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Páginas de un diario sin escribir

Madrid. Junio 8.
Él me llevó a caminar por el Palacio de Oriente y el Campo del Moro, donde una luna grande espió los besos que nos dimos. Nunca intentó deshacer el tiempo enredado en su memoria, temía romperlo al recordar la realidad de nuestras vidas, y también temía que la magia del encuentro terminara. En silencio, acompañados por el crujir de las finas piedras bajo nuestros pies, recorrimos el parque. Él me asió con fuerza la cintura, acercándome a su cuerpo. Yo recosté mi cabeza sobre su hombro ajustando el ritmo de mi paso al suyo; después, nos sentamos en un banco frente al Palacio; tomó mi rostro entre sus manos y me acarició suavemente. A él le gustaba observar las líneas que nacen de mis ojos y, semejante a un gitano que leyera la palma de la mano, intentó adivinar lo que había yo vivido antes de conocernos. Después de un rato, en el que sólo se escuchaban nuestras respiraciones y el palpitar acelerado de mi corazón, besó mis párpados, y en sus labios sentí que el destino entraba de puntillas para secar las lágrimas que no lloré. Al despedirnos, él se fue por la carrera de San Jerónimo y yo me quedé en los jardines, sentada en el banco; fue entonces que, conversando con mi sombra, comencé a escribir nuestra historia.

Madrid. Agosto 18.
Hoy amanecí con un cansancio en el alma que me aferra al colchón de la cama. Miro al techo y lo convierto en una pantalla donde hago correr la película de lo vivido en los últimos meses. Recreo mi salida de Bogotá, la aventura con el Embajador… ¿Aventura? ¿Qué fue lo que realmente sucedió entre él y yo? ¿Por qué en mi diario escribo “Embajador” sin decir su nombre? ¿Hacia dónde voy? Ya compré el boleto para viajar a Londres, ciudad que me contagia su húmedo color gris. Clarita siempre me ha dicho que soy como el insecto que ronda la luz, pero no se acerca lo suficiente para ser abrasado por ella. Giro la cabeza y veo mi poemario sobre la mesa de noche. Cierro los ojos y lo abro. Página 26. Leo:

Busco en el laberinto
en la humedad del muro
que llora en la oscuridad
la hebra que perdió Ariadna.
El minotauro del miedo espera
no encuentra garganta que lo expulse.

Grito de dolor
que se vuelve saliva
retorno a lo infinito
soplo de la hora
sin relojes.

Cada palabra es un reflejo de lo que soy. Salí de Bogotá huyendo de las cuatro décadas que no tengo conciencia de haberlas vivido, de los recuerdos de una infancia plasmada en fotografías, de comidas familiares los domingos; de años de estudio en colegio de monjas donde me inculcaron el temor a Dios y al sexo. Recuerdos del primer amor y el primer beso clandestino. Matrimonio conveniente y aburrido. Viudez y soledad. Nido que nunca tuvo el calor de un niño. Los libros fueron los suplentes de la pasión y del amor convertido en poemas. Ahora estoy en Madrid sin hacer nada, absolutamente nada, excepto sentir lástima de mí misma, del desperdicio de vida al conformarme con lo que me tocó vivir sin ir a buscar lo que realmente deseaba… ¿Deseo? ¿Qué significa esa palabra? Soy tan predecible. Mi marido en tono burlón me decía: “Doña Perfecta”. ¿Perfecta? ¡Para nada! Soy un fraude, un maniquí de aparador vestido con la ropa de temporada. ¡Maldita sea! ¡Basta ya! El viajar no me libera de mí misma. Soy el equipaje que cargo.

La pantalla del ordenador portátil anuncia la presencia de un mensaje. Con actitud displicente lo abre. Es él –piensa–. Una sonrisa irónica se dibuja en sus labios. Frunce el entrecejo y exclama: ¿Encontrarnos en Londres? ¡Precisamente donde pienso ir! ¿Para qué? Estaba a punto de responder negativamente cuando la cortina de la ventana, movida por el viento, tumbó al suelo la cajita con los Haikus dejando salir uno escrito por Luis Carril:

Pasó el otoño,
las hojas de los árboles
ya son camino.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Escribió: “Sí…, nos encontraremos en Londres”. Cerró el ordenador, salió de la cama, se miró al espejo, y con determinación dijo: “Si tú quieres, puedes quedarte ahí, atrapada sin tiempo, yo voy a vivir las horas que me quedan, a encontrar la salida del laberinto sin hebra y a liberar al Minotauro que me embiste desde dentro”. El agua tibia de la ducha terminó por llevarse los vestigios de la mujer errante.

Londres. Septiembre 22.
El vuelo a Londres fue como un suspiro. El aeropuerto me envolvió en su vorágine de viajeros perdidos buscando las salas de embarque. Ya estoy aquí, enfrentando una decisión. La puerta de salida me parece la entrada a una nueva etapa de mi vida. ¿Estará él esperándome tras ella?

Laura Hernández Muñoz, México © 2020

laherfil@hotmail.com

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