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Retazos a ritmo de Godless (impío)

No trataré aquí de una historia personal. Y si no es personal no es una historia. Todas las historias hablan de personas. Pero tampoco puedo limitarme a hablar de forma impersonal, como si fuera un oráculo de bronce. Quizá debería callarme.

Parece que no he hecho caso a mi propia recomendación de guardar silencio y acometo la tarea de escribir sobre cómo el sublime ser anónimo permite que otros firmen sus obras sin inmutarse, sin verse perjudicado, y convencido de que los abajo firmantes acabarán por disolverse en él. No se sabe de ningún gran ego, ni siquiera de uno pequeño, que no haya caído muerto. La estadística está en contra de los egos. Y la existencia no se ve perturbada por ello. Así que no te tomes muy en serio, no eres tan grande. No te tomes muy en serio, tampoco eres tan pequeño. Vive ahora, es tu momento. Otros momentos no son los tuyos.

Godless. Pasajeros descarriados subieron a un tren que descarriló debido a una nube de polvo, una campana con el rencor de un badajo mutilado y una banda de asesinos con sangre en las botas y rifles como alfileres.

Por qué suena falso todo lo que cuentan. Quizá porque todo es un cuento. Un verdadero héroe estaría dispuesto a entregar la vida por una escena con armonía. Suena una canción en la voz rendida de una mujer que llora de rodillas ante el cadáver de un hombre que somos todos los hombres. Los pasajeros tuvieron fe sorda y ciega en el viaje que se vio interrumpido. Un plan del que no se está informado no es un plan, es una vía estrecha de un solo sentido.

Un jinete sobre el caballo va más erguido que cualquier hombre a pie. También su caída es más ridícula. Las noches de la pradera son propiedad de la Luna. El jinete cabalga hacia el oeste, donde los ocasos no acaban. El jinete ha visto cadáveres grotescos abrazando las vías del tren, el jinete acaricia su revólver para que le sea fiel y no se rebele contra su dueño.

Ojalá la verdad estuviera en los libros. Sería tan fácil como leerlos y ya. Pero la verdad está en los bordes irregulares de las nubes que cubren la llanura y a los hombres de bien. El tipo oscuro que sufre la acidez del corazón acecha al poblado. Sus habitantes, ajenos a la tragedia que se avecina, hacen cálculos sobre el futuro, como si éste fuera un capítulo ya escrito.

Es interesante saber hacia dónde sopla el viento para que las salpicaduras de la carne herida no te cieguen.

A la tierra la contaminan las historias. A los necios les gusta contar historias, creen que la vida es eso. No es el horizonte lo que une el cielo y la tierra. Esa línea es monopolio del que cierra los ojos y no deja un resquicio a la imaginación. El cielo toca la tierra y la pradera se llena de ojos azules de bebé, también llamadas flores de nemophila. Los colores son la expresión artística de las almas insomnes. Los colores son mentira, por eso nos gustan. Además de los colores, consumimos experiencias, personas, tiempo y memoria. Consumimos sin parar y sin parar seguimos insatisfechos porque un agujero negro no puede ser saciado, solo puede ser reconocido. El hombre parco en palabras merece de entrada un respeto. Después debe ratificar las expectativas no diciendo sandeces. El hombre parco en palabras que cabalga sobre un caballo azabache no ve venir las balas, oye su silbido y muere sin decir "ay" antes de tocar el suelo. Si pierdes tu sombra, los caminos se vuelven intransitables y tus enemigos se asustan de un fantasma que no tiene nombre. El caballo que montas era salvaje hasta que te conoció. Dobló la pata, se tumbó en el suelo y supo que serías el hombre que portaría hasta el fin de sus días por pedregales y fangos. Un caballo leal cruza la pradera dejando huellas de un rayo que divide el terreno en dos, corre sobre el filo invisible de una navaja dibujada por Dios.

«Es importante no tener orgullo para seguir viviendo», pensó mientras guardaba su revólver y apartaba con el pie el cuerpo deshabitado de aquel tipo que había creído necesario defenderse de una afrenta. Había matado, pero no había despreciado a ningún enemigo. Nunca sabes quién puede quedarse con una bala que iba a ti dirigida, ni quién tendrá el honor de cavar tu tumba.

Asumes una responsabilidad ineludible hacia lo que domas o conviertes en doméstico. Si quieres ver cómo un hombre se desprecia a sí mismo, dale tiempo, dale oro, dale más tiempo, y acabará por cogerle gusto a lo caduco y lo volátil. Y un hombre así se malogra sin remisión.

El amor también tiene su sitio en el ejercicio de la supervivencia, un sitio de manos sucias y cuerpos sudorosos, un sitio que no da tiempo a limpiar ni admite adornos innecesarios. Lo bueno del amor bueno es que consigue sacar la cabeza incluso en las peores condiciones. El amor no precisa devoción, solo acción honesta y las palabras justas. El amor accede a suministros inacabables cuando es libre, y es libre cuando el "yo" es impersonal, o lo que es lo mismo: la constante silenciosa del ahora.

En la pradera de huellas secas, a cada cruz le corresponde un resucitado con diente de oro y a cada árbol una soga escurrida de garganta profunda. En la pradera los enemigos son más enemigos que nunca. Todo el mundo tiene una historia. Esa es la historia. En la pradera debes estar dispuesto a morir, pero sobre todo, debes estar dispuesto a matar. No saben de qué hablan los que dicen que en la pradera no hay mar, sólo que se concentra en las lágrimas de hombres que dejan cicatrices con cada caricia.

Las mujeres en el oeste toman las riendas de caballos nerviosos y apuntan a la cabeza de rencores antiguos, construyen futuro y trabajan la tierra rácana en gestos fértiles. Las mujeres sobreviven a los asesinos que se matan entre sí. Las mujeres del oeste, al día siguiente del infortunio, se ponen en marcha sin mirar atrás.

No pongas nombres a las cosas. Déjalas ir.

Luis Amézaga, España © 2024

luisamezaga43@gmail.com

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