversar unos minutos, le rogaban aclaraciones. Y se dieron efectos sorprendentes. Su notoriedad fue aumentando con el boca a boca, sin publicidad ni darse a conocer a través de los diferentes medios sociales. Es más, Ovidio Ruano, al principio, era reticente a esta exposición pública, temía que se convirtiera en un circo. No ocurrió como esperaba, nunca ocurre cuando la verdad se expresa de vacío a vacío. Su casa no eran los muros de su cuerpo, era el vacío que hay entre las paredes, el espacio donde ocurren las cosas reales, el espacio inmaterial que soporta el universo.

No eran sus palabras ni sus hechos, era la presencia la que atraía. Ovidio era un nombre sin carga de pasado, un nombre renovado o muerto. No hacía milagros. Los "milagros", según declaraban los visitantes, ocurrían en ellos mismos. Ovidio hacía de catalizador sin saber que lo hacía. La energía se comporta así.

Cuando en las cadenas de radio y televisión se enteraron de este giro sorprendente de la historia del señor Ruano, quisieron entrevistarlo. Solo accedió a la petición de un pequeño empresario que dirigía una radio y una plataforma digital en la que trataban temas espirituales y paranormales. No hubiese sabido explicar por qué sí fue a esa emisora.

Tras sentarse en la mesa en forma de media luna y colocarse bien ante el micrófono para ser entrevistado, lo primero que dijo es que ignoraba todo lo que tuviera que ver con lo que se conocía como mundo paranormal.
—De lo que trato es muy natural. Quizás lo llamativo es su naturalidad.
—Lo primero que me gustaría decirles —dijo el periodista dirigiéndose a los oyentes—es que conocí hace años a nuestro invitado de hoy y les puedo asegurar que era un tipo inteligente, arrollador, rotundo en la exposición de sus ideas y demoledor en el combate dialéctico. Quienes le conocieron aún mejor que yo dentro de la profesión, hablan de su vida disoluta. Esto hace que el motivo por el cual le traemos ante ustedes, que no es otro que su reciente éxito como guía espiritual y refugio de almas, nos sorprende muchísimo. Esa transformación en su trayectoria vital es por la que me gustaría empezar. Veamos, querido Ruano, cuéntanos cómo ha ocurrido tan inesperado giro de los acontecimientos.

Ovidio captó el tono paternalista del locutor, su divertido escepticismo, pero no hizo caso. No venia a convencer a nadie y menos a un periodista. Se trataba de una emisora que trataba asuntos de ovnis, de casas encantadas y de poderes paranormales, pero al parecer le hacía gracia al locutor que él hubiese cambiado su punto de referencia, encontrado su identidad perdida y que sirviese de inspiración a los demás, sin alharacas ni fuegos de artificio.
—La inercia es la propiedad que tienen los cuerpos a mantener su estado de reposo o movimiento si no interviene la acción de una fuerza externa. En mi caso se rompió la inercia. Eso es lo que pasó. Una fuerza, o ¡a la fuerza ahorcan!, me puso en el borde del abismo y fue entonces que descubrí que yo no era a quien le ocurrían esas cosas, sino el observador que veía cómo ocurrían en la mente. La inercia más poderosa es el diálogo interior, la cháchara mental. Rompí con ella, no sé cómo. Ocurrió. Fue una decisión. Romper con ese ruido de la mente exige estar alerta en el aquí y ahora.

El periodista se le quedó mirando un instante dilatado antes de volver a sus notas para seguir preguntando.
—Si no eres tu mente, quién dirías que eres.
—Cuándo fue la última vez que te identificaste con tu bazo, con tu páncreas, con tu hígado o con tu codo derecho —repreguntó Ovidio Ruano.
—No recuerdo haber hecho eso nunca.
—Vale, entonces por qué identificarte a todas horas con el cerebro.
—Porque es nuestro cuadro de mandos, desde donde regimos nuestra vida, lo que nos diferencia del de enfrente y del resto de las criaturas.
—Primero, no veo motivo para querer diferenciarse del otro cuando el otro soy yo. Y segundo, tu cerebro es una parte de tu cuerpo, no tú. La identidad está en el espacio que soporta el cuerpo. La mente es la habilidad del cerebro, la cual nos ha llevado a convertirnos en las criaturas más evolucionadas en este planeta. Pero convertir esa gran habilidad en una identidad, ha sido un error que ha provocado la disfunción constante dentro de nosotros, un poso de ansiedad e insatisfacción que trastorna nuestro comportamiento temporal.
—¿Crees en Dios?
—No es relevante la pregunta porque no hay manera de saber lo que se está preguntando, ni lo es la respuesta porque no aporta sustancia al asunto. Las creencias no son la realidad. Sí que considero importante valorar cuál es la alternativa a no descubrir la presencia que somos, que se extiende hasta el infinito en sus múltiples formas de expresión. ¿La alternativa es creer en el mundo procurado por el ser humano: temporal, finito e inestable? Lo conozco demasiado bien para tropezar en esa maliciosa ingenuidad. La gracia de la presencia confiere dignidad al hombre, lo sustenta y da categoría de real a su peregrinación, agregando contenidos hasta acercarlo al entendimiento. Otras veces tomando el camino inverso, el de vaciarnos de contenidos hasta captar el inmenso pálpito de la Nada. El hombre, sin la Gracia, es un infeliz perdido en un proceso cíclico.
—No estoy de acuerdo con lo que dices, pero eso ahora no importa...

