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Borrador (la última memoria)

Carmela había decidido que lo mejor sería irse un tiempo a Italia, al sur, a Cosenza, en la región de Calabria, pensó que eso le haría bien a Estaban, hacer un cambio y, sin más, planificó todo, coordinó todos los detalles y emprendieron el viaje. Es primavera, el clima es agradable en esta época del año, y ya era tiempo de hacer algo distinto. Esteban se ha perdido, se extravió en algún lugar y alguna parte, a ratos tiene destellos de realidad, recuerdos, pero se ha sumergido en una apacible quietud mental, de la que solo sale por momentos, que ella disfruta, aunque ella, y su humor, le hacen llevar todo en paz, no se ha resignado a esta nueva condición de Esteban, pero la lleva con paciencia, con mucha paciencia, y hace todo, hará todo, para que este nuevo viaje mental de su esposo, y esté viaje físico que emprenderán, sea, como todo lo que hace, algo para disfrutar.

Tomaron un vuelo directo a Madrid, allí pasaron un par de días, alojados en un hostal muy próximo a plaza de la Ópera, la ocasión les brindó la oportunidad de caminar por Arenal, llegar a Plaza del Sol, La Gran Vía, disponer de muchas opciones gastronómicas cercanas, incluido el mercado de San Miguel, del que tiene buenos recuerdos, para luego continuar a Roma y desde ahí hasta Cosenza en tren.

Me encanta subir a los aviones, viajar, sé que me gusta, creo que antes, antes de perderme, hacía algo así con frecuencia, y lo disfrutaba mucho. Éste avión es inmenso, y hemos tenido la suerte de estar sentados en una fila de dos puestos, sin asientos delante de nosotros, con espacio suficiente para estirar las piernas con comodidad. Disfruto mirando por la ventanilla, la inmensidad del horizonte, infinito, y aunque el paisaje es monótono, me agrada ver, sin aburrirme, como el cielo y la tierra, o el cielo y el mar se juntan, también me distraigo buscándole formas a las nubes. Me gustan las comidas en los aviones, esas bandejitas pequeñas, esos cubiertos de plástico. Lo reducido del espacio, no me importa y, entre comidas, ella ha elegido unas buenas películas, que vemos juntos, que escuchamos juntos, compartiendo los audífonos, lo que nos hace estar muy cercanos y, siempre, tomados de las manos... El primer aeropuerto al que llegamos es grande, ella me dijo que habíamos aterrizado en Madrid, Barajas, ¿un aeropuerto con nombre de naipes?... Todo fue rápido, el asunto es que hubo que caminar, tomar escaleras mecánicas, pasar controles, recoger las maletas, tomar el tren, luego el metro, y llegar al hotel, pero ella es incansable, enseguida me preguntó si estaba agotado y, como le dije que no, tomamos una ducha, juntos, nos aseamos y salimos de inmediato a caminar. Hay un olor en esta ciudad que me evoca placer, y ya sé, lo descubrí, es el olor de sus comidas, tortillas, croquetas, jamones, mariscos y vinos. Ella me llevó al parque El Retiro, nos sentamos frente a un estanque grande, lleno de aves, y también lo hicimos frente a un palacio de cristal, que luce hermoso, con la luz del sol atravesando el vidrio, refractándose, e impregnando el lugar de un colorido vital, único. Ella toma fotos, con su teléfono, me las muestra, me pregunta si me gustan, y las comparte, eso me dice, que las comparte, y yo simplemente le creo, yo le creo todo, no hay forma de dudar de algo, porque todo me lo dice con una sonrisa, con esa voz suave que tiene, con esas palabras que siempre pronuncia bien, de forma clara, me encanta su voz, y también sus manos, se me hace difícil caminar si ella no toma mi mano. Al volver, caminado poco a poco, mirando a todos lados, pasamos por una iglesia, pequeña, una capilla quizá, me dijo que se llama San José, ella voltea hacia mí y me dice: "aquí se casó Simón Bolívar", y le pregunto si estuvimos en esa boda, porque no la recuerdo, es que hay muchas cosas que no recuerdo, "¿siguen casados?", pregunto, y ella ríe, con espontaneidad, con soltura, se acerca a mí, me da un beso en la frente, y me dice, "no amor, y ya no están casados, ella murió antes de cumplir el año de matrimonio, de fiebre amarilla", y, antes de que le pregunte algo más, me dice que la fiebre esa es una enfermedad, que aún hoy cobra algunas vidas, entonces le digo: "qué lastima, qué mala suerte, ojalá hayan disfrutado ese poco tiempo juntos, y ojalá que él lo haya superado". Continuamos, nos sentamos a comer, ya casi al final de la tarde, en una taberna muy típica, donde sirven arroces, llenos de color, aroma y muchísimo sabor, de nuevo compartimos una jarra de vino, me encanta ese sabor del vino, ese color oscuro, ese brillo, lo tomo con pausa.

