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La revelación de Sam

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Sam Weinslerg era un sociólogo respetado. Los años dedicados al estudio, al pensamiento y a la enseñanza le hicieron un lugar principal en el campo del conocimiento. Sus libros de sociología eran referentes inevitables de las universidades alrededor del planeta, como así también los escritos y ensayos sobre filosofía, antropología y política. Los últimos dos años habían sido diferentes a todos los anteriores. Había comenzado a recluirse en su domicilio, a rechazar invitaciones a simposios, disertaciones y otros eventos, y finalmente, también a desistir de seguir dando clases. Sus allegados intentaron en vano sacarlo de las cavilaciones en las que se encontraba sumergido. Tampoco pudieron saber qué era aquello que lo había sumido en esa postura.

Otrora un hombre social, amistoso, querible, Sam se había convertido en un ermitaño hosco que solo salía de su hogar si su salud así lo requería. La casa, por cierto, era una hermosa construcción victoriana, en las afueras de Londres. Vivía solo, con la única compañía de Dolores, el ama de llaves.

La presencia de Dolores en la casa se remontaba a treinta años. Ella creía conocer a Sam mejor que nadie, sin embargo también para ella significaba un enigma indescifrable la actitud de su patrón en los últimos meses .

La mañana del último día del mes, ella escuchó desde su habitación los pasos de Sam bajando las escaleras que comunicaban con las habitaciones superiores. Bajaba llamándola desesperadamente. Ella temió lo peor. Adoraba a su patrón, por lo que no perdió tiempo en ir en su ayuda. Sin embargo el rostro de Sam no reflejaba dolor o malestar alguno. Fue a su encuentro, lo ayudó a descender los últimos escalones, controlándole el pulso sin que éste se diera cuenta.

"Dolores, Dolores", comenzó a decirle, y comprendió que su apuro se debía a que necesitaba decirle algo urgente. Y comprendió que era aquello que durante dos años lo había mantenido en el más oscuro de los pensamientos.

Le pidió que se sentara e hizo lo propio, ocupando uno de los sillones de la sala principal. Sus ojos estaban recubiertos con una capa húmeda y ella intuyó que era de emoción. Sin embargo, no estaba alegre, o al menos, no lo demostraba.
–Hace tiempo, Dolores, que estoy sumido en una idea –comenzó diciendo– que me consumía por dentro. Sé que no es propio de mí y, ante todo, le debo mis disculpas. Tanto a usted como a todos los conocidos a los que le he fallado a invitaciones o no correspondido a los más simples saludos. Pero debe entenderme, Dolores, jamás me había enfrentado a un pensamiento como el que ahora le contaré. A esta revelación de la que soy dueño y que debo comunicar con responsabilidad y sabiduría.

Dolores se acomodó en el sillón, sabiendo que Sam necesitaba que alguien lo escuchara. Además, estaba muerta de curiosidad.

“Hace dos años, Dolores, me enfrenté a la muerte. Quizá ni usted ni nadie lo sepan, pero así fue. Usted podrá decir que a mi vida no le falta nada, con una carrera excepcional, una trayectoria que seguramente quedará en la historia de la sociología, y tendrá toda la razón. Pero pregúntese qué es mi vida más allá de eso. La absoluta nada. Es patético, mi querida Dolores. Fue entonces, hace dos años, que en una crisis interior, llevé a mi boca el caño de un revolver y gatillé dos veces. La solitaria bala que había en su interior, se negó a darme el gusto. Un instante de cordura me salvó, pues me asusté, arrojé lejos el arma y rompí a llorar. Y mientras la penumbra me envolvía y el llanto se transformaba en pena, comencé a pensar en la existencia humana, en la existencia en si, en el término vida, en aquel origen latín.
Lo que a continuación le revelaré, Dolores, es el producto de meses y meses de corroboraciones, de casos estudiados. El margen de error es mínimo. Refutarán lo que le diré en segundos, intentarán destruirlo con los argumentos más diversos, pero créame, mi fiel amiga, que estoy seguro del resultado al cual mis pensamientos y reflexiones me han llevado. Y puedo decirle que jamás estuve tan seguro de algo.”

