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Milagro
El Club de los Caballos del Alma

Ahí donde mi niñez estaba a punto de experimentar la metamorfósis hacia la pubertad, la vida me regaló un año más. Un precioso año más de pura infancia.

Estoy construyendo un castillo de la arena a orillas del Océano Pacifico y un niño se acerca a observar. "Está muy lindo, pero le falta una bandera", me dice. "Toma, puedes usar la mía...". Y me entrega un envoltorio de caramelo ensartado en un ramita de pino.

Jamás nos habíamos visto antes. Y nos vamos al mar a buscar almejas que luego dividimos en dos montoncitos. Uno para su mamá y otro para la mÍa.

"¿Cómo se llama tu mamá?"
"María, ¿y la tuya?"
"Rosa."
"¿Ella es la que hace uniformes para el colegio?"
"Sí, ¿por qué?"
"Por nada..."
"¿Y tu papá?"
"No tengo. ¿Y el tuyo?"
"Tampoco tengo."
"¿Y cómo te llamas tú?"
"Juan, ¿y tú?"
"Pedro."
"Corramos por la playa."
"¡Ya!"

Vive en una casita de adobe pintada de blanco. Su mamá hace empandas y pasteles para pagar los gastos. La cocina es oscura, fresquita, y huele a banquete de reyes. Pedro duerme con sus tres hermanos menores en una habitación llena de colchones en el piso de tierra. Hay una ventanilla con vista a los cerros. La señora María me regala una empanada con dulce de membrillo. Sabe a cielo.

Vamos a mi casa. También es de adobe, pintada de verde. Mi mamá es costurera y lava también ropa ajena. Duermo en la pieza de mi mamá, no tengo hemanas ni hermanos. En un rincón de la cocina está la máquina de coser. A Pedro le llama la atención la palabra "SINGER" inscrita en un costado de la máquina. Y la manivela color de oro.

"¿Es de oro, señora Rosa?"
"No, mijo, que va a ser de oro..."
"¿Y qué quiere decir SINGER?"
"¡Ah! ¡Ya sabes leer! ¿Vas a la escuelita?"
"Sí, señora."
"Juan empieza este año. Ya le hice su uniforme."
"¿Me puede hacer un uniforme, señora Rosa? Nunca he tenido..."
"Veremos, veremos, mijo...."

Al atardecer Pedro y yo nos sentamos en las rocas a mirar la puesta de sol. El cielo se tiñe de rojos y violetas violentos. "El sol es de fuego", le digo a Pedro. Increíble, me dice él. El mar está tranquilo como si se estuviera quedando dormido. ¡Y ya!, desapareció el sol en el agua. Nos quedamos mirando el horizonte. Le digo a Pedro que por allá hay barcos perdidos. Él asiente, como si fuera un hecho conocido por todos.

"Me tengo que ir a mi casa a comer."
"Yo también."
"¿Nos juntamos mañana a cazar jaivas?
"¡Ya! ¡Temprano aquí mismo!"

Ya es de noche. Mi mamá trabaja en la cocina. Yo no puedo dormir. Pienso en Pedro y en el uniforme que tal vez le haga mi madre. En las jaivas que cazaremos mañana. Y si cazamos jaivas, ¿qué haremos con ellas? ¿Matarlas? ¿Y para qué? Tal vez la señora María sepa hacer empanadas de jaiva... Ha sido un buen día... ¿Estará aún mi castillo...?

"Hooola, ¿tomaste desayuno?"
"No, ¿y tú?"
"Tampoco."
"Traje este tarro para poner las jaivas."
"Oye, Pedro, ¿qué vamos a hacer con ellas?"
"Se las podemos dar a mi mamá para que haga empanadas."
"¡Ah!"
"Oye, ¿no te da penita matar jaivas?"
"Sí, mucha... Especialmente cuando pienso que tienen hijos como nosotros..."
"Pero es lo mismo con los pescados... verlos ahí muertos... ¿se irán al cielo?
"Yo creo que sí; un cielo especial para jaivas y pescados."

Está recién amaneciendo. El día viene gris y frío y el mar está intranquilo. Levantamos piedras y corren muchas jaivitas bebés a buscar otro refugio. Pero nosotros buscamos jaivas grandes. Estas se encuentran bajo las rocas, en cuevas oscuras.

