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Welcome al infierno

(Uno)

Como todos los martes y viernes, el intercomunicador lo llamó a media mañana. La música marcial alemana se interrumpió momentáneamente y la voz tierna, íntima de la secretaria del amo lo invitó: "Señor Miramonti, por favor, se lo necesita de inmediato en la oficina de Mr. Melder. Señor Miramonti... Señor Miramonti... por favor."

Ben Miramonti se incorporó con entusiasmo y caminó los veinte metros necesarios entre las miradas de temor, ansiedad, odio, sumisión y desprecio de los veinte habitantes de los escritorios del salón central. Le pareció oír a sus espaldas algo sobre "... Mister Mielda...", dicho en voces bajas de notable acento caribeño.

Con paso elástico y empuñando goloso su fiel, obeso cuaderno amarillo, se aproximó a los dominios del mandamás. Tras estirarse ligeramente los escasos cabellos, ensayó un par de veces la sonrisa de ocasión y dio los cuatro golpecitos en la puerta que anunciaban desde siempre su llegada.

-Adelante, bienvenido...-lo saludó Mr. Melder, carraspeando desde sus lentes oscuros, su corbata siempre corta y su cabello grisáceo cortado prolijamente a la prusiana.

Miramonti inclinó ligeramente la cabeza con el debido respeto, cerró la puerta, cauteloso, y esperó a que Melder lo invitara a sentarse.

-No perdamos tiempo, Ben, tengo asuntos importantes para usted -se frotó vigorosamente las manos y acomodó con cuidado sus anteojos.

Con gesto de concentración responsable, Miramonti buscó en el cuaderno la página pertinente y se dispuso a elevar su informe.

-Ayer, lunes 8 de Abril, la señorita González de sección Despachos y el ayudante segundo de Tesorería, Sr. Baldano, fueron a tomar el café de las 10 y demoraron 4 minutos más de lo reglamentario. A las 11, el citado Sr. Baldano sacó tres fotocopias personales. Cuando sonó el timbre para el primer turno de almuerzo, el vendedor Esteban Fernández salió sin que le correspondiera y...

-Felicitaciones, Ben -lo interrumpió el jefe-, pero el tópico de hoy es un poco diferente -su sonrisa se fue ampliando hasta concluir en misteriosa carcajada-. Sí, ...hoy la cosa es algo menos rutinaria.

Miramonti devolvió la sonrisa, desenmascarando por descuido su dentadura descalabrada por vieja piorrea.

-Los negocios andan bien, muy bien, sin duda -continuó Mr. Melder-, pero creo que hacen falta unos cuantos ajustes.

Ben sacó instintivamente la lapicera y se dispuso a tomar nota.

-No, no, mi querido Miramonti, deje tranquilo el cuaderno. No creo necesario que apunte esta vez lo que tengo que decirle.

Ben repitió lo de la sonrisa y la habitual inclinación de cabeza.

-Hace treinta años que está con nosotros, ¿no? -carraspeó suavemente, haciendo un paréntesis prolongado-. Bueno, quiero informarle que sus treinta años de incompetencia y alcahuetería han llegado a su fin.

Melder se levantó sin más ni más y le alcanzó una lapicera y el documento de renuncia indeclinable.

(Dos)

Miramonti caminó las cinco cuadras de regreso a su apartamento con la música marcial y el estruendo rítmico de las máquinas de "Filtros Industriales Melder" perdiéndose poco a poco en la distancia. Subió cabizbajo hasta el tercer piso, respondió en forma casi inaudible al "qué sorpresa verlo a esta hora, Ben, ¿aprovechando este hermoso día de sol?" de la viejita de al lado y buscó con impaciencia la llave en el bolsillo.

Encendió la luz del pequeño apartamento. Abrió de inmediato su baqueteado portafolio negro, extrajo el cuaderno amarillo y sin la menor vacilación lo arrojó al tacho de basura. Se quitó el saco y la corbata, entró al baño y sacó del botiquín un paquete de hojas de afeitar.

(Tres)

Poco a poco, su vista fue nublándose. Se sintió algo mareado. Apoyó un hombro en la pared y un repentino ataque de tos subrayó su resbalado descenso.

Ben Miramonti contempló como hipnotizado el chorro brillante que manaba de su muñeca izquierda y empezaba a teñir los azulejos del suelo. Vio entonces cómo el flujo se transformaba gradualmente en rectilínea y elegante alfombra roja que se extendía y extendía hasta el horizonte. La caminata sobre esa superficie tan suave y mullida lo colmó de placer. Sintió en su piel primero una grata tibieza y luego un calor de trópico. "Me esperan con todos los honores", se dijo. A medida que la temperatura iba aumentando hasta hacerse intolerable, sus oídos se vieron invadidos por una música marcial de tono definitivamente germánico que se integraba, febril, con el ritmo estrepitoso de máquinas industriales.

La música se interrumpió por un momento y oyó una tierna voz femenina que lo invitaba con toda eficiencia, "...se lo necesita de inmediato en la oficina...". Siguió caminando, ahora con paso elástico y gran entusiasmo, dejando a sus espaldas los ecos apagados de voces caribeñas que decían algo sobre un tal Mister Mielda.

Acarició su leal y gordo cuaderno amarillo, enfrentó decidido la puerta roja enmarcada en llamas, ensayó una y dos veces su sonrisa ganadora, dio los cuatro golpecitos de rigor y sintió que alguien carraspeaba y le decía con voz reconfortantemente conocida:
-Adelante, Ben Miramonti. Adelante y bienvenido...

Víctor Ricardo Kater, Argentina, Estados Unidos © 2001

Vicmundo@aol.com

Nacido en Tucumán, República Argentina, en 1944. Radicado actualmente en Ft. Lauderdale, Florida, EE.UU.
Economista y traductor técnico de profesión, y poeta y cuentista de afición. Varios de sus poemas y cuentos han sido publicados en antologías y revistas literarias en los Estados Unidos, México y Argentina. Obtuvo, con la pintora Raquel van Gelderen, el primer premio del Concurso de Poema Ilustrado de la Universidad Tecnológica Nacional de Tucumán, Argentina, en 1972. Fue director de la revista Ecos del Sur de la Sociedad Argentina de St. Louis (1991/94). Varios de sus cuentos de tema tanguero fueron puestos en escena recientemente como parte del espectáculo Días de Tango en Mérida, Yucatán, México. Es autor de la novela humorística (aún inédita) Cama ...y Comida, cuyo tema es la vida en pensiones estudiantiles.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
"Welcome al Infierno" fue escrito como uno de los proyectos realizados en un taller literario (dirigido por las cuentistas colombianas Freda Mosquera y Luz Macías) del que participé en Ft. Lauderdale, Florida hace pocos meses. Nos habían asignado a los asistentes escribir un cuento sobre los temas Dios, el Demonio, el Cielo o el Infierno. Opté por este último, situándolo en el contexto de una oficina comercial (algo similar a la que "sufrí en carne propia" durante cierta etapa de mi carrera profesional) con características decididamente infernales .

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  • Tucumanito en el paraíso

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