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Una noche para olvidar

1

El inoportuno fallecimiento de Herminia, la vieja cocinera de la familia Aguirre de la Torre, ocurrió un sábado por la tarde mientras estaba terminando de fregar la enorme cocina del palacete donde trabajaba desde hacía años. Apenas le quedaban unos minutos para su hora de salida cuando se topó inesperadamente con la muerte. Ni siquiera le dio tiempo a soltar la fregona antes de que su cuerpo se desplomase y quedara tendido en el húmedo suelo de la cocina.
Los otros criados se marcharon a sus casas sin percatarse de aquella desgracia y en la mansión sólo quedó Juanito Aguirre de la Torre, que aprovechando la ausencia durante el fin de semana de sus padres y hermanos mayores, y libre de la incómoda presencia de la servidumbre, había decidido organizar aquella noche una fiesta con un grupo de amigos. Su intención era celebrar anticipadamente y a escondidas de sus padres sus quince años. Bien es verdad que su fiesta de cumpleaños oficial sería el mes siguiente, pero en esta ella estaría su familia y algunos compromisos sociales, por lo que indefectiblemente estaba condenada a ser un tanto aburrida. Así que aquella noche era perfecta para realizar su pretendida fiesta y para lograr un objetivo un poco más oculto: crear la situación propicia para intentar un acercamiento a la guapa Paula, la chica que a la que había puesto en su punto de mira en aquel cálido verano.
Juanito debió esperar hasta las ocho de la tarde, la hora de salida de los sirvientes, para empezar a organizar la fiesta. Fue poco después de esa hora cuando al entrar en la cocina casi tropezó con el cuerpo de Herminia tendido en el suelo. Su reacción natural fue intentar reanimar a la cocinera, pero pronto fue consciente de que estaba muerta. Su decepción fue mayúscula: aquel incidente le obligaba a avisar a sus padres y cancelar la fiesta, y con ellos se difuminarían las esperanzas de conquistar el corazón de la esquiva Paula, ya que conocía los planes de la chica de pasar el resto del verano en la mansión que sus padres tenían en la costa azul. Juanito maldijo a la cocinera por su inoportuna muerte. ¿Por que no se había ido a morir a su propia casa?, pensó con rabia. Tenía ganas de romper cualquier cosa, de hacer trizas algún objeto de valor... Resignado se dirigió al teléfono y marcó el número de móvil de su padre mientras imaginaba toda la parafernalia que debería realizarse en estos casos: tal vez debería venir un doctor que certificase la muerte, quien sabe si un juez o la policía, y por último la funeraria. Sin embargo cuando escuchó al otro lado de la línea la voz de su padre, una idea repentina y genial le impulsó a colgar el teléfono: ¿por qué no escondía el cadáver de Herminia en un lugar seguro y a la mañana siguiente, una vez celebraba la fiesta, avisaba a sus padres? Nadie se enteraría jamás.
Anduvo por la mansión buscando un lugar apropiado para el cadáver de Herminia. Pensó en varios sitios: en el sótano, en la cámara frigorífica de alimentos, en la casita de la maquinaria del jardinero... Finalmente decidió que el lugar más apropiado era el garaje trasero del palacete. Allí, bajo llave, nunca podría ser visto por los invitados.
Pese a que era la primera vez que veía un cadáver Juanito apenas sintió nada al arrastrar el cuerpo inerte de Herminia hacia el garaje posterior, donde sólo halló el Mercedes rojo de su madre. Estuvo tentado a dejar el cuerpo de Herminia en el suelo, pero le pareció indigno, así que luego pensó que el sitio más apropiado era el asiento trasero del coche. Después de colocar el cadáver allí cerró con llave la puerta del garaje y decidió intentar olvidarse del asunto hasta el día siguiente. La fiesta, y con suerte, la bella Paula, le esperaban.

