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Los tamales del Profesor Paredes

De haber sabido, las posibilidades de haber incurrido en discrepancias con mi pareja hubieran sido minimizadas. Pero bueno, así es la ultratumba. Algún día había de suceder, y algún día había de pasar. En fin. Mi vieja me hizo tamales. Por eso hoy me verá usted, sentado en esta tabla frente a usted, mirándolo a usted fijamente, reflejando su imagen, con una taza de café a mi lado. Es por eso que absorto estoy en las trampas fugaces de luz, en un gótico rincón (supondría yo), en la entropía de un sabor a tamales cuyas partículas en el vapor caliente, humeante, degustante, tentador, oral, delicioso, pintan en la mente colectiva el gusto de la masa sazonada a fuego lento.

Estaban los tamales discurriendo sobre el velorio del Prof. Solomeo Paredes. Los tamales eran del Prof. Solomeo Paredes. De hecho, los tamales eran el Prof. Solomeo Paredes. Post-mortem conocedor de su destino como comida prehispánica, el profesor quería moralizar a la dolencia como un auténtico tamal filosófico. Y digo filosófico, porque en la mente del Prof. Paredes, él trascendió de la individualidad al género colectivo de la tamalada. “¡E PLURIBUS UNUM!” exclamaba en el limbo el profesor, puesto que su cuerpo, de muchos tamales ya era uno sólo con el gran tamal universal. Los tamales de un conjunto llamado olla podrán tener número, pero no tienen nombre, porque el tamal universal existe mientras haya maíz y chile para hacerlos colorados. “Ergo, tamalae sunt infinitum” Le estaba siendo revelado el misterio de la Santísima Trinidad, que en este caso podríamos llamarle la Santísima Docena.

En realidad el profesor fue muerto a garrotazos, luego descuartizado con una hacha, hervido en botes, desmenuzado y luego guisado con chile ancho y colorado, manteca, ajo, pimienta, comino y sal. Nadie supo qué pasó con los huesos, ni con el pelo (aunque la presencia de un pelo en un tamal se le atribuyó a la cocinera. Es normal encontrar pelos en los tamales.)

“Ya revuelto con chile y ajo, qué le pelo,” decían los tamales.

Mientras tanto, doña Juve, la esposa del profesor, intercambiaba opiniones con las personas virtuales que proyectaba en las paredes blancas del frescobote. De hecho, ya por una extraña curvatura espacial-temporal, cada que se quedaba sola en casa reaparecía su primo Juan Manuel a caballo desmontando luego de cruzar los formidables pliegues de la sierra de Arizona. Ya estaba bien loca la pobre...

Cuando alguien se dio cuenta que los tamales eran el Profesor, y posterior al unísono gesto de asco y duda entre los mirones externos que no comprendían lo especial de este bote de tamales, la intención original era de mandarlos a la fosa común, a causa de su muy distorsionada humanidad ya no inmaculada, envuelta en una embarrada de nixtamal molido, salpicada de trocitos licuados de chiles anchos y colorados. No obstante, la familia del presente difunto quería darle cristiana sepultura a lo que quedaba y se rehusaban por ende a que se le practicase una autopsia a los restos del profe. Aunque fuera tamales. “Lo vamos a sepultar. Pero decentemente.”

A falta, digamos, de un cuerpo presentable, y ante tal presentación en hojas de mazorca y embarres de masa, (“Esta es mi carne, y este es mi caldo”, sintetizaba ahora el Prof. Paredes en el inframundo) el tío Poli pensó en tirar los tamales. “¡No! ¡Se lo comerán los perros!” dijeron las hermanas. Fue entonces cuando surgió la idea de sacar los tamales del bote y meterlos en un ataúd, pero vino una gran pregunta: ¿Acomodamos los tamales, o los echamos todos en bola? Pero como esto sucedió en el norte, y previendo una compensación escandalosa para el funebrero sólo por acomodar tamales en una caja, no parecía ser la idea más sensata. Además, el ataúd se remojaría, y peor porque los tamales aún estaban calientes. “La esencia de Solomeo debe incluir el caldo... Así lo hubiera querido él” tributaba tomasinamente el tío Poli a la ínfima reliquia de los fluídos vitales de Solomeo Paredes.

Total, a la usanza norteña, el Prof. Paredes fue velado junto a una pared, en una mesa con un reclinatorio enfrente, debajo la olla de un crucifijo, y con una guarnición de cirios apagados, a causa del riesgo de incendio. Los Paredes decidieron que se enterraría la olla en la fosa familiar. Ergonómicamente la olla sólo ocuparía una fracción del volumen que ocupa un ataúd; dicho espacio sobrante bien podría ser usado por un difunto extra de la familia, y dicha olla sólo ocuparía los hipotéticos pies de otro hipotético difunto, al menos, un difunto más ortodoxo. “Queremos rezarle un rosario” dijeron las hermanas del profesor. La naturaleza terrenal y laica del profesor hubiese protestado al acto la idea de un coro griego (o más bien apostólico y romano) pidiendo clemencia de entidades divinas; pero, ¿cómo iba a enterarse? No está de más. Y entonces la familia Paredes procedió a velar a sus tamales.

Pero era más facil imaginarse al profesor Paredes recalentado en el comal que enterrado en un panteón, pues ad hoc, luego del perfecto tiempo de cocción, podríamos decir que los tamales ya estaban al dente; los deudos temían chuparse los dedos con el vapor de los tamales, que aún estaban humeantes y emanaban un dulce aroma de masa y el robusto aroma del chile colorado.

Surgió entonces, en la mente de los participantes, si no era absurdo el velar el chile, las hojas y la masa. Y no. No lo era. Porque el Profesor Solomeo Paredes fue un Solón ejemplar, prócer de las letras doctas. Ilustrado paladín del conocimiento occidental. Sublime maestro inspirador mental. Tamales gratis. ¿Tamales gratis? Pos sí, porque todo fue que el primer pendejo llegara y dejara su café en la mesa, y otro gorrón viera la olla sobre la mesa.... “¡mmmm...tamales!” En fin, había que dispensar del pecado de canibalismo a los invitados a la cena del Sr. Paredes pues tomaron y comieron todos de él. Y poco a poco, eucarísticamente, el Sr. Paredes fue distribuido de cuatro en cuatro, con café. Igual, luego de comérselo, lo vomitaban tras enterarse los gorrones que se estaban comiendo al muertito, y ahora, esencialmente, el prof. Paredes se había consagrado en bolas de bolo alimenticio de tamales con café. Pero dista obstar, que pocos se habrían de imaginar que haciendo fila ante San Pedro estaba una olla de tamales. Pocos se imaginarían en el etéreo plano celestial una olla honda de metal volando con alitas de paloma entre las nubes del cielo. Y más allá de toda gnosis y todo concepto, el alma de tamal ya se había elevado al firmamento...

M. G., México © 2004

VOCABULARIO:

...qué le pelo: Expresión de resignación. “¿Qué más da?” “¿Qué puedo hacer?”
Frescobote: Cárcel, prisión.
Nixtamal: Maíz en grano cocido. La masa de maíz es nixtamal molido.
...previendo una compensación escandalosa para el funebrero...: Se supone que la gente del norte de México es coda.
...todo fue que el primer pendejo llegara y dejara su café en la mesa, y otro gorrón viera...: (Regional) (mal castellano) “Todo estaba bien, hasta que alguien dejó su café en la mesa...”
Gorrón: Colado. Asistente no invitado a un evento.

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