Ya entrada la noche volvimos al hotel, éste primer día en Madrid ha sido bueno para él, me emociona ver cómo observa todo, con curiosidad, cómo disfruta, va preguntando y yo le voy contando, cuando no sé algo de lo que pregunta, simplemente le invento una fantástica respuesta, total, él no cuestiona nada. Aquí está dormido a mi lado, me encanta su calor, eso no lo ha perdido, me busca en la noche, me abraza, y aún conserva esa manía de acariciarme, es hermoso despertar a su lado, abrazados, ojalá éste viaje le reconforte, lo regrese, se ha convertido en un niño, un niño divertido y grande, pero sigue siendo mi compañero, aún es mi amante, gracias a Dios eso no lo ha olvidado. Me encanta tenerlo a mi lado, yo sé que lo amo.

Hoy tomamos el bus del city tour, es bueno, podemos bajar y subir tantas veces como queramos, hacer paradas, lo tomamos en Plaza Mayor, y él me ha pedido tomar fotos, con la cámara, solía tomar muy buenas fotos, captando detalles que parecían imperceptibles. Visitamos el museo del Prado, y ahí, entre hacer la cola, entrar, volver a mirar las obras de Velázquez, consumimos mucho de nuestro segundo día en Madrid. A él le agrada contemplar las pinturas, y presta mucha atención a una en particular, El Cristo Crucificado, y entonces me pide hablarle de él, de ese en la cruz, como suele preguntar, con inocencia, y esa historia si la domino bien, hablarle de eso en particular se me hace fácil. Al final del día regresamos a Plaza Mayor, ahí nos bajamos, y desde allí directo a San Miguel, cuando Esteban ve éste lugar se emociona, así ha sido en las anteriores visitas a Madrid, le encanta ese galpón, camina por sus pasillos y me va diciendo todo lo que quiere comer, yo sabía qué escogería, pero le dejo disfrutar, se asombra, se emociona, y mucho más cuando ya tenemos las bandejas con la comida seleccionada, croquetas de rabo de toro, de ibérico, pinchos con quesos, aceitunas y tomates, jamones, sangría, todo era predecible. Hemos ocupado una mesa grande, de las que se comparten con otros comensales, a un lado nuestro se encuentra sentado un hombre de edad avanzada, flaco, alto, de cabello blanco y largo, igual su barba, Esteban y él se saludan, como si fueran amigos, este anciano tiene una mirada profunda, enigmática, pero interesante, Esteban le ofrece de sus bocadillos, amable, como es, y el anciano acepta, sin decir ni una palabra. Tiene una libreta y un lápiz de grafito, y comienza a escribir, lo hace de forma rápida, escribe algo desordenado, y va arrancando papeles que me va entregando, es obvio, este hombre no habla, pero me aclara, de forma escrita, que simplemente no quiere hablar, que no lo hace desde hace quince años, es su forma de protestar, por un mundo que cree injusto, indiferente, insensato, caótico, sordo, y, como el mundo se ha hecho sordo, él se hizo mudo, mudo, pero no inapetente, porque come y disfruta a la velocidad que Esteban va comiendo y disfrutando. Este anciano, con aspecto de filósofo, escribe en prosa, se le hace fácil, quizá es o fue algún poeta, y me hace preguntas personales. Antes me halagó, me dijo que soy una mujer hermosa, quiere saber cuánto tiempo llevamos juntos, escribe que somos una pareja simpática, y me pregunta qué pasa con Esteban, dice que yo sí puedo hablarle, que puede oír, y que el escribe, que así nos comunicamos, así es más fácil. Le digo que Esteban es mi marido, que se ha extraviado un poco, en su mente, pero que sigue estando, y el anciano me mira, tras leerme, pues eso sí se lo escribí, me mira, mira a Esteban, y por primera vez desde que nos sentamos comparte una sonrisa con nosotros, y vuelve a su libreta, y a su lápiz, y anota: “qué bueno que se perdió en su mente, así resulta mejor entender este mundo, hace bien, ahí dentro, dentro de él, es más hermoso todo, y más auténtico, no hagas nada por sacarlo de ahí, déjalo vivir dentro de su cabeza y tú sigue disfrutándolo, aprovecha, él ya no está contaminado, Dios le dio un don, el de su pureza, el de una mente pura y sana”.

