Tu mano en la ventana del tren Iba apuradísimo por el andén, abriéndome paso entre la muchedumbre con los codos, comportándome como una bestia incivilizada y agresiva cuando apareció una mano por la ventana de uno de los trenes a punto de partir. Era una mano tranquila y anónima, blanca como una paloma mensajera elegante y sofisticada.
No pude evitar el impulso de tocarla. Y ese contacto que no duró ni medio segundo me cambió la vida para siempre. Perdí mi tren y quedé ahí de pie en el andén, atónito, dejándome llevar y traer por la muchedumbre apurada, como si fuera un espantapájaros sin más voluntad ni itinerario en mi vida.
Un soldado armado me sujetó del brazo.
"Usted! Yo lo ví. Le tocó la mano, ¿no?"
"No entiendo... Sí, le toqué la mano..."
"¡Lo siento mucho, señor!"
"¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Por qué lo siente?"
"Mejor váyase a su casa, señor. Yo lo puedo acompañar si lo desea."
En realidad era buena idea irme a casa. Extrañamente mi trabajo ya no tenía importancia. Nada lo tenía. Abandoné la estación de trenes y me fui confundido y tambaleando hacia El Café Ciré. Pedí un vodka doble y luego otro y otro. Me di cuenta que había perdido mi computadora y mi maletín con los contratos y cartas de mis clientes. No me importó. El dueño del café se sentó a mi mesa.
"Buenos días señor. Lo noto nervioso. ¡La tocó?"
"Si... la toqué. ¿Por qué me pregunta? ¿Qué sabe usted de todo esto?"
"Es mejor que se vaya entonces, señor..."
En ese momento entraron cuatro soldados en sus llamativos uniformes color naranjo y el logotipo del Ejército Bancario Escandinavo (EBE) en sus pechos; metralletas automáticas en sus manos.
"¿Es usted quien la tocó? ¡Vamos, andando! Lo vamos a escoltar a su casa. ¡Por favor no resista, señor!"
Ya en mi casa me dejaron en paz. Me tendí en mi sofá sintiéndome profundamente intrigado por la dueña de esa mano. Jamás me había sucedido algo así. En mi vida he sido bendecido con muchos amores pero esto que de pronto se introdujo en mi cuerpo y en mi alma como un virus enigmático era sumamente inverosímil. Y las circunstancias tan hostiles de la dictadura más poderosa de la Unión Europea eran una barrera impenetrable, odiosa, en la vida cotidiana de los ciudadanos.
"Toqué tu mano en la ventana del tren. Un pequeño roce y has dejado tu poderosa señal en mi para siempre..."
Y me dormí profundamente.
A la mañana siguiente no me lavé ni afeité. Mi ropa estaba sucia y arrugada y hedía a transpiración y a alcohol. Me dirigí apresuradamente a la estación de trenes. Los guardias me observaron y hablaron secretamente entre ellos. Los ignoré y me acerqué a los trenes buscándola en cada ventanilla. Tuve que luchar con pasajeros violentos para no dejarme arrastrar hacia la salida de la estación. Perdí la compostura totalmente y grité e insulté y abofeteé a cuanta persona se cruzaba a mi paso.
"¡Mujer de la mano! ¡Mujer de la mano en la ventana del tren!", grité desesperado y lleno de pánico perdiendo el equilibrio y azotándome contra el cemento del andén. Los EBE me pusieron de pié y con voces amables pero con sus armas clavadas en mi espalda me urgieron salir del recinto y acompañarlos a su cuartel en la ciudad.
Ya en sus oficinas me sentaron en una silla mientras lloraba como un niño. Entró un viejo teniente en su flamante uniforme amarillo acompañado de tres soldados naranjos y me miraron con compasión y simpatía.
"Señor Welden," me dijo el oficial mientras que sus subordinados apuntaron sus armas hacia mí. "¿Qué podemos hacer por usted? ¡Mírese, por Thor! ¡Si parece un pobre indigente! Usted que es un director de reputación mundial, poderoso, intachable en su conducta como ciudadano e impecable en su moral, desde ayer se ha comportado como un adolescente sucio, rebelde y enfermo de amor".
