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Quédense aquí; yo me bajo

Shirley entró al avión, acomodó una maleta de mano en el compartimento superior y la otra debajo del asiento, se sentó, se abrochó el cinturón y respiró profundo. Le pidió un vaso de agua a la aeromoza y lo saboreó como si hubiera sido un trago de brandy. Después cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás. Se había subido al avión en Winnipeg. Había batallado con la decisión de abandonar a su mejor amiga, pero no podía más. El plan había sido manejar juntas desde Vancouver hasta Halifax. Todo sería muy bonito, se habían dicho, veremos el paisaje, manejaremos con calma, nos detendremos si queremos, pararemos a tomar un café, para ir al baño, todo con calma porque no había ninguna prisa, todo sería perfecto, sin nada que les echara a perder el viaje tan soñado, dijo Carol, sin nada que estropeara el viaje, claro, si sólo hubiera podido controlar a sus hijos durante el viaje, si sólo hubiera podido poner orden en el par de monstruos, Bill de doce años y Stella, de 15 años. Porque desde que salimos de Vancouver no hicieron más que joder, con “J” de jueputa, qué joden esos mocosos, que Bill le quita el Ipod a Tanya, que Tanya le pega, que Bill grita y llora y yo no sé qué hacer.

Shirley es una mujer de cuarenta y siete años, rubia, de mediana estatura y un poco rellenita. Se ve que está bien con su vida, por lo menos ésa es la impresión que da. Se cuida en todo, en lo que come, en cómo se maquilla, en el color del pelo, al que no deja que le aparezca una cana, en las palabras que usa, las cuales las pronuncia de un modo exquisito. Va ilusionada para Halifax. Va a ver a su hija, a quien no ve desde hace tres años. Su deseo era ganarse la lotería algún día para poder ir a ver a su hija, Claudia, de diecinueve años. Pero mejor se dedicó a ahorrar porque creía que no era bueno que madre e hija estuvieran separadas por mucho tiempo. Claudia tiene novio desde hace dos años y Shirley quiere ser su amiga y confidente. Es una madre moderna que no se mete en los asuntos de su hija. Con Claudia piensa pasar unos años felices, tal vez en alguna propiedad fuera de Halifax donde ella pueda tener caballos, porque siempre le han gustado los caballos. Allí vivirán Claudia y su novio, si así lo desean, y sus hijos. Shirley se muere por Claudia y no se aguanta por verla.

Claudia sabía que las cosas entre sus padres no iban bien, pero le satisfacía el hecho que por lo menos se llevaran bien. Desde hacía años no funcionaban como pareja. A Shirley no le gustaban muchas cosas de Mike, su esposo. Ella ansiaba estudiar algo en alguna universidad o instituto. Ése había sido su deseo desde que era joven. Mike nunca creyó en eso. Le interesaba nada más ganar un poco de dinero manejando un camión, lo que no habría estado mal si todavía se hubieran querido. ¡Cómo había pasado el tiempo! Ahora el presente le sabía a agrio, a amargo. Todas las ilusiones idas, quién sabe a dónde. Había sido diferente cuando se casaron. Ella tenía diecinueve años y Mike veintiuno. Mike había sido su sweetheart en la escuela secundaria, y a pesar de los consejos de sus padres, se casó con él. Ésos habían sido años muy buenos, lástima que hubieran llegado a su fin. Mike sabía cómo hacerla feliz en aquella época cuando tenían fiestas para los amigos, o asados en el jardín los veranos. Eso sí, a Mike nunca le gustó cocinar, decía que su madre nunca lo puso a hacer nada en la cocina y que no hallaba qué hacer cuando Shirley le pedía que cocinara algo. Si quieres que te arregle el coche, bien, pero no me pidas que cocine –le decía—porque los dos vamos a sufrir. A Shirley nunca le molestó que Mike no cocinara ni que ni siquiera se molestara en aprender un poco porque la trataba bien, por lo menos en aquella época, eso sí reconocía.

Carol debería poner quietos a Tanya y a Bill. Unos chiquillos ya no son que digamos. Cuando les pide que se tranquilicen, le dicen que no se meta. Una vez Bill le dijo que se callara, shut up, mom! le dijo. Y Carol no dijo nada. Yo me sentí muy incómoda. A mí Claudia nunca me trataría así, yo no se lo permitiría porque a una madre se le respeta, eso decía mi madre, quien no tenía reparos en pegarme en la boca con la mano si le faltaba al respeto. Eso sí me molesta, que le falten el respeto a una madre o a un padre. Pero estas generaciones de hoy día, qué va. Si los dejas se te montan. Cuando paramos para comprar unos sándwiches y refrescos, los chiquillos comenzaron a correr dentro del restaurante y a pesar de que el manager los miraba con una cara, no dejaban de brincar. Después comenzaron a tirarse los pocos de coca-cola en la ropa, luego siguieron tirándose los tenedores, las cucharas y hasta las bolsitas de ketchup. Carol sólo miraba la escena con una sonrisita tímida en los labios. Cuando estábamos en camino, comenzaron a pelear porque los dos querían el sándwich de jamón. No se dieron cuenta que uno era de salame y el otro de jamón y a ninguno de ellos les gusta el salame. El colmo fue cuando Bill comenzó a patear la parte trasera de mi asiento. Carol veía lo que Bill hacía y sólo hacía un gesto como pidiéndome que comprendiera, que eran unos chicos nada más.

