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Aniversario

De saber que Belgrano estaba cortada por una manifestación del Sindicato de Lecheros, en lugar de tomarme el noventa y ocho, hubiera viajado en subte. Tardé casi dos horas en llegar a la casa de Ligia. Me esperaba en la escalerita del palier, abanicándose. Le llevaba dos salamines picado grueso y una cremona de regalo. Era nuestro primer mes aniversario. A medida que me acercaba a la puerta se le fue agrandando la sonrisa. Dos metros antes de besarle la mejilla sacó de una bolsita de nylon dos rodajas grandes de sandía. ¡Qué rica es la sandía en verano!

No quiso dejarme pasar al departamento porque estaba cocinando coliflor en una vaporera de mimbre. Luego de proponerme un almuerzo en la plaza de los dos Congresos, la esperé sentado en los escalones de mármol de la puerta mientras subía a lavarse las manos y secarse la traspiración de la cara.

Luego de veinte minutos de espera, miré al portero eléctrico pensando que los salamines se estaban calentando y comenzaban a perder aceite. Media hora más tarde, y con el papel del envoltorio lleno de manchas amarillas, aproveché que la puerta del edificio estaba abierta y subí.

Toqué varias veces el timbre, y salió una señora mayor, muy bien arreglada y me dijo que probablemente me había equivocado. Comprobé el piso y la letra del departamento y volví a tocar el timbre.

-Señora disculpe, pero estoy esperando a Ligia. Vive allí porque hace un mes que vengo y este es su departamento. Yo siento el olor a coliflor, ella me dijo que estaba saliendo en dos minutos -la mujer no me quitaba los ojos de encima y me amenazó con llamar a la policía.

Bajé por el ascensor y toqué la puerta del encargado para preguntarle si mi novia había salido.

-Ya le dijo la señora del segundo B que si no se deja de molestar voy a tener que sacarlo a patadas.

Agarré el tacho de basura y busqué la cáscara de la sandía que habíamos comido para revivir los últimos treinta minutos. La bolsa se la habían llevado. Paré un taxi y le pedí que siguiera al camión de la basura. Nos atravesamos en un semáforo y me bajé a pedirle al que manejaba que me dejara revisar las bolsas. Fue uno de los veranos más húmedos en Buenos Aires. En cada esquina había un puesto de sandías. Mendocinas, cordobesas, de Florencio Varela, de todos los tamaños y formas. En cada una de las bolsas había cáscaras de sandía. A pesar de ello, separé las mías porque en la misma bolsa reconocí el perfume de Ligia en las servilletas descartables.

Guardé las cáscaras y aproveché el taxi para volver al edificio. Le pregunté al chofer si había terminado la manifestación del Sindicato de Lecheros y me dijo que estaban tomando la entrada del Centro Gallego que está sobre Belgrano, porque ahí almorzaba un líder gremial que recibía aportes del Estado para evitar convocatorias populares.

Volví al edificio, el portero me miraba mal y de reojo.

-¿Otra vez usted acá?
-Disculpe, pero a mí no me engañan. Este es el edificio donde vive mi novia Ligia, hoy es mi aniversario y hace un mes que yo ven...
-Un mes que está viniendo y no es capaz de saludarme ¿qué le pasa, lo veo nervioso? Su novia estuvo dando vueltas por acá y me preguntó si lo había visto.

Ligia me abrió la puerta a pesar del coliflor y pensó que ya no quería comer los salamines en alguna plazoleta de Congreso.

-Te juro que salió una señora y me dijo que estaba equivocado. Después toqué timbre en la portería y me quisieron sacar con la policía.
-Feliz aniversario.
-Feliz aniversario -chocamos los vasos con vino tinto y acompañamos el salame con un pedacito de queso roquefor que había en la heladera.

Alfredo Staffolani, Argentina © 2002

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