2

Tres horas más tarde la puerta de garaje se abrió de nuevo. Era Marcos, el hijo mayor de Carlos, el chofer de la familia Aguirre de la Torre. Su padre se encontraba de viaje con los señores, así que aquel sábado se había atrevido por fin a cogerle las llaves del garaje que tenía guardadas en el armario y realizar el sueño que llevaba meses rumiando: entrar en el palacete de la familia Aguirre de la Torre y tomar prestado alguno de sus imponentes cochazos por unas horas. Sólo lo necesitaba el tiempo suficiente para poder engatusar a alguna despampanante jovencita, alguna de esas ninfas curvilíneas por las que suspiraba los fines de semana y que persistían en ignorarle sin ninguna compasión.
Marcos conocía muy bien aquella zona de la mansión, ya que había estado varias veces allí con su padre, al igual que sabía que aquella noche sólo debía hallarse en la casa el menor de los Aguirre de la Torre, que por su edad no podía poseer carné de coche. En silencio abrió la puerta del garaje, intentando dominar su nerviosismo y enfocó el interior del garaje con su vieja linterna. No estaba seguro de que coches se podrían encontrar en el garaje en aquel momento, aunque deseaba poder tomar el formidable Porsche Cayman, que apenas 6 meses antes habían comprado los señores Aguirre de la Torre, sin embargo cuando distinguió el flamante Mercedes rojo de la señora, una sonrisa se dibujó en su cara. Tal vez era mejor así, pensó. Después de todo era un coche más discreto y pasaría un poco más desapercibido. Así que buscó las llaves del Mercedes en el cajón donde sabía debían estar y se dirigió al automóvil sintiendo que las piernas le templaban. Cuando se sentó en el asiento de cuero negro y sintió el volante bajo sus finos guantes, supo que aquel era el coche de sus sueños. Tras probar durante unos segundos las marchas, abrió con el mando a distancia los dos portones que le conducían a la calle y una vez fuera, descargo con gritos de euforia toda la tensión acumulada. Con la radio del coche atronando buscó la salida de la urbanización evitando la garita de los vigilantes de seguridad y una vez en la carretera nacional tomó rumbo a Algeciras para recorrer a prudente velocidad (nunca superando los 150 kilómetros hora) los 30 kilómetros que lo separaban de dicha ciudad. Poco antes de llegar telefoneó a su amigo Ricardo para confirmarle que todo había salido bien y asegurarse de que se encontraba en el lugar acordado, cerca de la playa del Rinconcillo. Fue entonces cuando una maniobra de adelantamiento le llevó a girar la cabeza hacia atrás, y cuando creyó ver la presencia de una persona sentada en el asiento posterior gritó de pánico, dando un volantazo que estuvo a punto de provocar un accidente con un coche que circulaba a su derecha. Entonces pisó el freno con fuerza hasta que consiguió parar en el arcén, salió del coche con precipitación y miró hacia los asientos traseros para reconocer el rostro rígido de Herminia, la compañera de trabajo de su padre. Le bastó mirarla para comprender que estaba muerta, sin embargo abrió la puerta para comprobar que no tenía pulso, como recordaba haber visto hacer en una película.
Por un instante no supo reaccionar. Pensó en dejar el coche allí en el arcen y huir corriendo. Llegó incluso a pensar en hundir el coche en el mar con el cadáver dentro. Finalmente decidió tumbar el cuerpo de Herminia sobre el asiento y acudir a la cita con su amigo. Necesitaba a Ricardo, siempre mucho más frío y audaz que él, siempre más realista (había que reconocerlo), para que le ayudara a salir del tremendo enredo en el que se encontraba.
Condujo angustiado, sin ánimo para volver la vista hacia atrás, hasta que consiguió llegar a la playa del Rinconcillo y pudo ver a Ricardo esperándole junto a su motocicleta. Cerca de este se encontraban varios grupos de personas, por lo que prefirió dejar el Mercedes en un aparcamiento unos metros alejado y se dirigió andando hasta donde su amigo le esperaba. Cuando Ricardo vio el rostro desencajado de Marcos supo que algo había ocurrido. Este intentó explicarse pero el estado nervioso en que se encontraba apenas le permitía expresarse con coherencia, aunque a Ricardo le bastó escuchar la palabra “muerta”, para sonreír con una expresión de desconcierto. Exasperado, Marcos tomó a su amigo del brazo y le impelió a que lo acompañara, sin embargo cuando levantó la vista hacia donde debía encontrar el coche, sólo halló un espacio vacío. Un estremecimiento le atravesó el cuerpo. Miró incrédulo a un lado y a otro y no logró ver el coche por ninguna parte. Se tanteó el bolsillo de su pantalón para darse cuenta que las llaves del Mercedes no estaban allí. No podía creerlo: las había dejado puestas en el coche. Fue entonces cuando atisbando la ruta que llevaba a la carretera nacional pudo ver el inconfundible Mercedes rojo alejándose en la distancia.