Uno de los soldados me dio un golpe en la cara con la culata de su arma. Caí de la silla. Otro me levantó a puntapiés y todos me pidieron disculpas.
"Yo no entiendo, estoy confundido y no sé que es lo que me sucede ni por qué estoy aquí. ¡Déjeme en paz, señor teniente! ¡Se lo ruego!"
"Pero por supuesto, señor Welden. Uno de mis hombres lo conducirá a su casa. Mucho gusto de conocerlo y recuerde, desde ahora lo vamos a cuidar como se lo merece..."
Los meses siguientes viajé locamente en cientos de trenes a cientos de pueblos y ciudades del país con la infantil esperanza de verla, rozarle la mano nuevamente. Dormía algunos minutos en los bancos de las estaciones y subía al siguiente tren no sabiendo a dónde iba pero sí sabiendo por qué. Usaba mi poco dinero en pasajes y comía de los basureros.
Los EBE me observaban desde lejos pero no interrumpían mi conducta extravagante y febril. Ni siquiera cuando corría por los andenes gritando "¡Mujer de la mano en la ventana del tren! ¡Mujer de la mano en la ventana del tren! ¡Manifiéstate! Déjame tocarte...por favor..."
Desesperado, volví finalmente a mi casa. Me duché y afeité. Me puse ropa limpia e impecable y fui nuevamente a subirme a trenes, esta vez para rozar levemente las manos de todas las pasajeras.
Habré rozado miles de manos de todos los tamaños, colores y edades durante tres semanas. Muchas veces algunas de las mujeres ya rozadas me reconocían y me saludaban amablemente con grandes sonrisas. Y debo confesar que en medio de mi locura, obsesión y soledad, llevé a casa a algunas de estas mujeres dulces y también solitarias, buscadoras no de una mano, como yo, sino de un alma.
El EBE apareció en mi casa un día en que yo estaba solo y atribulado, no sabiendo si poner fin a mi búsqueda con un tiro en la boca. El teniente de uniforme amarillo y un solo soldado naranjo con metralleta vinieron "... a protegerlo de sí mismo con consejos y sugerencias porque usted es un suicida potencial y un peligro para la seguridad moral del país".
"Pero qué saben ustedes de mí, payasos ridículos, matones y asesinos!"
El teniente se sentó en mi sofá, encendió un cigarrillo y miró al soldado, sonriendo. Este, un hombre joven gigantesco, me puso una mano en el cuello y me propinó una bofetada en la boca. Luego me tomó en sus brazos, me dio un beso en la frente y me dejó caer en mi único sillón cual saco de papas.
"En el Ejército Bancario Escandinavo estamos muy preocupados, señor Welden. Sepa que le tenemos un profundo respeto y cariño. Pero simplemente no podemos dejarlo autodestruirse por culpa de su obsesión con esa mano. Le sugiero respetuosamente que se deje internar en El Hospital. Estamos al tanto también de su desastrosa situación económica y El Banco está dispuesto a hacerle un préstamo muy favorable. Considérelo, señor Welden, como una legítima preocupación del EBE por su bienestar y reputación".
Y se fueron.
Mi ansiedad y necesidad por tocar, simplemente "tocar" esa mano y a su dueña eran ya insoportables. Tan trastornado estaba que pensé que tal vez el EBE tenía razón... Debía aceptar la ayuda que me estaban ofreciendo. Ellos tenían sus macabras razones ideológicas pero yo había perdido la razón. Y lo hice. Me interné.
Dos meses han transcurrido ya desde entonces y me siento como nuevo. No más "mano en la ventana del tren". He recuperado a mis viejos clientes y me estoy haciendo obscenamente rico nuevamente. He pagado el préstamo bancario y el EBE me ha dejado en paz.
Hoy tengo una entrevista importantísima con el director del Ejército Bancario Europeo, y por fin, ahí viene mi tren. Me abro paso a codazos e insultos entre la multitud de conmutadores. Me siento al lado de una mujer que lee el periódico. Ella se vuelve hacia mí.
"¡Creo que has andado buscándome!"
Y me tendió la mano.
Ian Welden, Dinamarca, Chile © 2009
ian.welden@mail.dk
Ilustración de Maritza Álvarez. Verano 2009. Villa Alemana, Chile.
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