Mis ojos están fijos sobre el espacio vacío que me ofrece el precipicio, un águila vuela cerca, no la veo pero la puedo sentir, siento su mirada sobre mí, me atraviesa, me desnuda, se junta con la mía y la absorbe mientras sigue su camino hacia el profundo infinito...
El viento se convierte en mensajero del vértigo, rugiendo con furia y sutileza. Mi vida en la cima de aquel peñasco se mueve entre dos límites, a saber: puedo dejarme caer y hacerme uno con el infinito monstruo de vacío que se cierne bajo mis pies; o simplemente permanecer inmóvil con los ojos cerrados al diabólico paisaje que me rodea y me define. Prefiero agotar el escaso rango de movilidad que me ha sido otorgado, mis pies no se pueden mover, entonces abro mis brazos y cierro mis ojos para dar bienvenida al vértigo y al viento que lo trae escondido en una nube de polvo del desierto. El telón de mis párpados no puede permanecer abajo por mucho tiempo; el débil tejido se abre de nuevo para dar paso al eterno espectáculo del fondo interminable del abismo. Me es imposible mirar al firmamento que además no tiene nada que ofrecerme, excepto por el águila, ave que prefiero no conocer, ni siquiera sé lo que es un águila, prefiero que vuele cerca y que su mirada se funda con la mía en el espacio (no sé sí realmente lo quiera de esta forma, sólo es así y no hay nada que hacer)...
El viento juega con mi indefensa humanidad y me dejo llevar. He estado a punto de derrumbarme. La náusea. El vértigo. Puedo jurar que no he hecho ninguna clase de esfuerzo para volver a mi posición original, una corriente evita mi caída inminente; otra fuerza, tal vez de tipo magnético, es la que mantiene mis pies fijos al suelo polvoriento de la cima del peñasco, siempre lo ha hecho, aún ahora que el poderoso viento se contradice en todas direcciones. Me voy para atrás, mis huesos y mis músculos se niegan a reaccionar; estoy a punto de caer de nuevo pero no caigo. Otra vez con fuerza redoblada hacia adelante; otra vez la caída se hace inminente. No caigo, ahora hacia un lado, me muevo en círculo, mis pies fijos a aquel gigantesco imán, enloquezco, llamo a la piedra hogar, al abismo Dios, no, el águila es Dios, ya que no me pertenece, no la puedo ver, puedo afirmar que no es real, lo único real es su vuelo, lo único real es el viento, ahora soy un péndulo al revés, pulsos regulares, luego al azar, me mareo, vomito una sustancia espesa y sin color definido, su hedor podrido hiere la monótona fragancia de la arena milenaria del desierto, el viento implacable devuelve mis entrañas regurgitadas contra mi rostro, vuelvo a vomitar, otra vez lo mismo: el vómito en mi cara, el viento sin piedad. Ahora el aire esta quieto, ni una partícula de polvo se mueve, el viento descansa y yo estoy fijo a la roca con los ojos totalmente abiertos, creo que el águila ha hecho su nido sobre mi cabeza, la montaña de piedra comienza a temblar, desde el fondo del precipicio se escucha el rugir furioso del desierto, el águila se ha ido, el viento ha regresado. Por un momento creo ver al águila, de reojo, elevándose; creo ver también un grupo de buitres volando en círculos, el águila se ha ido y ya no volverá, los buitres aguardan...
La tormenta se desata sobre el árido paisaje, nunca antes había llovido en aquella región. La noche rodea el peñasco que asciende en forma de niebla oscura desde el fondo del abismo para luego convertirse en orgía eléctrica, en furia estelar. Mi cuerpo estático se hace pararrayos, me carbonizo una y otra vez, me regenero a partir de las cenizas, la electricidad enciende una hoguera con mi cuerpo que la lluvia apaga. Es de día ya, otra vez la noche, la tormenta de nuevo, luego el día, luego el viento, los buitres se alimentan con mi carne, el sol implacable, la noche, el vendaval, el último rayo, pienso que se trata del armagedón...
Me separo de la cima por fin, el viento lluvioso me empuja con violencia, ya caigo, el vértigo, caigo, la luz del día, sigo cayendo en la larga y oscura noche, el vacío, tal vez nunca me detenga, eso es mentira, sé que algún día me estrellaré sin remedio contra el rocoso suelo del desierto: Mi cráneo estallará dejando libres mis sesos, que se fundirán con la arena.
Juan David Villegas, Colombia © 2000
ville_us@yahoo.com
Comentarios del autor sobre el cuento:
Soy un colombiano nacido en 1976, resido en una
pequeña ciudad de los andes colombianos llamada
Manizales, no he ganado ningun premio ni tengo ninguna
clase de reconocimiento por mi inutil aficion a la
escritura. Estudio en la Universidad Nacional de
Colombia.
El cuento que les envié a Proyecto Sherezade es el más corto que he escrito,
por eso me decidí, aunque con algo de prevención, a
divulgarlo en la red. Podrían considerarlo como una
metáfora del absurdo destino humano, pero
sinceramente les digo que se pueden formar cualquier
opinión, y verlo desde cualquier punto de vista.
Después de habérselos enviado, descubrí unos
pequeños errores, los cuales prefiero no corregir, ya
que escribí la historia en un estado de mente tal
vez irrepetible. Considero que la literatura debe ser
salvada de convertirse en un oficio artesanal, para
simplemente ser arte puro.
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