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Diario de Marlene

5:30 am, hora de enfrentar el día a día de la escasez, la frustración, la impotencia y canalizar la rabia. Esperar por el bus en la parada es un desgaste emocional, había sí lo que parecía una cola pero al llegar el bus perdió orden y entró, como todo, en caos. No pudo subir, subieron primitivamente y a empujones los más fuertes, no los más aptos. Antes tuvo que descender las escaleras del infierno, en Caracas el infierno no queda bajo tierra, en Caracas el infierno está en los cerros, y desde él se desciende hacía el mundo real cada mañana. Al menos para ella es así, que debe hacerlo diariamente para ir hasta un trabajo en el que recibe un salario que no alcanza, en el que está poco motivada, sin beneficios, que termina considerando un sacrificio y entendiendo por qué debe llamarse trabajo. Alguna vez buscó en internet el significado de la palabra y comprendió que trabajo es esfuerzo físico o desgaste.

Aun cuando el día levanta, es todavía de madrugada, la ciudad ya luce agitada, mostrando sus signos de locura, ruido, tragedia y drama. Cerca de la parada hay un mercado que el gobierno tomó y hoy, como otros días, hay una larga cola de personas esperando para ver que repartirán o venderán. Alcanza a ver como un guardia nacional los va marcando o señalando colocándoles un número en el antebrazo, reconoce a los bachaqueros del barrio, ubicados de primeros en la fila, siempre obtienen privilegios por sobornar a los guardias y policías que están ahí para permitir o controlar el caos. La cola de la parada se ha (de)formado de nuevo, están los que como ella no pudieron subir al bus anterior más los que han ido llegando, mientras más tarde llegan más rápido procuran ubicarse de primero, la cola ya es un desastre, pero está atenta, está vez tiene que montarse, o corre el riesgo de llegar tarde. Sus jefes son implacables con el horario, que controlan con rigor de cuartel. Trabaja como recepcionista o “todera” en un consultorio médico en la Av. Libertador, lleva unas dos horas en hacer el trayecto, si lo hace después de las 6 corre el riesgo de tardar más, llegar retrasada y ser amonestada. El bus se aproxima, y todos están buscando acomodo para hacer el abordaje como si se tratara de un asalto, la cola ya no existe, es solo apostar donde hará la parada y calcular que estarán lo más cerca de la puerta. Apenas se detiene el bus, y para suerte de ella, el tumulto la ubica en frente de la puerta trasera, que alguno de los pasajeros abre manualmente y le permite embarcarse rápidamente mientras es empujada, es lo mismo siempre, este ritual de circunstancias para tomar un bus es frecuente ya para ella, hoy en realidad fue un día de suerte, solo tuvo que esperar apenas dos buses para poder embarcarse, lo normal es subir al tercer intento. Hoy viaja de pie, como de costumbre, no hay espacio.

Marlene está convencida que el infierno queda en Caracas y que Dios le entregó las llaves de la ciudad al diablo para que gobernara, quizá lo hizo cansado de esperar por esta gente o por haberlos desahuaciado. Basta echarle un vistazo a su vida reciente, su hija se fue a los 16 años a vivir con un malandro de barrio que dirige una banda, perdió contacto, sabe algo de vez en cuando. Algunas veces la ha visto a la distancia pasar de parrillera en la moto del Franklin cuando van aterrorizando todo el barrio con disparos. Sabe que en el prontuario de su yerno hay unos cuantos muertos, que es famoso por su violencia y crueldad al enfrentar otras bandas para controlar espacios, sabe que lo buscan con insistencia porque mató a un policía y que pronto formará parte de la lista de cuerpos depositados en la morgue de Bello Monte cada semana. Es solo cuestión de tiempo para que muera y ella vuelva a casa con su hijo huérfano y el peso del trauma, también sabe que la estadía será breve, en poco tiempo se irá con otro, y otro y otro, en un ciclo que le irá dejando hijos, vejez, pasado, peso y drama en la misma proporción y similares circunstancias. El año pasado su hijo de 5 años murió en el hospital de niños, comenzó por gripe, que se prolongó, luego fiebre, convulsiones y todo terminó en algo que llamarón meningitis. Supo que no hubo medicamentos para tratarlo, es una enfermedad de lo que nuevamente se puede morir y antes no pasaba, le dijeron los doctores a manera de consuelo. Aún lo ve, aún habla con él, lo llora a diario, pero no puede darse el lujo de mostrar debilidad. Después de la muerte del bebé, ella y Junior no han tenido nada más, nada de contacto, pocas palabras, pero apuesta que pronto se le pasará. Ella con sus 35 aún puede darle otro muchacho.

