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La náusea

Cuando desperté ya había oscurecido. Me quedé frente al espejo del baño. Examiné mis ojos, bajando, con la presión del índice, el párpado inferior y, después, subiendo el superior; primero el izquierdo, luego, el derecho. No vi nada para alarmarme. El blanco del ojo, normal, no tendía al amarillo, y las venas, ninguna más roja que otra. Me tranquilizaba hacer esto, como si a través de los ojos hiciera una especie de scanner y comprobase que todos mis órganos funcionaban bien.

Preparé una cafetera. Mientras se hacía, pasé a la habitación de mis padres. Hacía tiempo que no entraba. Todo seguía igual; sólo el polvo se había asentado formando una capa fina, homogénea, casi transparente. Pensé en esas motas uniéndose hasta formar esa alfombra, tejida de bichos microscópicos. Miré las fotos. Mis padres parecían pedirme que les sacara de allí. Sentí escalofríos. El silbido de la cafetera me alarmó. Al salir, cerré la puerta.

Con la taza de café en la mano, me acerqué a la ventana del salón. Retiré la cortina amarillenta y miré tras el cristal. El gris de las nubes se fundía con esa capa grisácea del humo de fábricas y coches. En el alféizar seguían mis plantas, algo más secas. Las observé. El verde oscuro de hojas alargadas, con forma de lanza. Un verde más claro con franjas amarillas en hojas dentadas. Espinas pequeñas, muy finas, casi transparentes, de cactus carnosos. Agujas más gruesas. Sentí un vacío pesado y una opresión de pecho extraña, como si hubiesen cosido mis pulmones convirtiéndolos en uno y, a través de ese pulmón encogido, no podía respirar, no sabía cómo hacerlo. Abrí la ventana, asomándome. Me ahogaba. Parecía que mis pulmones se pegaban a la tráquea, replegándose. Me quedé quieta, intentando no pensar, se me pasaría.

Me senté. Los olores a fritos, que subían por la ventana, dejaron de oler. El olor a antiguo de la casa se transformó en un olor insípido que desazonaba. Y los perros ladraban tanto...

Cuando miré el televisor, el negro de la pantalla me deslumbró. Tenía un brillo crudo, afilado, casi insoportable. Toqué los brazos del sillón, rodeándolos con mis dedos, aferrándome al material; esa superficie pinchaba, como los pelos fuertes y duros de un jabalí disecado. Solté las manos. Las pastillas. ¿Efectos secundarios? No miraría prospectos. Se me pasaría, seguro que se me pasaría.

Eva María Medina Moreno, España © 2012

evamedina_moreno@yahoo.es

Eva María Medina Moreno nació en Madrid, España, en 1971. Es licenciada en Filología Inglesa y Diplomada en Profesorado de Educación General Básica, por la Universidad Complutense de Madrid. Tras el Período de Docencia del Doctorado en Filología Inglesa de la UNED, investiga en el campo de la Literatura Inglesa del siglo XX y Contemporánea, trabajo que compagina con la escritura de su primera novela.
Fue premiada en el I Certamen Literario Ciudad Galdós por su relato «Tan frágil como una hormiga seca» (publicado por la Editorial Iniciativa Bilenio S.L. en 2010). Su relato «Mi bodega» fue seleccionado en el V Premio Orola e incluido en su antología (Ediciones Orola S.L., 2011). También ha publicado relatos en revistas literarias.

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