Al grito desesperado de Marcos ambos corrieron hacia la vetusta motocicleta de Ricardo (una Rieju de 125 centímetros cúbicos) e iniciaron la persecución. El Mercedes llevaba mucha velocidad y tenía excesiva ventaja sobre ellos, sin embargo el automóvil en vez de tomar la dirección de la carretera nacional, donde hubiera sido casi imposible alcanzarlo, se desvió hacia una zona de urbanizaciones llena de pequeñas y tranquilas calles. Cuando la moto llegó por fin a la calle donde se había desviado el Mercedes, vieron a unos 200 metros que este había chocado contra un coche que estaba aparcado y se hallaba atravesado en medio de la calle, con un ostensible humo negro saliendo del capo de motor. Desde la distancia vieron como dos jóvenes que apenas tendrían 14 o 15 años salían renqueantes del interior del coche y huían del lugar del accidente.
Cuando Marcos vio el calamitoso estado en que había quedado el Mercedes tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no gimotear en presencia de su amigo. Mientras tanto algunas personas habían salido de sus casas al escuchar el estrépito del golpe y uno de ellos alertó a gritos de que en el interior del coche se encontraba una mujer herida. Marcos no dudó entonces en abrir la puerta posterior del automóvil y tomar con esfuerzo el cadáver de Herminia. Alguien le intentó ayudar a sacarla pero Marcos le dio un codazo sin contemplaciones y se las arregló para sentar el cadáver en la moto, detrás de Ricardo, que aceleraba el motor una y otra vez, y luego también él se subió a la motocicleta, justo detrás de Herminia. Los vecinos insistían en la conveniencia de llevar a la herida al hospital en coche o en esperar una ambulancia, sin embargo ambos salieron disparados de aquel lugar, temiendo que de un momento a otro la policía municipal pudiera llegar.
Huyeron por diversos caminos secundarios, siempre eludiendo las vías más transitadas, aunque no pudieron evitar estar bajo la visión de unos cuantos transeúntes que les vieron pasar. Sólo varios kilómetros más allá Ricardo pudo parar la moto en un en una zona boscosa, cerca de unos chalets. Entonces se bajó de la motocicleta (mientras Marcos sostenía con ambas manos el cadáver para evitar que se cayera) y se encaró con su amigo. Más de media hora duró la discusión, tiempo en el que Marcos trató de explicarle todo el asunto. Finalmente Ricardo se apiadó de la fatalidad de su amigo y se comprometió a ayudarle a salir del entuerto en que se había metido. Juntos llegaron a la conclusión que la mejor alternativa que tenían era volver a dejar el cadáver de Herminia en la mansión de la familia Aguirre de la Torre.
Escucharon en la distancia la sirena de un coche de policía, por lo que por precaución decidieron permanecer en aquella zona frondosa, casi a oscuras, hasta que se hiciera más tarde y pudieran llegar hasta la playa, situado a unos cientos de metros, sin ser vistos por nadie. Habían dejado el cadáver de Herminia sentado en el suelo con la espalda apoyada contra un árbol, y ambos fumaban unos metros más allá. De repente Marcos creyó oír un ruido de pasos entre los árboles y su primera reacción fue correr en dirección contraria, mientras que Ricardo se enfrentó con piedras al par de perros que husmeaban el cuerpo de Herminia.
Aclarada la situación montaron en la motocicleta de nuevo con el cadáver entre los dos, y fue entonces cuando se percataron de que los perros habían orinado sobre el cuerpo de Herminia. El enfado de Ricardo aumentó todavía más por este hecho, y sólo tras limpiarse con unas hojas de árbol se dirigieron por un camino de tierra en dirección al mar. Poco después la arena de la playa les obligó a bajarse de la moto. Decidieron que Ricardo con las manos en el manillar empujara la motocicleta, mientras Marcos, de pie, evitaba que el cadáver de Herminia, sentado en la moto, cayese al suelo. Bastaba recorrer de este modo unas pocas decenas de metros, únicamente hasta llegar a la orilla del mar, donde podrían subir de nuevo a la moto. Sin embargo, debido a la oscuridad (no habían encendido las luces de la motocicleta para pasar más desapercibidos) no vieron acercarse a un par de jóvenes ebrios que pasaron junto a ellos. El más alto de los dos les miró sin disimulo. Ricardo hizo un comentario estúpido en voz alta : "es que mi abuela no sabe beber". En ese momento Marcos fantaseó con la idea de que la tierra le tragaba.
El trayecto hacia el palacete les costo cinco interminables y agotadoras horas. Para llegar hasta allí evitaron siempre que fue posible la carretera nacional, aunque tuvieron que circular por esta unos pocos kilómetros, estando a la vista de todos los coches que circulaban en esa dirección. Aquella odisea les llevó a recorrer caminos de todo tipo, incluyendo una vieja carretera en desuso plagado de hoyos y salpicada de pedruscos, que hacían casi imposible la conducción en motocicleta, se vieron en la necesidad de atravesar una zona de sembrados, e incluso debieron cruzar una acequia a pie. En aquel duro trayecto debieron soportar dos caídas de la motocicleta (en una de ellas Ricardo se golpeó con dureza el hombro izquierdo). Finalmente poco antes del amanecer lograron llegar hasta el muro posterior de la casa de la familia Aguirre de la Torre. Para entonces Marcos estaba al borde del colapso nervioso y Ricardo ardía de ira y en deseos de golpear a alguien. Pero ambos sabían que ya sólo les quedaba lo más sencillo: entrar y dejar el cadáver de Herminia en el palacete, que a esas horas parecía estar en silencio absoluto.