Finalmente está en su rutina, llegó a asear el lugar, los médicos son bien desordenados. Preparó los tres consultorios para la jornada, encendió equipos, ya está recibiendo pacientes y atendiendo llamadas. La consulta nunca comienza a la hora, los médicos, sus jefes, que le controlan el horario de llegada, nunca comienzan a tiempo, parece que se sienten importantes haciendo que sus pacientes les esperen, o llegando retrasados, siempre con alguna excusa como esa de: “estaba operando”, porque ya ni se les ocurre decir que estaban atendiendo un parto, ya nadie les creería, aquí nadie pare. Habla con las pacientes amablemente, comentan lo mismo de todos los días, critican al gobierno, hablan de escasez, revocatorio, farándula con la misma fluidez y como si se tratara de cosas iguales. Lo cierto es que ya se oyen más quejas contra el gobierno y menos gente que les defienda como pasaba antes. Son las 10, los médicos no han comenzado y la pequeña sala de espera está abarrotada. Entonces suena el timbre de nuevo y ve por la cámara que se trata de él, de ese visitador médico buenmocísimo que tanto le agrada. La saluda con mucha simpatía, le da un beso en el cachete pero esta vez un poco más hacía la boca mientras le va diciendo “hola bella, como estás mi amor?, qué cuentas?”. Le regala muestras médicas, de las pocas cosas que ya trae, y le pregunta si alguno de los doctores puede recibirlo ya, ella se encoje de hombros y le dice que ni siquiera han llegado. Él guiña el ojo con picardía y le pregunta si ya tomó café, “quiero brindarte uno de la máquina de Nescafé que está abajo, hoy funciona y están divinos, como tú”, concluye la frase. De repente siente que algo sabroso la recorre, es como un susto, pero no tanto, porque uno se asusta de lo desconocido y esta sensación ya la conoce, solo que la extrañaba. Él se percata, la nota sonrojada y se lo hace saber y ella disimula diciendo que hay calor mientras baja la temperatura del aire acondicionado. Todos en la sala están atentos a un magazine matutino de TV en donde solo hay animadores gritando, no paran de hablar y lo hacen muy rápido, mucha palabra y carcajadas.

De repente, en un instante de coincidencias cómplices, cada uno de los médicos llama para suspender la consulta, que hoy es solo en la mañana porque los viernes en la tarde no se trabaja. Ella usualmente utiliza esa tarde libre para buscar algo de comida antes de regresar al final de la tarde a casa. Francisco, el visitador médico, de inmediato nota que la consulta ha sido suspendida, y elabora un plan B para ambos, hoy es el día, se dice, así que mientras él va visualizando mentalmente y con detalles la estrategia ella explica a los pacientes que la consulta ha sido suspendida y será reprogramada. Dos tenían una cesárea a media mañana que se ha retrasado más, y hoy parece que otro de ellos está acompañando el trabajo de parto de alguien muy importante que se empeñó en probar de qué se trata parir y se negó a la oferta rápida, aunque seguro terminará en cesárea después de un rato.

Francisco le propone a Marlene “hacer algo”, total yo tampoco tengo más trabajo y vuelve a guiñarle un ojo con picardía. Ella sabe lo que Francisco quiere decir y proponer, repasa en su cabeza muy rápidamente que de sexo tiene tiempo que nada sabe, Junior no ha querido tocarla más y ella tampoco insiste pues le repugna su aliento a cerveza y cenicero con el que vuelve a casa cada noche después de su jornada, ya bastante esfuerzo hacía con soportarle su olor a taller mecánico. Marlene intenta justificarse con Francisco, quizá no mostrarse fácil, pero él sabe lo que Marlene está intentando, así que insiste un poco y le ofrece que hagan alguna locura juvenil, “vámonos por ahí para olvidarnos de todo, recordar cuando éramos chamos”, ella dice “espera que recoja esto y nos vamos”.

El plan B de Francisco siempre tiene la misma ruta trazada, la carretera panamericana, el camino de los hoteles “tirísticos” y el placer de un rato. Lo que sigue es igual, apagar el celular, soltar el nudo de la corbata, quitarse el saco y recoger las mangas. Se relaja, ofrece simpatía y pide confianza a su víctima, que casi siempre son secretarias, recepcionistas o enfermeras de consultorios médicos, mientras las conduce con prontitud al lugar que servirá para ambos. Para él es la forma fácil de saciar su hambre depredadora, su hombría ,y llenarse de esa vitalidad que da la infidelidad; para ella una locura, un escape de una unión disfuncional y medio estable. A ella le gusta Francisco de traje, arreglado, bien peinado, oloroso, galante; a él le gustan todas, aunque su mujer está mucho mejor que sus “chances”, pero él colecciona romances casuales, luego quedan de amigos, de segunda oportunidad y ellas agradecidas, de eso se trata, para eso tiene mucho olfato.

