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Recomendaciones para comprar un espejo

— Mijo, lo quiero de cuerpo entero y ojalá con marco dorado y como quemado, dorado renacimiento, creo que así le dicen a ese dorado, así se usan ahora los marcos, la talla del marco que sea bien menudita, rococó, sobre todo muy apretada en las puntas, como de pellizcos de modistería, fijate que no tenga manchas natosas, ellas casi siempre se presentan hacia los bordes de la luna y eso indica que no es un espejo fino, el azogue debe estar bien fresco, reciente, es bueno que el espejo no haya visto mucho mundo todavía, lo más hermoso de una luna es su inocencia, su posibilidad de asombro para lo que va a ver, como si fuera un niño, también, el azogue tiene que estar intacto, si ves unas como ampollitas reventadas no te detengás en ése, es como si fuera quincalla de cartón, mirá a otro, el vidrio debe ser bien plano, que si te acomodás a unos diez metros de distancia, tu cuerpo aparezca sin ninguna deformación, es tan feo verse uno como todo hinchado en la cara o en las caderas, como un globo con tumores, un espejo así hace reír y espejo que haga reír es más agorero que el que se rompe, recordá lo que le pasó a Martha Irene, tu prima, terminó debajo de un carro el mismo domingo que estuvo en el teatro Palmeras doblándose a carcajadas en el espejo cóncavo que tienen a la entrada, ahora la pobre anda en silla de ruedas, y la muerte repentina del doctor Medina, como a la hora de haberse reído frente al mismo espejo, así que mucho ojo con lo del vidrio plano, mijo, por mis experiencias, entre más frío es el vidrio, mejor es el espejo, creo que más fino, cuidado te traés uno de ésos que son de aumento, quiero que en él nos veamos tal como somos, entonces para qué serviría, el espejo tiene que reproducirnos tal cual somos, con el mismo tamaño del cuerpo y del semblante, querer ver nuestras carnes más grandes de lo que son es una bobada que no entiendo, y querer verlas más pequeñas es vanidad de estos tiempos, basta con la vanidad venial que nos proporciona el hecho de poder mirarnos en él, por eso te repito que lo quiero de cuerpo entero, también lo quiero biselado, con el bisel bien ancho, más que el ancho de los pulgares tuyos, a ver, mostrame, sí, más ancho que tus pulgares, es tan lindo asomársele despacito a un espejo, como si lo fuéramos a asustar, y verse uno con la cara dividida por el bisel, con dos caras, y no saber uno cuál es la real, ¡ah!, y no te olvidés hacerle la prueba del vaho, mientras más se demore en desaparecer el vaho el espejo es más frío, por tanto de mejor calidad, ojalá consiguieras uno de cristal de roca, ¡claro que ahora están tan escasos!, no importa el precio del que escojás, si no te alcanza la plata venís por más, me llamás desde el almacén y yo te la tengo lista, acordate que la gran virtud de los espejos es reproducirnos a nosotros y al mundo, ésa es también casi que su naturaleza, y algo que nos permita tamaño encanto, por cualquier precio que lo compremos es barato, tomate todo el tiempo que necesités para conseguirlo ...

Ismael sale. Cruzando el zaguán todavía escucha que el espejo no vaya a estar rayado, que te lo lustren bien antes de empacártelo, que lo mirés bien por detrás, que te vengás junto a él en la camioneta del almacén, que no lo dejés solo, que lo atisbés desde distintos sitios, que debés sentirlo muy frío por delante y por detrás ...

En la puerta del almacén, recostado a una jamba, Ismael se acaricia el mentón, golpetea el paladar con la lengua al volver a repetirse las recomendaciones. Frente a cada espejo el primer descarte que hace es el de la prueba del vaho y deja dos. Al del rincón, porque las rosetas del marco le parecen muy finas y bellas, como en cabecera de cama de palacio, le hace todas las otras pruebas. Más de hora y media tarda su cuidadoso examen en la luna. Cuando quiere voltearse para verificar cómo está la protección del azogue, no puede hacerlo, se siente inmóvil y presa de un frío rígido, metálico, sobre todo en la columna y en cada coyuntura.

Calcula su tiempo desde el de los espejos y deduce que al día siguiente de salir a cumplir con el recado de su madre, ella misma lo colgó en la sala, arriba del piano. Ahora su tiempo es exacto al de las fotografías. Cuando llegan visitas, su mamá siempre interpreta un preludio de Chopin y después llora señalando al espejo, mostrándolo a él. Ella, aún entre lágrimas, lo ve divino, con esa expresión tan teatral: el cuerpo un poco oblícuo, los ojos muy abiertos, la mano derecha a la altura de su barbilla, echada hacia adelante, la izquierda más abajo y muy abierta. Algunos dicen que quedó como si arremedara a Berta Singerman, otros como si declamara un poema dramático de García Lorca. Los más pocos aseguran que parece como si estuviera asomado por una ventana, viendo pasar una bandada de cuervos en Comala.

José Cardona-López, Colombia, EEUU © 2002

j.cardona72@yahoo.com

José Cardona-López es profesor de literatura española e hispanoamericana en Texas A&M International University. Cuentos y artículos suyos han aparecido en revistas y diarios de Argentina, Colombia, Estados Unidos, Francia y México. Ha publicado la novela Sueños para una siesta (Oveja negra, 1986) y los libros de cuentos La puerta del espejo (El papagayo de cristal, 1983) y Todo es adrede (Borinmex, 1993).

La ilustración para este cuento ha sido realizada por Enrique Fernández

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