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"Dolores –dijo Sam, mirándola a los ojos– le hablaré de la existencia. De nuestra existencia. La suya, la mía, la del vecino. La existencia humana. Resumimos la existencia en una palabra, en un significante: vida. Sabemos un origen remoto, en el antiguo latín: vita.
El latín estaba compuesto por un alfabeto de veintiún letras. El latín que hoy se escucha es un latín reconstituido. Entre esas veintiún letras, la v no existía. Aparecería luego en la Romania oriental. La u suplía a la misma. El orden en una línea horizontal, es similar al que conocemos hoy de nuestro alfabeto.
Tomemos las letras. En primer lugar la v, o bien, la u. Contamos desde la primer letra hasta llegar a esa. Anotamos veinte. Buscamos la segunda, la i. Contamos, y tenemos siete. Busquemos la t. Nos da diecinueve. Finalmente la a. Aquí solo anotamos uno. Ahora trazamos una línea vertical y otra horizontal que parten de un mismo punto. En la vertical, de arriba hacia abajo colocamos la u, la i, la t y la a. En la horizontal colocamos números desde el cero en adelante, manteniendo siempre una misma relación temporal entre uno y otro. Ahora trazamos desde la u hacia el costado derecho veinte espacios, completados estos, llevamos el final de la línea hasta abajo y llegando a la altura de la i, dibujamos la línea recta hacia la derecha respetando siete lugares. Continuamos el proceso con la t y finalmente con la a. Veremos en esta última que la línea cae abruptamente.
Ese esquema gráfico es imperturbable. Nos indica la extensión promedio de cada etapa de nuestras vidas, la niñez, la adolescencia, la adultez y la vejez. Pero faltaba algo más. Comencé a investigar en forma práctica. Tomé como ejemplares de estudio a mis amigos muertos. Anoté sus fechas de nacimiento, sus nombres y les di valores en esa escala. Comprendí que las fechas que estaba anotando no eran válidas. En aquel entonces no había un antes y un después de Cristo, el calendario gregoriano no estaba en la imaginación de nadie.
Inventé entonces una fecha al azar, partí de un cero imaginario ¿Pero cómo podía encontrarlo? Deduje que vita era una adaptación matemática de alguna palabra más antigua aún, quizás de un idioma como el sumerio o el tamil. Que la translación al latín había sido por algún tipo de ecuación que la dejó conformada con la u, la i, la t y la a, manteniendo los mismos valores matemáticos que tenía en la otra lengua. En lugar de resignarme, había logrado interesarme más en la búsqueda de la respuesta.
Coloqué mi cero imaginario unos ocho mil años atrás. Volví entonces a mis dos líneas unidas por el mismo punto de nacimiento. Tomé los datos de uno de mis amigos fallecidos y volqué allí su nombre convertido en números según el primer alfabeto latino. Estimé su fecha de nacimiento a partir de mi cero imaginario. Y aquí llega la parte que pude descubrir recientemente, la última pieza del rompecabezas. La forma de descifrar exactamente ese cero imaginario, era con su fecha de fallecimiento. Con ambos datos, logré crear una fórmula que ajusta el punto de partida de cualquier ser en esa línea temporal y me devuelve el número vita.
Usted aquí me dirá que por ende, este número es imposible de calcular para una persona viva y es aquí que yo le digo que no, que justamente, el número vita nos permite saber la fecha de fallecimiento de cualquier persona antes que esta se haga realidad, con tan solo tener las restantes piezas del cuadro."

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Dolores estaba asustada. El fervor de Sam había ido creciendo a medida que avanzaba en la explicación. Sus ojos parecían desorbitados y la verborragia, poco propia en él, parecía no tener fin. Pero lo que más le aterraba, era la revelación a la cual estaba asistiendo. Sam le estaba diciendo que se podía saber con exactitud la fecha de fallecimiento de una persona. Le estaba aseverando que nuestras vidas tenían un principio y fin ya establecidos. Que no éramos más que instancias previstas en una línea de extensión infinita. ¿Sam se había vuelto loco? Quería sentir pena por su amo, pero no podía, porque en su corazón le creía, por más que su mente se resistiera a la idea de lo que estaba escuchando.