Volvimos al hostal, caminamos desde San Miguel hasta allá, son unas cinco o seis cuadras, él sigue hablando de la comida, de lo que le gusta ese lugar, y de las croquetas, me pregunta si sé prepararlas, yo le digo que tan pronto pueda se les hago, pero que jamás tendrán el sabor de estas que acaba de comer, si supiera que jamás en mi vida cocinaría un rabo de toro, como tampoco haría una panza, o unos callos, que también come, pero le digo que voy a complacerlo tan pronto volvamos a casa. Ya en la habitación nos preparamos para un baño, Esteban disfruta viendo cómo me desvisto, le excita mi desnudez, me dice que soy la mujer más hermosa que jamás vio, y yo lo ayudo a desvestirse y vamos juntos a la ducha, a tomar un merecido baño. Ya en la cama me dice nuevamente que soy hermosa, e intenta explicarme, con algo de torpeza, y con palabras enredadas, que me ama, quiere recordar cuanto tiempo llevamos juntos, desde cuándo nos amamos, dice que en su memoria, o lo que de ella queda, solo sabe de mí, que si hay algo que recuerda siempre es que estoy a su lado, que puede olerme, que me lleva grabada, y entonces ambos reímos, nos abrazamos, nos besamos, nos amamos, y dormimos abrazados, si supiera que tenemos casi cuarenta años juntos, toda una vida, nos casamos antes de cumplir los treinta, luego de dos años de noviazgo, hermoso, que yo recuerdo y él no tanto, que estuvimos juntos, que vivimos buenos momentos, y algunos otros no tanto, y que él sigue siendo el hombre que amo, el único hombre que he amado.

Hoy toca viajar de Madrid a Roma, y desde allí tomar el tren hasta Cosenza, en donde estará alguien de la familia esperando por nosotros para llevarnos en carro hasta Rose, a unos quince km, para llegar a la casita que ya nos han rentado. Esteban me pregunta sobre Italia, sobre Cosenza, y entonces le voy mostrando información que tengo en el teléfono, acompañada de algunas imágenes, quiere saber si ya habíamos estado ahí, y le digo: "no, mi cielo, en Cosenza no habíamos estado juntos", porque quiero que piense que está será nuestra primera vez. Cosenza, en esta época del año, tiene un cielo hermoso, despejado, y unos prados bellos con un clima muy agradable, ¡claro!, es primavera, es la mejor época del año para llegar e instalarnos, aquí pasaremos un año. Aquí estuvimos hace algún tiempo, cuando los hijos estaban pequeños, pasamos unas vacaciones de verano con la familia, vinimos todos, mi hermana con sus hijos y su esposo, porque queríamos que todos disfrutaran de este lugar, donde nacieron mis padres, los nonnos, queríamos que supieran de nuestras raíces, de la esencia, de las tradiciones, fueron unas vacaciones muy satisfactorias, divertidas, increíbles, porque conocimos, todos juntos, el sur de Italia, desde aquí hasta Sicilia, y en un inolvidable verano.

