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El gramil

Mi amigo Julián ama su oficio de carpintero que heredó de su padre y éste de su abuelo. Pero en uno de sus momentos más difíciles por su dependencia del alcohol, después de haberse bebido hasta el líquido para maquear los muebles, perdió casi todas sus herra- mientas de carpintería empeñándolas a cambio de guaro. Hasta que se dio cuenta que el cantinero a quien le había entregado un martillo por cuatro tragos de a peso y un serru- cho por una media de lija, se estaba aprovechando de él. Entonces se le ocurrió, en un momento de lucidez, que iba a llevarle el “gramil”, que se dice es el instrumento más proletario de toda la carpintería, herramienta artesanal que él mismo había hecho y que consta de dos piezas de madera con un clavo. Afirman todos los carpinteros y ebanistas que sin este instrumento no se puede realizar ningún trabajo porque sirve para rayar o marcar la madera, y después serrucharla sobre la línea, con las medidas exactas.

Así fue que llegó una mañana que amaneció de goma, con un impresionante temblor de manos, sudando todo el cuerpo, con el corazón agitado donde el cantinero, y le dijo: “Salvame de esta goma hermano!, pero ya no tengo herramientas, más que una de la que no quiero deshacerme porque es el más importante instrumento del carpintero...” Y el cantinero le dijo:“Bueno, a lo mejor te puedo dar algo más que una botella...”, y él, haciéndose de rogar le contestó, sosteniendo con las dos manos temblorosas el periódico donde traía envuelto la herramienta: “No, la verdad, es que la única manera de aflojar el gramil es que además de una botella, me dés de vuelta el serrucho, la cola de zorro, el cepillo, la garlopa y los dos formones... Pero pensándolo bien, creo que mejor no, porque sería un crimen perder el gramil que es, como te dije, la herramienta más importante de cualquier carpintero; sin ella no se puede trabajar, por eso lo dejé de último, además que nunca me lo perdonaría la Estebana...”. Y aguantándose la goma hizo como que daba la media vuelta frente al mostrador de la cantina, agarrando fuertemente el saco de bramante en donde traía el “gramil”. Entonces, el cantinero con los ojos desorbitados, y una sonrisita por gusto de sólo imaginarse poder hacer el negocio del mes con el famoso gramil, le gritó en la espalda: “Esperate hombré, no te vas a ir arrastrando esa goma horrible, verdad? Y poniéndole sobre el mostrador una botella de aguardiente y un vaso que llenó hasta el borde, le dijo indicándole con la boca: “Tomate un trago para que hablemos con calma”. A lo mejor llegamos a un arreglo. Hablando se entiende la gente hom...”

Dio la vuelta despacio, y con los ojos vidriosos vió borrosamente la botella y el vaso como un hermoso paisaje. Haciendo el último esfuerzo, casi al borde de la desespera- ción, arrastrando los zapatones se acercó nuevamente al mostrador y con los ojos encharcados se tomó medio vaso de aguardiente. Sintió que todo el cuerpo recibía una descarga de sangre que le bombeaba los sentidos como el tubo madre de la aguadora. Puso el gramil sobre la barra y le contestó: “Bueno, que sean todos los fierros y dos botellas de Ron Campeón. No hubo más discusión. “Juega el gallo...” -dijo el cantinero sin perder el tiempo, y antes de que se arrepintiera mi amigo Julio, fue a traer todos los fierros de carpintería a un cuarto detrás del bar donde los tenía junto a una guitarra, un acordeón, dos pistolas, una montura, cuatro dientes de oro dentro de un vasito de Gerber y varios relojes y anillos, todos identificados con una papelito con el nombre del cliente, la fecha y el valor del empeño.

Puso junto a las herramientas las dos botellas de ron y le dijo: “Pero que mañan no venga tu mujer a reclamar nada porque vos veniste con tus propios pies y yo sólo trato de ayudarte a que no te vayas a morir de una goma...” Después de terminars de beberse lo que quedaba en el vaso, Julio metió sus herramientas y las dos botellas de Ron Campeón yen el costal de bramante que llevaba preparado por si acaso le salía el volado, y salió mientras el cantinero revisaba por arriba y por abajo aquel pequeño y sencillo instrumento, sin poder entender dónde estaba la gracia y la ciencia para que aquel chunche fuera la herramienta más importante de un carpintero. Sin imaginarse que mi amigo Julián, desesperado por la goma, sólo había utilizado la herramienta más antigua que el ser humano tiene para sobrevivir: el engaño.

Luis Enrique Mejía Godoy, Nicaragua © 2006
luislucy@cablenet.com.ni

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