"¡Ahí hay una grande!, ¡pégale un piedrazo!"
"¡No me atrevo! ¡Pégale tú!"
"¡No! ¡La puedo matar!"
"¡Trata de meterla al tarro!"
"¡Ya!"

Y ahi está la enorme jaiva adentro del tarro. Nos damos la mano, orgullosos de nuestro trofeo. En total cazamos cinco y nos dio hambre. La señora María sonrió y nos dijo que nos iba a hacer unas enomes empanadas de jaiva. Nos sirvió pastel de maíz y té con leche bien azucarado. Y nos fuimos a la playa.

"Oye, Juan, ¿crees que tu mamá puede haceme un uniforme?"
"Yo creo que sí..."
"¿Así cafecito entero, como el de todos los otros?"
"¡Claro! ¿Por qué no?"
"El año pasado yo era el único sin uniforme y todos se reían de mi."
"No te preocupes, amigo, este año no va a pasar lo mismo."
"Oye, Juan..."
"¿Qué?
"¿De verdad somos amigos?"
"Yo creo que sí..."
"¿Amigos del alma?"
"¡Seguro, los mejores amigos del alma!"
"Yo nunca había tenido un amigo del alma...."
"Yo tampoco..."
"¡¡Te corro hasta esas rocas!!"
"¡¡Ya!!"

Fuimos a almorzar a mi casa. Mi mamá estaba terminando un uniforme cafecito. A Pedro le brillaron los ojos.

"A ver, Pedrito, pruébatelo."
"¿Es para mí, señora Rosa?"
"Sí pues, mijo, anda, pruébatelo."
"¿Y cuánto va a costar? Mi mamá no tiene plata..."
"No te preocupes, Pedrito, ahí nos arreglamos."

Y por supuesto que el uniforme le quedó a la perfección. Mi amigo del alma no cabía en sí de alegría. Corrimos a mostrárselo a la señora María y ella también se puso felíz y orgullosa.

"Juan, voy a ir a visitar a tu mamá para agradecerle. ¿Le gustan las empanadas de carne o de queso?"
"De las dos, señora María..."
"¿Y el pastel de maíz?"
¡Si! ¡Sí, señora María! Le gusta de todo."
"¡Ah! Y ahi están las empanadas de jaivas para ustedes... ¡Buen provecho!"

Nos fuimos a "nuestro lugar" entre las rocas. Noté que Jorge estaba pensativo y más callado que de costumbre. ¿Estaría pensando en su nuevo uniforme que mi mamá estaba cosiendo, poniéndole botones dorados y una insignia de la Escuela Básica No. 7?

"¿Qué te pasa, Pedro?"
"Oye, Juan, ¿estás seguro de que tu mamá me va a regalar ese uniforme?
"¡Claro que si!"
"Estaba pensando..."
"¿En qué?"
"¡En que si somos amigos del alma tenemos que hacer un club!"
"¡Buena idea! ¿Y ponernos un nombre?"
"Sí, ¿qué te parece LOS CABALLOS DEL ALMA?"
"¡Me parece caballo! Y tenemos que hacer un juramento también."

Nos pusimos de pie solemnemente y juramos en nombre de nuestras madres que seríamos amigos del alma por toda la vida, hasta la muerte y más allá. Y que Los Caballos del Alma sería un club secreto y exclusivo.

"Ahora tenemos que darnos la mano."
"Sí. Aquí tienes la mía..."
"Y la mía."

Aqui debo interrumpir este melancólico recuerdo. Ya es mediodía en en el barrio de Valby, Copenhague, mi hogar desde hace casi treinta y cinco años. Está nevando copiosamente y debo salir a comprar con mucho cuidado, con mi bastón, para no caerme en el hielo.

Yo creí tanto en el Club de los Caballos del Alma.

Ahóra con mis sesenta años a cuestas aún derramo algunas lagrimitas cuando recuerdo que mi amigo Pedro se olvidó rápidamente de nuestro juramento y de nuestra amistad hace más de medio siglo.

Ahora, después de más de cincuenta años, vengo recién a darme cuenta que apenas recibió su nuevo uniforme escolar me dejó de lado...

Qué tonto soy.

Ian Welden, Dinamarca, Chile © 2011
ian.welden@mail.dk

Ilustración de Maritza Álvarez, Villa Alemana, Chile
maritza_alvarez_vargas@hotmail.com

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