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Un poco más

Otra noche sin pegar ojo. Cada dos o tres horas, me llamabas a gritos para que te diera calmantes. Tanto analgésico te estará destrozando el estómago. Tomas demasiados medicamentos, mamá. Antidepresivos, tranquilizantes, pastillas para dormir, para el dolor post-herpético... Ya sé que los dolores de lumbago son insoportables. ¡Claro que veo cómo estás! Con artrosis, con dolor de huesos, de riñones..., los temblores, tu inestabilidad, los mareos, las pesadillas... ¡¿Cómo no lo voy a saber si vivo contigo?! Un asco, lo sé.

—Una cucharadita más, mamá. Vamos, tienes comer. ¡Límpiate la boca! ¡Qué torpe estás hoy!

Si al menos tuviese ayuda... No, ya sé que tú no vas a soltar ni un duro, sé lo tacaña que eres. Que sepas que tus ahorros irán a los bolsillos de la arpía. Tu querida nuera se hará con el botín. No lo quiero, mamá. ¿Tu hijo?,¿el calzonazos? A ver si te enteras de una vez de que mi hermano no mueve, ni va a mover, un dedo por ti. Ese con traer dos pollos asados los domingos tiene bastante. Un santo, ¡noble varón! Tus nietos, ángeles recién caídos del cielo.

—No escupas la comida, mamá. ¡Que es de Dios! ¿Te acuerdas? Nos lo decías de pequeños. Vamos, otra cucharada. Está rico. Con mucha sal y bien de grasa, como a ti te gusta. No te preocupes, ya me encargaré yo de que este suplicio acabe pronto.

Desde que eres un vejestorio, ¿quién hace todo? ¡Coño, que no tengo vida, mamá! En órbita, desde las siete de la mañana, para que tengas el café recién hecho, y tus dos tostadas; con mucha mantequilla, y una capa muy fina de mermelada de melocotón. Cortadas en cuadraditos, para que no te ahogues. El platillo con todas tus pastillas, a la derecha; y el vaso de agua, a la izquierda. Después, te ayudo a lavarte, vestirte, peinarte... Luego vienen las lamentaciones. Desagradecida, ¿yo?

¿Cuántas veces me repites lo mal que hago las cosas? «Ni estirar bien unas sábanas». Marcos de fotos con polvo, los tenedores sucios, las pelusas por el suelo, la comida insulsa, sin gracia. Y mis olvidos... Poner el mantel y las servilletas de tela los domingos. «¡Solo si vienen tu hermano y los chicos!». Poner el mantel y las servilletas de tela, el mantel y las servilletas de tela, el mantel y las servilletas, el mantel...

—Otra cucharada, vamos. ¿Que llame a tu hijo? No, no hay que molestarlo por tonterías, ¿recuerdas? Venga, un poco más. ¡Qué quejica estás esta noche, por Dios! Tienes que terminarte el plato. A ver si te lo grabas en esa ca-be-ci-ta.

Cuando te deprimías porque tu niño, tan bueno y tan guapo, no se acercaba a verte ni ese domingo, ni el siguiente, ¿quién se quedaba contigo? ¿Quién coño te daba ánimos? «Pobre hijo mío —decías para disculparlo—, ¡vivir con esa arpía!». Pero bien que os gustaba a las dos criticarme. «Nunca fue espabilada, ni para los estudios, ni para las tareas de la casa. Y desde aquello...». Y la arpía siempre con la misma cantinela: «cuidarte la distrae». Hija de puta. Os oía, claro que os oía.

—Vamos, mamá, no cierres la boca. Te lo vas a terminar. ¡Por mis cojones! Otra patata, vamos. ¡Abre, abre más la boca! El trozo de carne, ¿muy grande? Pues te jodes. Qué mal acostumbrada estás... Todo cortadito por la mema de tu hija. Vamos. ¡Traga, cabrona! Así, así. ¡Traga, traga! ¿Te falta el aire? Para lo que te queda... ¡Traga, trágatelo! ¿No quieres caldo? Venga. Otro trocito, otro trocito...

Eva María Medina Moreno, España © 2025

relojesmuertos@gmail.com

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