3

Varias horas más tarde Juanito Aguirre de la Torre apagó con desgana el despertador y permaneció dormitando sobre la cama. La fiesta había sido un completo éxito pese a que Paula no le había prestado la atención que él deseaba. Estaba contento porque había conocido a otra linda chica con la que había quedado citado esa misma noche en un bar del puerto deportivo. Sin embargo su sonrisa se apagó al recordar que debía recoger los restos de la fiesta y llamar a sus padres para explicarles que había hallado el cadáver de Herminia. Afortunadamente tenía tiempo de sobra, ya que sus padres no tenían previsto regresar hasta la noche, así que podía seguir dormitando al menos una hora más. Pero pocos minutos después el timbre de la casa le sobresaltó. Juanito permaneció inmóvil dentro de la cama, aunque poco más tarde el sonido de la cerradura de la puerta principal abriéndose le hizo precipitarse frenético fuera de la cama y salir de su habitación para escuchar las voces de sus padres en el piso de abajo, que habían adelantado su regreso. Sin duda iban a ver el estado calamitoso en que se encontraba el salón tras la fiesta, pero en ese instante pensó que lo principal era evitar que vieran el cadáver de Herminia sentado en el coche de su madre. Así que corrió por la escalera de servicio hacía el garaje posterior, para ver que alguno de sus estúpidos amigos había dejado abierta una de las puertas traseras que daba al jardín. Salió por aquella puerta y buscó alocadamente la llave del garaje en una de las macetas colgantes del jardín. Cuando la encontró abrió la puerta del garaje para descubrir aterrado que el Mercedes rojo de su madre no se encontraba allí. Entonces, oyó claramente el grito lejano de su madre dentro de la casa, y sin pensarlo se dirigió hacia allá, hacia el salón, corriendo, lleno de oscuros, negros presagios, para pocos segundos después encontrarse frente a sus padres, que miraban horrorizados, entre el caos reinante del salón, el cadáver de Herminia colgado de la ostentosa lámpara del techo.

Jesús Pérez Cristóbal, España © 2007

jesus_pe_cris@yahoo.es

Jesús Pérez Cristóbal es un gaditano afincado en Madrid que trabaja como consultor de nuevas tecnologías. En el aspecto literario es un apasionado de la obra de Roberto Bolaño y de Ryszard Kapucinsky.

Lo que el autor nos dijo sobre el cuento:
El cuento es una metáfora en clave de humor del tabú que representa la muerte en las sociedades desarrolladas. El hedonismo imperante intenta arrinconar la  misma idea de la muerte a las catacumbas de la cultura  (como hace el niño rico con el cadáver). Sin embargo esto no evita que más tarde o más temprano el ser humano se deba enfrentar con la idea de la muerte  (el cadáver reaparece en el centro del escenario).

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