La casa que mi prima escogió para nosotros es formidable, bien ubicada, a las afueras de Rose, pero no tan apartada, en realidad aquí todo está muy próximo, con un hermoso jardín, que tendremos que atender, acogedora, con todo lo necesario, amplia habitación, cocina espaciosa, con un ventanal con vista al patio y la calle, sala para leer y ver TV, todas las comodidades que pedí y a precio razonable, desde aquí podremos ir a Cosenza, que tan solo está a unos veinte minutos, con muchos lugares para distraernos, con sus calles de más de dos mil años, castillos, puentes, sus espacios brucios, romanos, medievales, y modernos, que hacen de esa ciudad un lugar siempre mágico. Aquí, en Calabria, mis genes se sienten renovados. Me siento un poco italiana, ¿o mucho?, cuánto me gustaba oír a papá y a mamá, ella hablaba menos, contarnos cosas de su infancia, de la familia, de cómo se habían conocido, de las penurias de la guerra, y luego las dificultades en la posguerra, de la motivación que tuvieron para dejar todo esto y aventurarse a América, hasta donde decidieron llegar y asentarse, nunca dejaron de hablarnos de estos lugares, de este país, nunca abandonaron del todo sus tradiciones, su comida, sus maneras, sus mañas, somos culturalmente venezolanos, pero también somos muy italianos, porque los genes no se cambian así como así, fuimos criados con costumbres y tradiciones italianas, el valor del trabajo, la familia, aquí estamos en casa. Las cosas que envié antes, las que nos hacen, las cosas nuestras, ya están aquí, y mi prima tuvo el gesto de ordenarlas, así que al llegar aquí seguimos estando en casa, quiero que Estaban se sienta cómodo, quiero que nos sintamos sin tantos cambios.

El pueblito es lindo, ya nos adaptamos, nos han aceptado, somos los americanos, como nos llaman, y cada vez que podemos vamos a Cosenza, visitamos museos, iglesias, conventos, castillos, plazas, y a Esteban le hace bien, él era arquitecto, y para sorpresa mía ha ido recordando estilos arquitectónicos, que me describe, olvida que yo también lo soy, lo escucho con atención, me habla sobre los estilos de las columnas, y hasta recuerda con precisión muchos detalles, le encantaba el arte, todas sus expresiones, también la música, principalmente el bossa nova, y yo procuro tener siempre música de ambiente en casa, escribía, lo hacía muy bien, adoraba sus poesías, sus cuentos, llenos de situaciones pintorescas, historias que sabía contar, y ahora, todas las noches, con religiosidad, leo cuentos para él, aunque él ignora que son suyos, sin embargo, me dice que le son familiares, y eso es bueno.