“Me cree loco Dolores, supongo que sí –dijo Sam–. Esta fórmula lejos está de ser maravillosa y ahí la paradoja. Quizá nunca estuvimos ante una fórmula más reveladora, más significativa que la que he descubierto. Pero esta fórmula, Dolores, nos condena. A toda la humanidad. Nos muestra tal como somos. Reduce nuestra existencia a simples números.
Cuando la revelación se haga pública, tendrá distintos efectos. Los científicos y matemáticos la estudiarán, algunos la rechazarán, otros buscarán los argumentos que la invaliden y otros terminarán confirmándola. Pero no es lo que ocurra en el terreno científico lo que me preocupa. Sino en la gente, en lo que representará en su espíritu el hecho de saber que nuestras vidas no son consecuencias de nuestras acciones, sino designios preestablecidos, que por más que nos esforcemos, no podremos romper.
Se estará preguntando si acaso probé la fórmula conmigo –Dolores asintió con la cabeza, en el más absoluto de los silencios–. Lo hice anoche. Apliqué la fórmula luego de varios días de resistirme y ha sido el resultado lo que ha motivado que saliera corriendo escaleras abajo para hablar con usted. Mi querida Dolores, el día de mi muerte es hoy.”

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Sam apaciguó el intento de Dolores de levantarse del sillón con un simple movimiento de manos. No muy conforme, el ama de llaves le hizo caso.

“Mi querida –prosiguió Sam–, no debe preocuparse por mi salud, porque mi salud está bien. Sé que esto la confunde, pero la fórmula funciona bien y su resultado es exacto. Hoy moriré. Usted debe comprender que como hombre de ciencia que soy, me debo a ella. Y por lo tanto, no puedo seguir mis propias motivaciones o apreciaciones sobre la magnitud de lo que he descubierto a lo largo de estos dos años de reflexiones e investigaciones.
Pero cómo le decía, me es imposible, incluso por principios, ocultar esta información. Por eso es necesario, Dolores, que usted me mate. Arriba en mi habitación he dejado una carpeta con todos los apuntes. Le diría que quemarla es la mejor opción, pero mi consciencia aún está viva y admitir ello de un descubrimiento propio tan grande, es muy triste. Pero lo dejaré a su consideración.
Usted sabe dónde se guarda el revolver en esta casa. Por más que hace dos años no haya notado que un día faltó, ahí ha vuelto a estar desde entonces, con la bala que ha permitido este tiempo adicional de mi vida. Con todo el amor que le tengo y por todo el amor que usted me tiene, mi querida y fiel Dolores, le pido que termine con mi sufrimiento y de esa forma evite que, motivado por mi afán de hombre de ciencia, vuelque sobre las mentes humanas la reveladora verdad sobre la existencia de sus vidas."

A Dolores, dos lágrimas le surcaban las mejillas. Sam era un hombre sincero, al que respetaba y amaba en silencio. Si la revelación de su intento de suicidio la había golpeado minutos antes, el anuncio de su inminente muerte y el pedido suplicante de que ella lo ejecutara para evitar otros males, le había atravesado el corazón de una forma más letal que una bala, porque una bala la hubiese matado y ella seguía viva, sentada en el sillón, de cara a Sam, llorando sin saber cómo reaccionar ni qué hacer.

Con todo el valor que pudo acopiar, se levantó del sillón. Sam la miraba con ojos repletos de esperanza. La capa de humedad que recubría sus ojos también se había transformado en lágrimas y recorrían ya el sinuoso camino que los años habían tejido en su tez. Dolores fue hasta el cajón inferior del aparador del vestíbulo y tomó el arma. Volvió a la sala principal, empuñando el revólver con miedo, la mano temblorosa y el corazón acelerado.
–¿Qué diré... qué excusas pondré cuando la policía llegue? –preguntó alarmada.
–Dirás que estos dos años habían cambiado mi temperamento. Tendrás muchas personas que asegurarán que en este tiempo cambié y no estarán equivocados. Y dirás, que hoy particularmente estuve con muy mal humor y que intenté apuñalarte, preso en mi demencia. Alcánzame un cuchillo, así podré morir sosteniéndolo y facilitarle la razón de tu disparo a la policía.

Dolores así lo hizo. Lo despidió con un beso. Le acarició el rostro, su barba blanca. Miró esos ojos claros abiertos por última vez. Se tapó el rostro para no llorar desconsoladamente delante de Sam. Él le sonrió, comprensivo.