Ovidio interrumpió con un movimiento de mano al entrevistador.
—No importa la confrontación dialéctica ni el razonamiento discursivo, es mejor el silencio y sus magníficos efectos. Por eso hay que trascender las palabras, las dichas y las pensadas.
—Muchas personas están preguntando por redes sociales, mientras hablamos, por el método que siguió para el proceso de transformación y si cree ser mejor persona ahora que antes.

A Ovidio no se le pasó por alto el abandono del tuteo.
—Para desactivar el ego no he necesitado un hecho extraordinario, ni un trabajo de desgaste a pico y pala, ni practicar ningún método de meditación, ni seguir los consejos de un maestro o gurú. Bastó con vivir con mi ego 24 horas durante cincuenta años. Es tal el hastío que me procuró, que lo he cesado, aunque como es idiota ni se ha dado por aludido. Respecto a la segunda parte de la pregunta, decirle que no es que sea mejor o peor persona, es que soy. Antes no sabía que era.
—¿Que diría que buscan en usted quienes se le acercan?
—A sí mismos.

El periodista pasó a un corte publicitario. Bebió un trago de agua de una botella de medio litro y se dio un giro en la silla con ruedas.
—Estamos de vuelta con Ovidio Ruano, guía espiritual en este siglo que es combinación de ciencia, tecnología y fenómenos inexplicables. Por cierto, señor Ruano, como bien sabe en este programa somos muy aficionados a los hechos que se salen de la norma establecida, ¿podría contarnos algún fenómeno paranormal que le haya sucedido, algo que rompa las leyes de la física y de la comprensión cartesiana?
—Nada paranormal, pero sí que se sale de las leyes establecidas, porque la presencia lo que hace es prescindir del tiempo lineal. Todo ocurre ahora. No se puede considerar que sea un viajar en el tiempo, simplemente lo desecha porque no lo contempla. Salirse del tiempo es salirse de lo irreal, de lo ficticio, abandonar la mente como centro de operaciones.
—¿Y no resulta empobrecedor y aburrido? Fíjese, sin imaginación, sin expectativas, sin sueños...
—Sin falsedades, sin frustraciones, sin construcciones en el aire... La realidad no es nada aburrida, se lo aseguro, está llena de matices y, aunque es lo que es, nunca dejas de profundizar en niveles superiores del Ser.
—Algunos oyentes nos preguntan por su antigua profesión de escritor, de analista, de tertuliano. ¿Seguirá escribiendo en esta nueva etapa de su vida?
—Escribir de verdad, escribir verdad, es combinar las palabras de tal forma que desaparezcan para el lector en su sentido literal, hacerlas transparentes para que den lugar en él a la realidad intransferible, no participada por críticos, otros lectores, ni siquiera por el autor. Quizá escriba, no lo sé, no me lo he planteado. Tampoco me había planteado estar contestando preguntas sobre mi transformación en la radio y aquí estamos. Ser consecuente es estar abierto a las posibilidades porque estás en presencia continua. Así que haga lo que haga, será lo oportuno.
—¿Antes de despedirnos de los oyentes, querría añadir algo, se ha dejado algo en el tintero, quizá dar un correo electrónico u otro medio para ponerse en contacto con usted?
—Me gustaría comentar a quien nos pueda estar oyendo, que se olviden de lo que ha quedado grabado en sus mentes de esta conversación, y se queden con esa sutileza que es la impresión, el aroma. Decirles que la imagen que tengan de mi persona no les impida adentrarse en sí mismos. En ese vasto descubrimiento de espacio vacío nos volveremos a encontrar. No hacen falta otros medios para ponernos en contacto.

Luis Amézaga, España © 2024

luisamezaga43@gmail.com

Luis Amézaga nació en el año 1965 en la ciudad de Vitoria (España) donde vive actualmente. Entre lecturas y escritos concibe la medida del tiempo. Mantiene habitualmente el blog El búnker travestido: https://bunkertravestido.blogspot.com/

Ha escrito artículos y colaborado en diferentes revistas literarias: Bolsa de Pipas, Letralia, Ariadna, Narrativas, Almiar-Margen Cero, Groenlandia, Agitadoras… Ha participado en antologías de relatos y poesías como La Casa del Poeta (Noche Polar), Doble en las Rocas y Escribir en Crisis(Editorial Letralia), o Antología de poesía Viejoven (Versátiles Editorial). Es autor de varios libros de poemas: El Caos de la Impresión, A Pesar de Todo...Adelante, o Los Alrededores del Idiota. Con el poemario Bolsa de Canicas obtuvo el premio en el certamen convocado por la revista literaria Katharsis y se publicó revisado en segunda edición en el año 2012. Ofreció a los lectores el libro de máximas y aforismos El Gotero en la revista Groenlandia. Con el poeta Adolfo Marchena publicó el libro de crónica poética La Mitad de los Cristales. También compartió proyecto en su libro dietario El Reloj de Arena junto al escritor hondureño David Morán. Cabe destacar la publicación del libro de sentencias, crítica y pensamiento, que ha recogido bajo el título Una semana de arresto domiciliario. Cuenta con un librito de relatos titulado Tarde de Moscas, y su flamante trabajo publicado con la editorial Amarante bajo el título Vuelos rasantes, un ejercicio narrativo que cuenta con nueve historias perturbadoras. Su última entrega a los lectores ha sido el libro Los ladrones de Ideas, que obtuvo el segundo premio del IV Concurso Literario de Relatos "Letras Cascabeleras". Un título que se publicó a principios del 2021.

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