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Muchas Veces Belén

Bárbara. Muchas veces Belén. En ocasiones Déborah. Muy pocas veces Mabel. Nunca Beatriz, precisamente.

No se disfraza de ejecutiva, celular incluido, como las otras, ni anda en auto como algunas. Viste un traje floreado, bien de barrio, alguito atrevido por lo insinuante. Es perfecto para el número que tiene montado. Bárbara no va con cualquiera ni se revela a cualquiera. Muchas veces Belén anda apurada, y como sin mirar, pero mira. Su abuela siempre decía: el que busca siempre encuentra. Y vaya si encuentra. Pocos pero buenos. Nada de putañeros experimentados. Nada de amargados. Nada de desesperados. Nada de agresivos. El númerito de Déborah no es para ellos. Es para aquellos a quienes corroe una vida bastante cómoda a costa de constantes humillaciones.

Muy pocas veces Mabel sabe que su cliente está ubicado por allí, alrededor de los cuarenta. Ese momento en el cual el sujeto comienza a darse cuenta de que sus sueños de juventud jamás se cumplirán. Aquellos sueños, sospecha cuando observa a los que sí los cumplieron, no valían nada. Sin embargo el prospecto continúa aferrado a ellos aunque día tras día le vayan envenenado la vida. Condenándolo a la insatisfacción crónica. Joven profesional insatisfecho vertiginoso. Esencialmente un buen tipo. Nada más.

Nunca Beatriz ha desarrollado una aguda percepción y los pesca al vuelo. Su predio de caza preferido es las cercanías de las playas de estacionamiento. Nunca dos veces en el mismo sitio. Playas hay muchas. Allí acecha a sus presas con aire entre distraído, confundido y triste. Pero Belén está muy alerta. No se le escapa ninguna mirada, ningún detalle. Detectada la presa, pregunta por una calle cualquiera, mirándolo directo a los ojos. Si sonríe tímidamente, bajando la mirada, es suyo. Uno de cada tres. Mucho mejor que las chicas de los bares o de la calle. No paga coimas y los de la Brigada nunca se dan cuenta.

Bárbara tiene una gran habilidad para ruborizarse. Con los colores subidos a la cara y los ojos tímidos y encendidos, finge su sinceramiento. El vestido hace lo suyo. Muchas veces Belén percibe la mirada de él que se imagina el cuerpo bajo la tela, mientras, nerviosa, mira para otro lado.

Entonces, atropelladamente, le dice que está sin empleo desde hace nueve meses, que está desesperada, y que ha tomado la decisión de hacer la calle, y que esta es su primera vez, y que la disculpe, y que está nerviosa. Entonces, inmediatamente, se arrepiente de lo que está haciendo. No puede ser, dice, y amaga retirarse, y los ojos se le ponen húmedos. Muchas veces Belén.

El ya está seducido y adopta una actitud comprensiva y Déborah se deja comprender. En realidad necesita hablar con alguien, y se deja llevar a un café. Su historia es de circunstancias, errores de juventud, un imbécil por marido por cuota de verdad. Su historia es un poco triste, como para convocar protección y para nada patética. El no puede evitar el whisky. Son tan fáciles, los hombres, piensa ella y no comprende por qué a tantas mujeres les resultan tan difíciles. Mabel, café.

Bárbara está muy buena, y sabe qué poses adoptar para evidenciarlo, y él lo nota, y piensa que ella representa alguna clase de virginidad, y ella sabe la manera de que él se sienta cómodo, confiado, y sobre todo grande, y él ya no piensa, y siente el sonido de sus piernas que se cruzan y descruzan bajo la mesa. Mabel siempre huele discretamente bien. Bárbara sabe escuchar. Belén sabe.

La tarifa es de cien y nunca recibe menos de ciento cincuenta. Con eso, por semana, dice, se arregla. La performance de ella es perfecta. Diez años de matrimonio con el vivo del barrio la han hecho una especialista en el climax fingido. Mirá lo que son las cosas, con vos vengo a enterarme lo que es un orgasmo, me hacés sentir cosas que no sabía existían. Casi amor. Ellos no pueden resistir la tentación de apropiarse de Muchas Veces Belén sin las molestias del compromiso y En Ocasiones Déborah, dice, sueña con un cliente único. El noventa por ciento entra, y el arancel se desliza, cada vez más generoso, silenciosamente, en su cartera. Muchas Veces Belén es muy cuidadosa.

A pesar de todo a alguno le remuerde la conciencia, más de cuatro no toleran lo bien que Muchas Veces Belén los hace sentir, pocos huelen la trampa, a otros se los traga la tierra. El que desaparece es reemplazado rápidamente por uno nuevo. El elenco estable, son cinco, lunes a viernes, saque el lector la cuenta. Bárbara es una mujer práctica.

Pero hay días que la vida se le pone vacía y se siente deprimida. Esos días suspende todo y se va al cine a ver alguna película tonta. Luego vuelve a su casa, "del trabajo", sintiéndose muy pícara. Con eso alcanza. El marido es suficientemente vago para preguntar de dónde sale la plata. A veces se pone de malhumor y le habla como si fuera un adversario del billar. Sonríe Bárbara.

Muchas Veces Belén ahorra casi todo porque, algún día, planea retirarse. Mabel es bella, lo sabe frente al espejo, y más lo sabe en la calle. Su acto es perfecto porque es real, porque Déborah comenzó así y de aquel primer encuentro aprendió todo lo que luego fue perfeccionando. Una cura de burro para la desocupación. Pero más real es porque Muchas Veces Belén sueña que cada uno de sus clientes podría ser el amor de su vida y llevársela para siempre del matrimonio, del barrio, de la calle, y convertirse en una señora, y vivir en un barrio cerrado, y estudiar cerámica. Y eso, considera, es como irse al cielo sin dejar la tierra, Muchas Veces Belén. Y apuesto a que lo consigue.

Ernesto Mallo, Argentina © 1998

filo@inea.com.ar

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