Shirley sintió que la aeromoza le tocaba el brazo para despertarla. Le preguntó si quería algo de tomar. Contestó que un whisky en las rocas, quería tomarse un whisky, tomárselo ella sola, lejos de Mike. Creo que ya cuando Claudia cumplió quince años y se fue a Halifax a estudiar, las cosas entre Mike y yo ya habían llegado al final. Creo que la falta de un ingreso suficiente nos afectó. Vancouver es caro. Fue como si entre los dos ese sentimiento fuerte que hacía que en un principio quisiéramos estar cerca el uno del otro hubiera desaparecido. Ya no era lo mismo. Mike pasaba lejos de casa por varios días y a veces no llamaba. Para entretenerme yo quería entrar a tomar algún curso en la universidad, pero no tenía tiempo ni podía pagarlo. Me hubiera gustado tomar un curso de literatura para ver si aprendía a escribir porque siempre me ha gustado escribir historias. Mi madre siempre me decía que yo iba a llegar lejos porque siempre estaba leyendo y escribiendo poemas.

Los últimos cuatro años con Mike han sido como ir a la deriva: sin saber ninguno de los dos qué queremos, sin importarnos si el matrimonio fracasa o no. Yo siento que todavía lo quiero, pero lo veo como apagado, sin ganas de luchar ni de iniciar nada nuevo. No sé qué quiere Mike, ni creo que él lo sepa tampoco. No sé si tiene otra mujer, aunque tal vez la tenga. Nos vemos de vez en cuando aunque por mucho tiempo no he visto nada claro en él. No lo culpo. Es la vida, me digo. Tampoco estoy disgustada con él. Siempre le dije que entre los dos debía haber sinceridad, que si la relación no funcionaba más, que lo mejor era separarse, con el dolor del alma y todo, pero nos merecíamos buscar la felicidad, por lo menos no vivir una mentira. Creo que Mike es como un hermano con el que se comparte una hija, así lo considero porque hemos estado tantos años juntos. Claro, no le ayuda mucho a Claudia porque siempre dice que no tiene dinero. A mí ya no me convenía quedarme en Vancouver, mucho menos ahora que ya casi nada quedaba de la relación entre hombre y mujer que una vez tuvimos con Mike. Ahorrar tampoco podía. Yo necesito ahorrar para comprarme una casita en la que pueda vivir cuando esté vieja. En Halifax pienso aprender a manejar uno de esos trailers. No soy mala conductora y aprendería rápidamente. Esos choferes ganan bien y así podré comprarme aunque sea un caballo. Pienso entrar en la universidad, tal vez a tomar un curso de escritura creativa o algo así. También quiero ayudar a Claudia, quiero ayudar a mi niña porque doy todo por ella.

Pobre Carol. Tener que soportar esos dos monstruos hasta Halifax. Yo aguanté tres días con ellos. Aguanté sus gritos y sus berridos, sus malacrianzas y sus actitudes de niñones, pero llegué al límite. Carol debería hacer algo con esos muchachos porque estoy segura que ya ni ella los aguanta. Una madre debe tener carácter porque si ella no educa a sus hijos, que no se sorprenda de que la policía se los eduque en el futuro. No sé si nuestra amistad vaya a sobrevivir, pero ella es su madre, ella no los ha sabido educar, y es su carro, así que lo maneje. Buena suerte, les dije, yo me bajo en Winnipeg y tomo el avión y eso fue lo que hice. Señorita, me trae otro whisky por favor.

Julio Torres-Recinos, El Salvador, Canadá © 2009

julio.torres@usask.ca

Julio Torres-Recinos nació en Chalatenango (El Salvador) en 1962. Es poeta, narrador e investigador literario. Estudió filología española en la Universidad de Costa Rica, y se graduó de la Universidad de York, en Toronto, Ontario, Canadá. Además de una licenciatura por la Universidad de York, tiene una maestría y un doctorado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Toronto. Reside en Canadá desde 1988, habiendo vivido primero en Ontario y después en Saskatchewan, en la ciudad de Saskatoon, en el corazón de las praderas canadienses. Es Profesor Asociado de la Universidad de Saskatchewan, donde enseña lengua y literatura española e hispanoamericana. Su poesía y cuentos han aparecido en antologías como Nueva Poesía Hispanoamericana (publicada previamente en Lima, Perú, pero ahora en Madrid), Boreal (Ottawa), Índigo (Toronto), Anaconda (Ottawa), Ciencia,ergo sum (México), International Poetry Review (Greensboro, Carolina del Norte), Canto a un prisionero (Ottawa), Iguana: Escribir el exilo / Writing Exile (Montreal), Más allá del Boom: Nueva Narrativa Hispanoamericana (Lord Byron, Madrid), así como en varias publicaciones electrónicas tales como Poetas.com, Palabravirtual.com, El gato con botas.com, y el Registro de Autores Creativos de la Asociación Canadiense de Hispanistas. Julio Torres ha dado muchos recitales de su poesía en varias ciudades de Canadá. También ha leído sus poemas en Alemania, Italia, los Estados Unidos, Costa Rica y El Salvador. Tiene publicados los libros de poesía Crisol del tiempo (2000), Nosotros (2000), Una tierra extraña (2004), Fronteras (2005), edición al cuidado del poeta y editor chileno Elías Letelier, y Hojas de Aire, (2008). En 2004 salió publicado Creuset du temps / Nous autres en Francia, por Editions L’Harmattan, edición que contiene la traducción francesa, realizada por la profesora Marie-C. Seguin, y el original en español de los libros Crisol del tiempo y Nosotros. En 1992 ganó el Primer Premio de Poesía en el certamen convocado por la Celebración Cultural del Idioma Español en Toronto, el evento cultural y literario en lengua española de más importancia en Canadá. El año 2003, el Consejo Académico de la Accademia della Cultura Europea di Roma lo nombró Accademico D'Onore.

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