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No debéis venir a visitarme

Así una noche tras otra...

Al despertar tengo una sensación mareante. Me dedico -de forma desganada- a preparar el desayuno.

Sentada en la cocina, miro los dos robles del jardín y me entran unas ganas enormes de llorar. Sin razón. Y de repente, con la taza de café en la mano, el vómito me acomete. Una náusea previa, mínima. Arcadas. Pero no es físico lo que sale de mi boca: en realidad la tengo limpia. Cerrada. Apretada de hacer daño. Chirrían mis dientes y tiemblo. Algo que no era palpable, tangible, puja por salir.

Revienta como un divieso y me invade.

Parece que mi consciente no lo quiere rememorar, pero el inconsciente se pone terco y me lo escupe a la cara, al café tempranero, a la cocina y a la bata. Todo se ha ennegrecido cuando en mi mente se ha abierto la exclusa: ella, la rival, la enemiga, la mal nacida que emponzoña mi existencia y en la que no quiero pensar, ha tenido hoy, vaya uno a saber cómo ni por qué, la intrepidez de colarse en mis sueños.

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Me sucede esto y me siento muy enferma. Lo paradójico es que se me olvida todo.

En ocasiones tengo atisbos de lo acontecido, muy someros y breves. Pasan como una brisa y parecen zéfiros benéficos, limpiadores.

Nunca me da tiempo a analizar en profundidad y siento miedo, pero todo se esfuma deprisa. De la negrura sale la luz. Mi vida sigue, clara y precisa.

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Ellas son reales. O lo han sido.

Ésta también existe. Que yo sepa es la actual. Es anodina, vulgar. Una voz rota, rasposa. No mucho más joven que yo, pero sin duda a mi edad unos años son algo. Lleva instalada de forma más o menos continua en la vida de mi marido unos indefinidos años. Dientes parejos y sonrisa carnosa y falsa. Habla con dengue propio del país donde no hay ni flor con olor ni mujer con pudor... Es una trepadora ordinaria. De esto hay mucho en todo tiempo y lugar pero en ese tropical enclave abunda como los helechos, los kilómetros, la peste, el chocolate, el calor y los mosquitos. Como la selva, los accidentes, los robos, asesinatos y enfermedades endémicas.

Muchos hombres se dejan embaucar. Las nativas de ese maldito infierno son tenaces. Y usan maleficios, mal de ojo, muñecos y macumbas y encrucijadas embrujadas con sangre.

Pero ella no debe venir a visitarme en lo más íntimo de mi ser. No debe invadir mis sueños.

Ni ella ni otras. Porque no respondo del poder de mi propio veneno, pócima desconocida y que ni siquiera sé cómo ni cuando funciona.

Sé, eso sí, de su peligro.

Y un esbozo del mecanismo que se desarrolla en mí: ellas, incautas, invaden mi sueño. Y después despierto, me siento morir y como colofón mueren ellas.

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Paso los días en una atroz angustia, tan vívidos son mis sueños. Me da miedo la noche que repta y pretende atraparme de nuevo con esas tenazas como fórceps.

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Tengo poderes y hay quien los ha probado. Esto es una forma de expresarme pues no soy consciente de emplear método alguno para ser fiera, para poder, para hacer probar mi picadura mortal. Por eso en mi conciencia no existen remordimientos aunque en mi haber hay muertes súbitas, accidentes mortales, cosas extrañas que me vienen a comunicar siempre de manera casual y mucho después de haber sucedido. No me las puedo explicar. Callo. No analizo. No pienso. Todo se cuece en mí profundamente, cuando duermo. Mi subconsciente funciona a tope en marchas desoladoras, insondables. No recuerdo nada. No hago nada. Pero acontecen cosas...

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Por eso tú, estúpida, no debes venir a visitarme. Estás avisada.

Eres una pesada carga. Cuando apareces, procuro aventarte pero hoy has entrado en mi sueño y eso, lo sé, es fatídico para ti. Como lo fue para las anteriores.

Hay algo que no controlo pero que me libra de vosotras.

Esta será la noche de mi definitiva liberación porque has entrado en mi sueño. Te fulminaré como antes a las otras.

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Me da miedo la noche que repta y que -lo quiera o no- me atrapará. Soñaré con ella. Y morirá...

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Guardo una lista de mujeres muertas con un nexo común: todas fueron amantes de mi esposo.

Hay accidentes de automóvil, cánceres diversos y rápidos, inundaciones, golpes de calor, caídas de escalera, ahogamientos en mares y piscinas, picaduras de serpiente y otros modos y maneras raros.

Todas se colaron en mis sueños. Las soñé sin querer. Están muertas.

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Y me da miedo la noche que repta...

Ana María Lezcano Fuente, España © 2019

alezfu@yahoo.es

Ana María Lezcano Fuente nació en San Sebastián en1950. Es diplomada en Turismo (T.E.A.T), habla algunos idiomas y ha vivido en diferentes países.
Cultiva la narración y la poesía desde la juventud. Ha conseguido diversos premios y, además de ávida lectora, ama la fotografía, participando también en certámenes. Así mismo ha colaborado en páginas web “colgando” relatos de viajes y artículos de opinión. Otros gustos son los viajes y la música. También le interesan las nuevas tecnologías.
Su primera publicación fue en 1985 y sigue escribiendo y publicando. En la Biblioteca Municipal de su lugar de residencia tienen un monográfico con su obra.
Le gustan mucho el relato corto, los haikus y tankas y las poesías de rima libre. Tiene mucho material sin publicar. Sus publicaciones están dispersas en antologías o libros publicados fruto de resultado de concursos e invitaciones a colaboraciones. Sigue escribiendo para diferentes certámenes y por placer. También gestiona algún blog personal.
Acaban de aceptar su inscripción como autora en la Sociedad Cántabra de Escritores (SCE). Forma parte de REMES (Red Mundial de Escritores en Español). Sus derechos de autor están protegidos por CEDRO.

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