Dio tres pasos atrás, mientras Sam se ponía de pie. "Dispara," le ordenó tranquilamente y ella lo hizo. El estruendo la sobresaltó. La bala atravesó el pecho de Sam y salpicó de sangre la pared que estaba a su espalda. Sam se desplomó sin vida sobre el sillón, aún sosteniendo el cuchillo, como había prometido. Dolores cayó de rodillas y se arrastró hasta el cuerpo inerte de su patrón. Lloró, cómo nunca había llorado.

Pero debía actuar antes que llegase la policía, así que fue hasta el piso superior, tomó la carpeta con los apuntes de Sam y todo su macabro contenido y lo llevó hasta la chimenea, que ya estaba encendida. No quiso mirar las hojas, ni sintió curiosidad por saber la fórmula exacta. Arrojó todo al fuego y observó cómo las llamas consumían el mayor secreto de la humanidad. El crepitar del fuego la sobrecogió, recordó el cadáver de Sam en la sala principal y no pudo soportar más. Corrió hacia el pasillo, llegó hasta la escalera y la bajó a toda velocidad. Pero ya era tarde, la policía estaba allí, irrumpiendo por la puerta principal, alertada por algún vecino del estruendo de arma de fuego que se había escuchado.

Ya no estaba a tiempo para tomar el revólver, buscar otra bala en el cajón y pegarse un tiro en la sien. Ahora tendría que dar su versión de los hechos, ocuparse del funeral de Sam, llamar a los conocidos, cargar con el sufrimiento, la culpa y la verdad.

Seguramente su día para morir no era ese. Se preguntó si acaso Sam ya lo sabía. El cuerpo ensangrentado sobre el sofá y la cabeza apoyada grotescamente sobre el respaldo ya no tenían la respuesta.

Ernesto Antonio Parrilla, Argentina © 2011

netomancia@yahoo.com.ar

Deambulante de mundos imaginarios, periodista y escritor, ha recibido menciones en el orden local, nacional e internacional, siendo sus escritos publicados en diversas latitudes y formatos. Nació el 18 de noviembre de 1977, en la localidad de Empalme Villa Constitución, pero vive desde siempre en Villa Constitución.
Poseedor del título de Técnico superior en periodismo deportivo (recibido en 1998, en la ciudad de Rosario) y dos años cursados en la carrera de Letras, en la Universidad del Litoral (Santa Fe), ha sido publicado en las antologías Narradores del Departamento Constitución del municipio de Villa Constitución (Argentina), en los años 2002, 2008, 2009 y 2010.
En 2009 y 2010 fue seleccionado por Editorial Dunken (Argentina) para sus antologías Cantares de la Incordura y Los vuelos del tintero.
Participó en los tres volúmenes de la antología de cuentos de terror Mundos en Tinieblas (2008, 2009 y 2010) de Ediciones Galmort (Argentina), recibiendo una mención de honor en el tercer certamen homónimo.
En 2009 obtuvo el primer premio en el certamen “Cuentos para Cuervos” de la revista El Puñal (Chile) y el mismo año una mención especial en el concurso provincial de cuentos de la Mutual Médica de Rosario (Argentina). Otra mención de honor llegó en 2010, en el 2º Concurso de Jóvenes Escritores de Ediciones Mis Escritos (Argentina).
También fue publicado en la revista Redes para la Ciencia (España), en la antología de Arte de la Literatura (España), Group Lobher (España), Cryptshow Festival (España), Revista Comunicar (España), Cuentos y más (Argentina), Diario Tiempo Argentino (Argentina), Antología Sorbo de Letras (España) y Revista Tintas (Argentina), entre otras.
También debe destacarse la distinción obtenida en octubre de 2010, en este caso merced a su blog Netomancia (netomancia.blogspot.com), ganador del "Blogo de Oro Rosario 2010" como mejor blog literario de Rosario y zona de influencia.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
“La revelación de Sam” surgió por sí solo y su propia inercia lo convirtió en realidad, como si el prestigioso científico que protagoniza el relato realmente lo hubiese narrado, metiéndose en la piel del escritor. La historia de Sam es un intento de penetrar en la mente de una persona ávida de la verdad, a tal punto de cruzar los límites de lo conocido y lo que aceptamos como tal. Hasta dónde queremos saber, una pregunta que queda latente para que los párrafos no mueran con el punto final.

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