Algunas noches, al final de la cena, cuando nos quedamos conversando, extendiendo la velada, tomando algún vino, recuerda poesías, y hasta puede recitarlas de memoria, algunas completas, de otras solo fragmentos, me da placer y alegría cuando recita de Montejo “Quita a la piedra que soy”, cuando dice inspirado: “...sé que tu mano puede dar la forma exacta, sé que tu amor puede alcanzarme más allá del peso de las horas y la ciega tiranía de los astros”, o cuando recita “Exhortación al Hijo”, de ese poeta poco conocido, Máximo Salazar, que fue su amigo, y recuerda: “...alza la espalda bajo el cruel madero, no maldigas del áspero sendero ni inflame tu rencor la gloria ajena, que el hombre que en sí mismo se realiza, en el alma la paz se le eterniza y entonces sabe que la vida es buena...”, ese en especial solía recitarlo para nuestros hijos, y a ellos les encantaba escuchar a su padre trasmitirles esos valores, lo cual hacía a manera de mensaje bien explicito, y qué bueno que lo hacía. Otras veces declamaba parte de su credo, escrito por él, y publicado, recordaba las estrofas más bellas, “...Creo en la filosofía como luz, y en la poesía como vía para que esa luz llegue al alma... creo en Tales, Sócrates, Confucio, Lao Tse, Siddharta, Kant, Jesús, Cabral, Gandhi y algún Lama, creo en el jardín de Epicuro y lo que escribo con el seudónimo de Epiclaro, que solo yo admiro y catalogo de bárbaro... pues creo por igual en la bondad de los hombres y la sabiduría de las palabras... Creo en los enlaces que produce la química del amor y lo obvio en la fórmula matemática de la felicidad. Creo en los neutrinos, la sincronicidad de Pauli y la entropía como ley para entender el caos. Creo en la destructiva fuerza ilimitada de la estupidez humana y la cuántica con sus misterios para ir más allá del átomo... Creo en la melodía hermosa de las olas, la solemnidad de la lluvia, y la majestuosidad del rayo... todo me hace sentir insignificante o tan solo algo que forma parte, Creo en la amistad sincera, sus beneficios y creo en la creatividad de mi consciente e ilimitada ignorancia, Creo en las buenas intenciones, las sabias palabras y los fuertes abrazos. Creo en el humor y amor de Aquiles Nazoa, creo en los dibujos de Zapata, en el volumen de Botero, en las ilusiones y en la cinética…en la plástica...”, de verdad me emociona cuando tiene estos destellos de lucidez, cuando recobra su memoria, porque me hacen recordar una parte del hombre que amaba, que aún amo, que admiraba, que admiro, del que me enamoré, y al que aún sigo ligada, porque todo cuanto escribía, dibujaba, creaba, me lo mostraba, yo era la primera en todo, y mis críticas, fueran las que fueran, las valoraba, las tomaba en cuenta, las apreciaba.

Aquí hemos conseguido alguna rutina, agradable para ambos, yo ayudo en la tienda a mis primas, me distraigo, practico mi italiano, y Esteban me acompaña, se queda leyendo en la plaza, se sienta en algún bar, en ocasiones recuerda lo que lee, casi siempre, al menos por un rato, y hacemos juntos todo, cuidar el jardín, hacer compras, cocinar, aún conserva esa disposición y buena sazón, durante el verano hicimos unos cuantos asados en el patio, de lo cual se encargaba él, desde encender las brasas hasta servir la mesa, comer unos inmensos trozos de carne, jugosos, hasta que debía decirle que parara. Me gusta seguir con él, y este tiempo no ha sido pesado, unos días está más aquí, más presente, otros tantos se extravía más.

Ya está entrando el invierno, los hijos han venido un par de veces y él lo disfruta, aunque puede preguntarme algunas cosas de ellos que ya no recuerda, creo que le gusta cuando le dicen papá. Tenemos sesenta y pico de años, ambos, treinta y siete juntos, si agregamos los dos años de noviazgo. Jamás nos separamos, aprendimos a ser pareja, entre tropiezos y ganas, pero siempre conservando lo fundamental, admiración, disposición, atracción y voluntad de estar, jamás nos desinflamos, entre nosotros hubo siempre confianza, para todo, aun para aquello que no estuviera permitido contar, quizá esa fue la clave. Él ha sido buen esposo, buen padre, buen hombre, no hay espacio para quejarme, nunca fue infiel, aunque tuvo oportunidades, aprendimos a envejecer, pero le sobrevino esta rara demencia, que me rehúso a mencionar, y que nos sorprendió a ambos. Ha sido tolerable, llevadera, nunca se ha mostrado agresivo, ni mal humorado, ha sido un proceso apacible, tranquilo, yo aún albergo esperanzas, a ratos creo que regresará, completo, porque él aún sigue aquí, él también la ha sabido llevar, pero se ha hecho dependiente de mí, y eso no me desagrada. Me molesta cuando olvida mi nombre, yo lo sé, porque gaguea, tartamudea, se queda pegado, buscando el nombre, y yo me le adelanto, y lo ayudo a pasar el mal rato. Me gusta su calor, su dependencia, su amor corporal, su cercanía cálida, me gusta cuando me alejo y comienza a buscarme con la mirada, y su cara de alegría cuando me localiza, soy la única cosa que no se le ha extraviado.

