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Los cuentos de septiembre

Una nutrida colección presenta esta edición de setiembre. Nutrida por la variedad de sus temáticas, la diversidad de estilos y aún de tamaño de los relatos, además, naturalmente, de los países de habla hispana de donde ellos provienen.

En el marco de una Cuba casi mítica, donde la mirada de dos jóvenes extranjeros construye un espacio de recuerdos a la medida de una realidad que se desmiente parcialmente con el devenir de sus historias amorosas, transcurre el principal argumento de Por qué llamarte Arlena, del mexicano Jorge Harmodio Juárez. Desde el espacio de la evocación, escenificado a través de un encuentro equívoco cuyo sentido se develará sólo al fin del relato, Juárez retrata una Habana que el tiempo y las frustraciones de la revolución van alejando día a día, como también se alejará a medida que los protagonistas vayan cayendo en cuenta de que detrás de la fantasía de una mirada ajena y romántica convive todo un mundo donde las significaciones y las identidades se confunden.

Don Teófilo, de Rodrigo Solís Arechavaleta, también mexicano, se construye a la manera más clásica del cuento oral, y también es característica de ese género su historia, historia de ángeles, demonios e intercesiones ambientada en el ámbito rural y llena de la picaresca propia de esas tradiciones que los pueblos van legándose a través de las generaciones. Agrega el autor, con evidente intención, una alegoría del narrador, del ser que cuenta historias (y tal vez, como en la biblioteca del Quijote, del peligro que nos acecha al caer en la seducción de las historias contadas).

La nicaragüense Cynara Michelle Medina, que se dice ignorante de las artes de la literatura, nos ofrece uno de los mejores relatos de toda esta colección, De astrología y aeronáutica, en el que a través de una anécdota con gran carga de ironía, pero no exenta de piedad hacia la humanidad de sus personajes, presenta la constante lucha del ser humano por alcanzar la meta del conocimiento, una ansiedad que no podrán evitar ni la superchería, ni la ideología del poder, y ni siquiera el amor (sobre)protector de madre. Al leer este hermoso y sencillo relato, no podemos dejar de evocar aquella imagen del Juanito Laguna del pintor Antonio Berni, precisamente en el acto revelador de remontar un barrilete (¿influencias?).

Oda, del brasileño Wilfredo Cesare Doria, apela más al recurso de la poesía que al del relato, si es que verdaderamente pudiera delimitarse una frontera entre ambos. Recursos de lenguaje esencialmente poético para presentar toda una historia de significados ambiguos y abiertos, que se despliega a la mente del lector -quien sin duda tiene libertad para construir, o reconstruir, todo lo no dicho- en apenas tres párrafos.

Como en la constante preocupación de Borges, que declara uno de sus referentes, los lenguajes del arte y sus combinaciones están presentes en El escriba, cuento del uruguayo Daniel Ginerman. El lenguaje vital y sagrado encarnado en la música y recogido por sus ancestros, en contraposición con el de la palabra escrita que practica el narrador-protagonista, van pautando un discurso con ritmo de letanía. Quizás alguna respuesta a la pregunta que implícitamente se hace el relato, esté precisamente en una de sus escenas: la del niño ensimismado que atisba los juegos de alcoba de su abuelo músico. Es que la literatura exige la función de la mirada, que modifica y trasgrede la propia realidad. Es que, como dice el propio narrador, "la mía es el arte maldita".

Enrique D. Zattara
zattara@leader.es

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