Me vi, de repente, viviendo una sensación que no había saboreado nunca. Por lo menos que yo recordara. Me di cuenta que estaba controlando las dos mitades del cerebro y viendo a cámara lenta lo que pasaba en cada una de ellas. Por un lado, disfrutaba del beso en todas sus dimensiones emocionales. Notar el roce físico de su boca contra la mía me estaba erizando la piel. Pero es que, además, la sensación de que mi maestro sintiera el deseo de besarme, me estaba provocando un torbellino inexplicable en esa parte de la cabeza. No sé si ustedes han percibido, alguna vez, que pueden saltar de una parte a otra del cerebro. Yo ese día lo experimenté y lo estaba disfrutando. Siendo capaz de estremecerme, también estaba siendo capaz de analizar lo que me estaba sucediendo. Incluso, tuve la sangre fría de volver la vista atrás para recordar cosas pasadas y evaluar algo que, a mi capacidad de racionalizar, le empezaba a preocupar mucho: cómo debería ser mi reacción cuando nuestros labios se separen.
Dos años atrás quise apuntarme a un curso de locutora de radio. Me habían despedido en la emisora de radio donde trabajaba de administrativa. Quise, aprovechando el subsidio de desempleo que me daba el gobierno, dedicar algo de tiempo a formarme profesionalmente para, quizás, mejorar en el futuro. Un día, dando de desayunar a mi hermano pequeño mientras miraba ofertas en el ordenador, vi una oferta que me pareció la adecuada. Rolando de las Cuevas, mi admirado periodista, impartiría un Curso sobre la “comunicación a través de la voz” destinado a trabajadores radiofónicos. La ocasión no la podían haber diseñado más idónea. Durante el bachillerato tuve que entregar un trabajo sobre un libro y elegí el de él para hacerlo. O sea, que tenía lo que quería aprender, impartido por la persona más adecuada para enseñármelo. ¿Qué podía salir mal?
Me di un salto a la otra parte del cerebro para volver a disfrutar un ratito más de la pasión que le estaba poniendo al beso y acelerar, de paso, un poco mi frecuencia cardiaca. Esa subida del bombeo le estaba originando muchos efectos a mi cuerpo, abandonado a conciencia a ese momento. Y eso que ya sabía que, terminara como terminara todo, ese iba a ser uno de los “momentazos” más rememorados en mis recuerdos futuros. Evoqué un ejemplo que nos puso en una clase que nos estaba impartiendo, en el que decía que cuando no supiéramos qué hacer ante una situación urgente, hiciéramos como el que se viste de azul porque sabe que ese color acopla con todo. Yo decidí salir de ese beso con algo que siempre combina bien, una sonrisa.
Dos semanas de Curso, dos horas cada tarde, sirvieron para que esa admiración que sentía por su obra y trabajo se viera empequeñecida por la que empecé a tener, después, por su persona. Frente a mí estaba la primera persona que había entrevistado al Rey después de ser coronado y uno de los pocos a los que el mismísimo Papa hacía consultas. Esto nunca llegó a reconocerlo en público. Pero yo sé que sí. Si a ello le unes esa penetrante voz y la seguridad con la que sabía emplearla, era fácil que una joven como yo quisiera ser su alumna preferida y poder compartir con él más momentos alejados del resto de los alumnos de aquella aula.
Dos horas antes de ese beso me vestía nerviosa en mi casa. Sabía que él iba a asistir a esa fiesta y no lo había vuelto a ver desde la fiesta final del Curso. Aquella noche todo fue desmadre. Mucho alcohol. Él estaba totalmente integrado a pesar de tener bastantes años más que la mayoría de los alumnos. De esa noche me acuerdo ir abrazada a mis compañeros de enseñanzas, cantando una canción en honor a nuestro profe: “Rolando voy, Rolando vengo. Por el camino yo me entretengo…” a lo que él, se unió como uno más. Cuando ya el etilismo nos hizo desvariar, desapareció sin decir nada. Sin despedirse. Sin un abrazo, ni un adiós. Recordé que, en su libro, el protagonista hacía lo mismo. Quizás ese libro fuera más autobiográfico de lo que pensaba. Mientras me pintaba los labios para salir, me dije que tendría que volver a leer aquella novela. Lo haría percatándome de que el personaje pudiera ser él mismo.
Al volver a la parte del cerebro del sentir, noté que tenía su mano en mi nuca y que yo estaba colaborando más en el beso que antes. Seguramente fuese provocado por la excitación del aumento de mis pulsaciones. ¿Qué me estaba pasando? ¿Tanto había esperado ese momento? Un ligero apretón de su dedo meñique en mi nuca me volvió a hacer pensar. Muy probablemente esa noche sería la última en que lo vería en un par de años más. En el lado extremo está la teoría de que vamos a tener dos o tres chiquillos. ¿A cuál hago caso?
Un ligero desconcierto, en el que aproveche a introducir un poco más la lengua me daba tiempo para pensarlo bien antes de despegarnos. Ante la acción, reacción y mi demostración de pasión hizo mella en la suya. Me apretó con más fuerza contra la pared. Esto me puso al borde cardiaco del colapso. Me deleité de él sin saltar a la otra parte del cerebro. Pero llegado un momento, me vino un flash en el que se eliminaba el tiempo de esta ecuación. Mi opción será sentirme viva y lo que tenga que ir viniendo, ir aceptándolo. Pero esa noche, me dije, voy a disfrutar como no lo he hecho nunca.
Nuestros labios se separaron y yo sonreí. Pero no para salvar la situación, sino porque estaba inmensamente feliz.
Luis Alberto Serrano, España © 2021
produccion@luisalbertoserrano.com
Ilustración realizada por Luis Alberto Serrano © 2021
Luis Alberto Serrano es titulado en Realización de Audiovisuales y Espectáculos. De su faceta artística ha cosechado premios y éxitos tanto con sus cortometrajes, como en los musicales y obras escénicas que ha dirigido, y que han llenado teatros en tres continentes.
Ahora, afronta el nuevo reto de la escritura con su primera novela Las tres reinas, basada en la historia de las tres esposas de los Reyes Magos (www.lastresreinas.es), y dando conferencias de su proyecto de Relatos Cortos FOTO+RELATO (www.fotomasrelato.com), al que fotógrafos de todos los confines del mundo han enviado sus fotos para que las convierta en historias y/o reflexiones.
Fiel al estilo que ha seguido en todas las disciplinas en las que ha dejado su sello: contar la realidad más cercana y, sin moralizar, dejar que el público la asuma y saque sus conclusiones.
Reinventándose durante esta pandemia, se estrena como articulista con su blog “Desde mi propia luna” (luisalbertoserrano.wordpress.com)
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