Llegó el invierno, él ha estado pendiente de tener leña, de encender la chimenea, de mantener el calor en casa, sigue siendo ordenado, y extrañamente a todo lo que nos habían pronosticado, él parece mejorar, inclusive a ratos puede estar más aquí y menos allá, y allá es una palabra que uso cuando me refiero a su limbo, a sus límites, que aún no termina de traspasar, porque él sigue conmigo. Hoy es una noche fría, afuera, dentro tenemos calor, terminamos de cenar, mis primas trajeron “cuddrurieddri”, y ya siento que estamos cercanos a la navidad, a él le encantan, bueno, a él le encantan todos los dulces, hoy los acompañamos con chocolate caliente, siento que lo está disfrutando. Quiso venirse temprano a casa, me dejó en la tienda, y se vino a casa solo, adelantó la cena, hoy se muestra dispuesto, elocuente, inclusive está conversador, se puso de pie y fue hasta la mesa donde tenemos las fotos familiares, toma un retrato, el de nuestro matrimonio, y me dice que jamás se arrepentirá de eso, de haberse casado conmigo, toma la foto de mis padres, y dice, los nonnos, mientras me ve a la cara, eran buenas personas, siempre me trataron con familiaridad, con afecto, ¿aún viven?, me pregunta, pero no espera mi respuesta, y agarra en sus manos la foto de los hijos, la mira fijamente, y dice: esos muchachos nos salieron buenos, buenos hijos, los extraño, y luego se acerca de nuevo hasta el sillón que ocupaba, me acaricia antes de sentarse, y prosigue hablando, la hemos pasado bien Carmela, mencionando mi nombre sin titubear, me agrada que estemos aquí en invierno, para navidad, debería regalarte algo, ¿verdad?, tengo mucho tiempo sin regalarte algo, hace una pausa, y continúa, en verdad tengo algo que obsequiarte, y lo voy a hacer hoy, me voy a adelantar, tengo un poema que recitarte, sé que desde hace un tiempo está rondando en mi cabeza, a veces es como un murmullo, otras veces es una letra que acompaña una melodía, yo creo que jamás ha sido interpretada, y hoy, que conservo memoria, quiero dedicártela... “...perdóname, es todo lo que puedo decirte, en todos estos años, en los que las palabras no brotan fácil, perdóname, cuánto lo siento, amor, perdóname, por no haber estado, amor, puedo decirte amor, puedo abrazarte esta noche, tal vez, si dijera las palabras correctas, en el momento correcto, podrías ser mía esta noche, han pasado muchos años, y aún las palabras no fluyen fácil, quisiera decirte cuanto te amo…”, yo me he quedado atenta, escuchándole, sorprendida, me incorporé, me acerqué hasta él, le abracé, y también le dije te amo.

Cuaderno de notas:

"...yo caminaba sólo, por una calle oscura, obstinada, de esas que nadie transita, de repente, y de la nada, apareció ella, estaba ahí, en el momento justo, quizá me esperaba, nos tropezamos, sin intención, porque nada es casual, y de ahí en adelante caminamos juntos, nos acompañamos, por esa y otras calles... la vida resultó más agradable desde ese instante..."

"...jamás creí en casualidades, o azar, el destino es más complejo que todo eso, a algunos les llegaba la felicidad muy tempranamente, a otros se les retrasa su llegada, y a algunas más, como yo, se les negaba, pero desde aquel encuentro con ella, en aquella calle sola, oscura y obstinada, no tuve que esperar más, la felicidad se había convertido en un nombre, en unas iniciales, en una voz, una sonrisa, en unas manos, y comencé a disfrutarla... y lo hice tanto, mucho, hasta que olvidé qué cosa era no ser feliz..."

