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Donde todo vale

Había sucedido casi sin darme cuenta. Entre mi correo habitual de la oficina, justo encima de mis informes atrasados, había un documento que cambió el rumbo de mi vida. Un llamamiento a las armas que nos arrastraba a la guerra. Era inminente. Y no solo yo, a algunos compañeros les había llegado la misma desoladora nota. Raúl y Evelio la recibieron el mismo día que yo. Y no lo sentí por Raúl, pero si por Evelio, es un buen hombre. Reclutados a la fuerza. Un torneo de paint-ball organizado por la empresa, de tal modo que los equipos estaban seleccionados al azar, aunque sinceramente no lo parecía. No todos fuimos de buena gana, pero fuimos.

Y tan solo una semana después allí estábamos, en el campo de batalla. Sin formación militar, con armas malas y en inferioridad numérica. Qué diablos, ni siquiera sabía qué tipo de arma tenía entre manos en aquel momento. Al menos había podido probarla y sabia que disparaba. Nos encontrábamos refugiados en una casucha, casi una chabola, intentando planear algo. Pero allí no había guerreros, ni estrategas, ni médicos… solo amos de casa, carteros, transportistas o simples oficinistas como yo.

La moral no era muy buena, varios compañeros habían caído y solo quedábamos siete. Evelio, el más veterano de la oficina, había visto cómo el enemigo comenzaba a acercarse, tomando posiciones poco a poco, como hormigas malvadas que rodean lo que consideran futura comida. Lo peor de todo, al menos para mí, era la lucha de compañeros contra compañeros, familias enfrentadas, separadas por las banderas que tenían emblemas similares pero de colores distintos. Todo ello sin miramientos, ni sentimientos, ni culpa.

No tenía demasiadas esperanzas en nuestro azul deslucido ni un desprecio absoluto por su rojo furioso y en aquel momento tampoco tenía ganas de pelear. Cerré los ojos e hice un repaso de la situación. Conocía a algunos de los enemigos, lo que me aliviaba un poco de ellos es que estaba Dionisio, ese ruin y ratero de recursos humanos… Ya puestos a tener que irme al otro barrio, intentaría tomarme una pequeña venganza. Algunos pensarán que fui cruel, insensible, pero en este juego que es la vida no voy a parar de dar guerra hasta mi último aliento: si tengo que irme no será solo.

Así que decidido me levanté y alenté a todos con un discurso digno de mis mejores presentaciones de power-point. Me recordé a mi mismo en aquella vez en la que tuve que explicar el porqué de aquel año sin beneficios a los accionistas y no recibí caras largas, sino de aprobación y entendimiento.

Salimos de nuestro refugio como bestias salvajes, algo achacosas eso sí, pero motivadas. Disparando a ambos lados evitamos el fuego cruzado y nos arrastramos colina arriba buscando una mejor posición. El pobre Evelio no pudo conseguirlo, la edad no perdona, aún así no hubo tiempo para las lágrimas ya que seguíamos bajo fuego enemigo. Nos hicimos fuerte en lo alto y disparamos. Disparamos y disparamos aún más. Éramos malísimos, no dábamos ni una, podríamos tener dianas como camiones que habría dado lo mismo… por suerte el enemigo no era mucho mejor. La escena recordaba a aquellas películas de acción en las que dos bandos se disparan y entre los protagonistas nunca muere nadie, pero menos creíble aún. Creo que pasaron minutos, pero se hizo tan eterno como hacer horas extras en viernes. Aunque la verdad no sé cómo, hicimos un buen trabajo, dando cuenta de algunos enemigos; sin embargo nos estábamos quedando sin munición. Y la verdad es que pensé que estaría más alterado, quizá hasta abatido, pero no. Me sentía hasta bien, creía que teníamos algunas posibilidades de sobrevivir y ¿quién sabe?… hasta de ganar esta batalla.

En un alto el fuego revisamos nuestro estado, quedábamos cuatro en pie, teníamos poca munición y… ¡Nos atacaron! Con la guardia baja, y nada más que por el dichoso Dionisio y aquellos pelotas de catalogo que le seguían a todas partes. Sin pensarlo, cogí la poca munición que nos quedaba y salté, abandonando así a mis pobres compañeros. Mientras rodaba colina abajo me di cuenta que en las películas no parecía que esto tuviera que doler tanto.

Volví a la casucha de antes pero la puerta estaba atrancada, así que me oculté del otro lado del muro. Un rápido vistazo a esos rojos casi me cuesta un buen tiro. En mi bando estaba solo y ellos eran tres, se acercaban dos por la izquierda y uno por la derecha. Me la tenía que jugar, o ellos o yo.

Esperé hasta el último momento y salté por la izquierda gritando para intimidarles. Funcionó y con ello elimine a los dos chupatintas de Dionisio. Al girarme no estaba él. Y ¡bang! Se había escondido el muy ruin. Me llevé la mano izquierda al pecho y enrojeció. Caí de rodillas soltando el arma, intentando mantenerme en vano. Me habían dado. Estaba muerto. Dionisio se marchó riendo, dejándome allí tirado en el suelo, como un títere roto. ¿Mis últimos pensamientos? Sé que en la guerra todo vale, pero estoy seguro de una cosa: no vuelvo a jugar al paint-ball.

Carlos Rubén Cossío Martín, España © 2014

crubencossio@gmail.com

Carlos Rubén Cossío Martín, de origen español, cursó sus estudios de ingeniero técnico industrial químico en la Escuela Universitaria Politécnica de Valladolid, para más tarde titularse como técnico superior en salud ambiental. Actualmente trabaja en un laboratorio de microbiología en España. A día de hoy no tiene ningún trabajo publicado. Recientemente ha comenzado a escribir una colección de relatos cortos y tiene vistas para otros proyectos literarios en el futuro.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
La idea del relato “Donde todo vale” nació de la pequeña batalla diaria que cada trabajador lleva a cabo en su puesto de trabajo, ya sea contra el sistema o mediante un esfuerzo de tira y afloja entre los propios compañeros. El mundo laboral tiene la capacidad para convertir su burocracia impersonal en relaciones sociales y finalmente personales.

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