El ritual es común, tomar la vía que lleve a la carretera panamericana, hotel Panorama, saludar en portería sin bajar del auto, escoger habitación, pagarla, siempre en efectivo, está vez pide una con sauna y jacuzzi, quiere meterse ahí con Marlene que es una morena clara de cabello largo, cuerpo firme y culo grande. Lo demás llevará unas dos horas con todo y el baño de jacuzzi y rato de sauna. Al final volverán en silencio, la dejará en alguna estación del Metro para que ella vuelva a casa, saldrán otras cuantas veces, si es que hace falta, y la próxima vez que vuelva al consultorio para la visita médica tendrá garantizada prioridad y una sonrisa pícara de gracia.

Francisco se detiene en la estación del metro de Plaza Venezuela, Marlene se despide dándole un beso, en el cachete, sin mucho ánimo y pidiéndole confidencialidad, le suplica que borre las fotos y el video que le hizo, el jura que lo hará si le promete una siguiente vez, ella lo hace y se baja del auto. Los siguientes pasos son de culpa, recuerda a Junmarmessi, su hijo de 5 años, recuerda a Jensimar, su hija fugada, le viene a la cabeza Junior con su mal humor y hasta quiere entenderlo o justificarlo, mucho esfuerzo y el dinero no alcanza, le parece que no es tan desagradable su aliento a cerveza, olor a cenicero y taller mecánico. Recuerda como lloraron la muerte del niño, él tenía esperanzas que al crecer fuera un gran futbolista y los sacara del barrio. Sabe que camina con la culpa a un lado e intenta justificarla, es mujer, tiene derecho a tener sexo, es joven, está buena, se lo dicen a cada rato en la calle, tiene deseos, fantasías, está cansada de masturbarse, no quería algo pero le llegó, no estaba buscando nada, no quiere tener remordimiento, sabe que con los que ya tiene le basta. Se irá directo a casa, aprovechará para arreglarlo todo y llamar a Junior al taller para que venga temprano a cenar, para esperarlo, para entusiasmarlo.

Después del Metro hasta Chacaíto, metrobus hasta Baruta, y luego caminar para subir hasta el infierno, aunque ella vive en las faldas del infierno, no donde están las llamas. Al llegar a casa saluda a una vecina que está asomada a la ventana de su rancho, le mira con una sonrisa rara, trata de ignorarla. La puerta no tiene la llave pasada, no está cerrada y se extraña, oye música, no recuerda haber dejado eso así, pero no hace caso y va directo al cuarto pensado que hará arreglos y preparará algo para Junior. Entra a la habitación y ve a Junior tendido en su cama teniendo sexo con su comadre Ana, la madrina de Junmarmessi, la mujer de su compadre del alma, su amiga de años. No sabe qué decir mientras ellos salen con prisa de la cama, solo le viene a la memoria un video instantáneo de ella y Francisco teniendo sexo en el Panorama hace apenas un rato. Alguien toca a la puerta, es Jensimar que llega llorando, alcanza a oír cuando su hija le dice “mamita, mataron al Franklin”. Marlene sabe que el infierno queda en Caracas, que Dios le entregó las llaves de la ciudad al diablo para que gobernara, quizá lo hizo cansado de esperar por esta gente o por haberlos desahuciado.

FIN

Jesús Zurita Peralta, Venezuela, Brasil © 2016

jzuritaperalta@gmail.com

Jesús Zurita Peralta nació en 1962 en Calabozo, Guárico, Venezuela. Médico Gineco-Obstetra con entrenamiento en Medicina Fetal, actualmente Fellowship en la Unidad de Cardiología Fetal del Instituto de Cardiología y alumno de doctorado en fase de tesis (Cardiología/Ciencias de la Salud), Instituto de Cardiología, Fundación Universitaria de Cardiología (IC/FUC), Porto Alegre, RS, Brasil.

Jesús Zurita Peralta (1962), ciudadano, latinoamericano, de oficio regular médico, pre-pensador y pre-poeta, captador aficionado de imágenes. No pudo ser músico o artista y cómo lo lamenta. Vive en proceso de remodelación en casi todo y casi siempre, iniciando algo o deshaciendo algo, según cómo se quiera ver, buscador, inconforme, pero alcanzando calma, asocial, porque está un poco desilusionado de los seres humanos, pero tampoco tanto. Ni totalmente gregario ni totalmente solitario. En su CV no van los méritos académicos pues ellos no le definen en la actualidad, ni son su rasgo sobresaliente. Eligió vivir “inxiliado”. Un espectador objetivo de momentos históricos, que intenta analizar e interpretar para un aprendizaje. La filosofía y la poesía, junto con la escritura que aborda como aficionado, han sido sus instrumentos terapéuticos, escribe para estar presente entre un grupo reducido de familiares y amigos, sin ánimos de trascender o hacerse notar. Algunas de sus prosas, de sus escritos o crónicas, de sus cuentos, consiguen la forma de escapar, expresarse, de salir de sus límites y ser dueños de su propio destino, las despide, como quien despide a un hijo, deseándole suerte y éxito en su viaje.

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