"...cuando yo estaba contento ella premiaba mi alegría, cuando estaba triste ella venía y me rescataba, recargada mis baterías, me impulsaba, me hizo dependiente de sus estados de ánimo, que casi nunca variaban, ella tenía la capacidad de acabar con un mal rato, y siempre usaba una frase que me desarmada, ...sí, mi amor... así era ella, auténtica, alegre, impresionantemente equilibrada, hasta cuándo se enojaba. Tenía un solo defecto, la terquedad ocasional, pero hasta eso, que yo también tenía, me hacía amarla, éramos tan distintos y a la vez tan iguales que nos hicimos indispensables, impensable estar separados..."

"...hace mucho tiempo que no soñaba, siempre tenía que esperar la noche, para viajar con la imaginación por lugares y momentos mágicos, ahora, desde que tropecé con ella, sueño despierto, imagino, pienso, pero claro, callo, porque hasta aprendí a callar a su lado... cuánto la extraño, cuánta falta me hace, soñarla..."

"...recuerdo una noche, cuando desperté agitado, incómodo, llorando, ella estaba ahí, me intuía, en situaciones así, podía despertar primero que yo, me abrazó, pasó sus manos por mi cabeza, me acurrucó, me consoló, me calmó, oyó mi llanto, no quiso saber qué me perturbada, sólo me dijo, ven amor, ven a mi pecho, descansa... Ella sabía calmarme, ofrecerme una sonrisa, cobijarme, regresarme al sueño, otro rato más... Ella estaba siempre, jamás se iba, nunca se cansaba... Ella está, para todo, hasta para mis difíciles ratos... al despertar, todo se había disipado, pero ella seguía ahí, contenta, dándome alegría para desayunar... diciéndome buen día, buon giorno... a veces creo que no habla, creo que sólo canta..."

"... su amor era incondicional, decente, personalizado, y no sé por qué me amaba tanto, yo no recuerdo haberla amado así, para merecer tanto... pero ella me decía, siempre que yo le preguntaba, no pienses en eso, disfrútalo, te amo porque me da la gana... lo que más me gustaba de ella era cuando tomaba mi mano y me llevaba a caminar, ella iba más adelantada, sin soltarme, y me iba mostrando todo, hablándome de todo, mientras saludaba a todos, siempre amable, en aquel pueblo donde estábamos, todos parecían apreciarla, me dice que este lugar se llama Italia, aquí me trajo, dice que estar aquí le hace bien a mi salud, y yo le creo, siempre le creo todo lo que me dice, a su lado ni siquiera sé lo que es dudar..."

Antes de festejar el año nuevo Esteban se fue, se fue definitivamente, ya no estuvo más, se ausentó, y para siempre, siguió siendo apacible, nunca fue violento, no se agitó, simplemente, después de aquella noche en que recitó un poema para mí, lo que él creyó era un poema, y yo supe que se trataba de la letra de una canción de Tracy Chapman, llamada Sorry, Esteban ya no estuvo conmigo, se quedó sumergido en aquella demencia perezosa, innombrable... él se quedó sin recuerdos y yo me quedé llena de ellos, de los suyos y los míos, me hice albacea de su memoria, mientras me esforzaba por no olvidar nada, de él, de nosotros, de éste y de otros viajes... encontré esas notas finales, escritas en un cuaderno suyo, llamado borrador, escritas con esa letra tan suya, fácil, legible, simétrica, estructurada... en la última página escribió, arrivederci Carmela, siempre vivirás en mí, en alguna parte te estaré esperando...

Fin

Coyoacán, julio de 2020.

Jesús Zurita Peralta, Venezuela, Brasil ©, 2025

jzuritaperalta@gmail.com

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